En el capítulo 348 de Sueños de Libertad, la política, la ambición y la ética chocan de frente en una conversación tan silenciosamente devastadora como intensa. En el salón de la casa, Pelayo y Damián protagonizan uno de los cara a cara más potentes de la semana, donde lo que está en juego no es solo un cargo público… sino la conciencia de un hombre atrapado entre el deber, el poder y el honor.
La escena comienza de forma ligera: Damián entra al salón y, con una sonrisa, saluda a Pelayo bromeando sobre si ya va por su segundo café del día. Pero el semblante de Pelayo lo dice todo: no ha desayunado, no tiene hambre, está claramente inquieto. Y no es para menos. A pesar de que hace apenas días su candidatura como gobernador civil de Toledo parecía firme, todo ha cambiado.
Pelayo le confiesa a Damián que hay un nuevo nombre sobre la mesa: Francisco Cárdenas. Damián, sorprendido, admite que había oído rumores el día anterior pero no quiso mencionarlos por no darles peso. Sin embargo, Pelayo confirma que los rumores son ciertos. Y no solo eso: Cárdenas no es un simple oponente político… es un rival formidable.
Damián lo reconoce de inmediato: carismático, bien conectado, de una familia intachable, querido por todos en Toledo. El tipo de candidato que arrasa en los círculos conservadores. Un rival que no solo puede ganar, sino que puede enterrar todas las posibilidades de Pelayo.
Pero entonces, Pelayo cambia el tono. Le dice a Damián que no todo lo que brilla es oro. Que ha llegado a sus manos una información confidencial que podría arruinar por completo la imagen de Cárdenas y, de paso, destruir a toda su familia.
Damián se queda en silencio. Conoce a los Cárdenas, o al menos eso cree. Intrigado, le pide más detalles a Pelayo. Pero este se niega a hablar. Solo dice que, de usar esa información, Cárdenas estaría acabado al instante. Y es ahí donde comienza el verdadero conflicto de este capítulo: ¿Debe Pelayo usar esa información personal contra su adversario?
La conversación se vuelve un duelo filosófico. Damián, con su sabiduría curtida por los años en el mundo empresarial, le confiesa que él siempre ha trazado una línea clara en su vida profesional: nunca ha atacado a nadie en lo personal, y espera que Pelayo comparta esos valores. Pero también lo enfrenta a una realidad dura y cruda: la política no es el mundo de los ideales. Si de verdad quiere seguir esa carrera, tendrá que aprender a ensuciarse las manos.
Con frialdad, Damián le lanza una pregunta clave:
“¿Tú crees que Cárdenas dudaría en usar algo contra ti, si lo tuviera?”
Pelayo guarda silencio. No sabe qué responder.
Entonces Damián, sin pestañear, responde por él:
“No dudaría ni un segundo.”
Y ahí no termina. El patriarca va más allá: si Pelayo de verdad quiere ese cargo no por ego o ambición, sino por vocación de servicio, entonces tiene la responsabilidad de impedir que alguien inadecuado lo ocupe. Y le lanza el golpe final:
“¿Qué es peor? ¿Usar una verdad comprometedora contra un rival… o permitir que alguien no apto llegue al poder pudiendo haberlo evitado?”
Pelayo se queda sin palabras. Su rostro refleja el peso de la decisión. El fuego del poder lo tienta, pero el lodo de la política amenaza con tragárselo. Damián se despide con cortesía, dejándolo solo en el salón, hundido en sus pensamientos. Una decisión se cierne sobre él como una espada afilada:
¿Proteger su integridad… o proteger el bien común, aunque tenga que ensuciarse las manos?
En este episodio, el foco no está en los grandes gestos ni en los escándalos públicos. Está en lo invisible, en las decisiones que se toman en la sombra, en el silencio de un salón elegante, donde la ética y la ambición se cruzan en un punto sin retorno.
Pelayo no es un villano. Pero tampoco está libre de la tentación. Y mientras en otras partes de la colonia el amor, la maternidad y las alianzas se debaten con fuerza, aquí, en este rincón silencioso del poder, se está gestando una de las elecciones más oscuras y trascendentales de la serie.
¿Lo hará? ¿Traicionará sus principios para salvar su candidatura? ¿O demostrará que aún hay políticos capaces de caer de pie?
Una cosa es segura: tras este capítulo, Pelayo ya no será el mismo.
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Porque a veces… el verdadero drama ocurre sin levantar la voz.