En Sueños de libertad, el regreso de Pelayo y Marta de una cacería organizada por Miguel Ángel Vaca, actual gobernador civil, marca el inicio de un posible gran cambio en sus vidas. Lo que parecía solo un evento social con tintes aristocráticos se convierte en una propuesta política inesperada y peligrosa.

Durante la jornada, Vaca ha confirmado lo que muchos sospechaban: Pelayo ha sido elegido como su sucesor. Una oferta que no solo lo llena de orgullo, sino que empieza a encender una ambición que llevaba tiempo conteniéndose dentro de él. Ser gobernador civil es una meta que implica poder, influencia y reconocimiento. Y Pelayo está más que preparado para aceptarla.

De regreso en la mansión, Pelayo comparte con Damián la propuesta. Ambos creen que este ascenso político podría ser beneficioso para todos. Con un Pelayo en el poder, la fábrica tendría un aliado en el gobierno, y Marta podría recuperar el cargo de directora que le fue arrebatado de manera injusta. Sería una jugada maestra. Una oportunidad que parece de oro… al menos para los hombres.

Pero Marta no comparte ese entusiasmo. A lo largo del viaje de vuelta, ha permanecido silenciosa. Su mente, en lugar de estar ocupada con ideas de trajes de gala o cenas diplomáticas, está atrapada en un torbellino de dudas. ¿De verdad está dispuesta a asumir el papel de esposa de un político? Esa posición que tantas veces ha juzgado, que implica fingir sonrisas, encajar en un molde que no le pertenece, renunciar a su espontaneidad… y a su libertad.

El rechazo no es solo por una cuestión personal. En el fondo, el mayor temor de Marta es que este nuevo paso termine por romper el delicado vínculo que aún conserva con Fina. Su relación, ya marcada por silencios, heridas y distancia, podría resentirse aún más si Pelayo se convierte en una figura pública sujeta al escrutinio de todos. ¿Qué lugar ocupará Fina en ese nuevo mundo? ¿Será apartada como un “secreto incómodo” para proteger la reputación política?

La conversación entre Pelayo y Marta no tarda en llegar. Él, con entusiasmo, le habla del respaldo de Vaca, de lo que podrían lograr juntos, de cómo su influencia podría incluso “limpiar” el pasado que tanto daño les hizo. Marta lo escucha… pero no sonríe. Con una mezcla de sinceridad y contención, le responde que una decisión así no solo les afecta a ellos dos, sino también a Fina. Que no se puede construir un futuro sobre una sombra.

Pelayo se frustra. Le duele que Marta no comparta su emoción, que vea riesgos donde él solo ve oportunidades. Pero lo que no entiende es que ella no se opone por egoísmo, sino por amor. Por temor a perder lo poco que les queda de unidad familiar. Por no repetir los errores del pasado.

Mientras tanto, Damián, que siempre ha tenido un ojo puesto en la política y otro en los negocios, ve en esta posible designación un resurgir para su propio apellido. Un yerno gobernador civil, una hija directora de fábrica… su imperio tendría el blindaje perfecto. No tarda en sugerir que Marta debería hacer un esfuerzo y apoyar a su esposo, por el bien de todos. Pero Marta ya no es esa mujer que calla. Y lo deja claro: ella no será una figura decorativa en un juego de poder masculino.

A espaldas de todo esto, Fina comienza a notar el cambio en el ambiente. Percibe las conversaciones que se interrumpen al entrar, las miradas cómplices entre Pelayo y Damián, el brillo en los ojos de su madre… y también su incomodidad. Se da cuenta de que algo grande está por pasar, pero nadie se lo dice. ¿Por qué siempre es la última en enterarse?

Un día, escucha una conversación entre dos empleados de la fábrica, hablando sobre cómo Pelayo pronto ocupará el cargo de Vaca. Su mundo se tambalea. ¿Qué pasará con ella si su padre se convierte en un personaje público? ¿Será aún más invisible para él? ¿O la obligarán a ocultarse?

En paralelo, los rumores de la sucesión comienzan a expandirse por el pueblo. Y con ellos, llegan también las críticas, las envidias y los intereses. Pelayo empieza a notar cómo muchas personas que antes le ignoraban ahora le sonríen demasiado. Los favores aparecen, las invitaciones se multiplican, y el mundo comienza a cambiarle… quizás demasiado rápido.

Marta, cada vez más abrumada, toma una decisión arriesgada: hablar con Vaca personalmente. En un encuentro privado, le expresa sus dudas, su temor de que esta designación desestabilice más de lo que construya. Pero Vaca, con voz pausada, le dice algo que la deja helada:

“El poder no espera a que uno esté preparado. Se toma, o se pierde.”

Con esa frase retumbando en sus pensamientos, Marta regresa a casa. En el jardín, ve a Fina acariciando una flor, sola. La imagen la atraviesa como un puñal. ¿Qué pasará con esa niña si todo sigue avanzando sin que nadie piense en ella?

Esa noche, cuando Pelayo vuelve a hablar del tema con ilusión, Marta ya no se calla. Le dice que no puede apoyarlo hasta que sepa con certeza qué lugar ocuparán ella y Fina en su nuevo mundo. Que no será cómplice de un plan que sacrifique a su hija en nombre de un apellido o de una silla de poder.

Pelayo no sabe qué responder. Por primera vez, la emoción de la propuesta política se ve opacada por el peso de sus propias decisiones familiares. ¿Vale la pena convertirse en gobernador si el precio es perder a las dos personas más importantes de su vida?

Así, entre promesas rotas, ambiciones latentes y el temor de repetir los errores de antaño, la familia de Pelayo y Marta se enfrenta a una encrucijada que no admite soluciones fáciles.

En Sueños de libertad, el poder puede abrir muchas puertas, pero también cerrar otras que jamás vuelven a abrirse. Y esta vez, el precio podría ser demasiado alto.