En la sala de juntas de la empresa familiar, un aire tenso lo envuelve todo. Marta, Pedro, Andrés y Luis están sumidos en una conversación crucial: un error en la producción del nuevo perfume amenaza con destruir no solo la campaña del producto, sino también la estabilidad de la empresa. Las pérdidas económicas ya son notables, pero lo que más duele es el tiempo perdido. Pedro, con tono cortante, propone cancelar el lanzamiento del perfume, una decisión drástica pero comprensible ante la gravedad del fallo.
Pero Marta no está dispuesta a ceder. Se mantiene firme, casi desafiante. “Ni hablar”, sentencia. Para ella, cancelar no es una opción. El lanzamiento, previsto para el aniversario de la banda “La Reina”, no solo es una estrategia comercial: es una forma de salvar el prestigio de la marca y recuperar parte del dinero invertido. Andrés se alinea con ella, señalando que apostar por el éxito del perfume es la única vía para revertir la situación. Aunque el riesgo es alto, rendirse ahora sería un error aún mayor.
En ese momento, irrumpe Luis, quien llega con retraso a la reunión. Pedro no disimula su molestia y lo encara directamente: quiere respuestas. ¿Qué ocurrió con la fórmula? ¿Cómo fue posible que las proporciones se apuntaran mal en producción? Luis, algo incómodo, asume la responsabilidad: “El fallo fue nuestro.” Explica que, al pasar las medidas a la planta de producción, hubo un error de transcripción.
Andrés no tarda en conectar los puntos: “Tú no la apuntaste, ¿verdad?” Y la tensión se dispara cuando señalan a Cristina, la empleada de laboratorio, como la autora del error. Luis confirma con pesar: a Cristina se le olvidó una coma. Una simple coma. Pero ese pequeño detalle alteró toda la fórmula.
Pedro no puede creer lo que oye. Una coma. ¿Cómo es posible que una química formada, que debería conocer la sensibilidad de una fórmula, cometa un error tan básico? Andrés lo secunda: este tipo de errores no se puede permitir. Se plantean seriamente si Cristina es la persona adecuada para el puesto. Marta, aunque hasta entonces ha permanecido centrada en la solución global, deja caer una frase cargada de dureza: tal vez se equivocaron al contratar a alguien que no está a la altura.
Luis, sin embargo, no se rinde. Da un paso al frente y defiende a Cristina con firmeza. Reconoce que el fallo fue grave, pero insiste en que él, como máximo responsable, debió revisar la fórmula antes de enviarla. No solo se niega a culpar exclusivamente a Cristina, sino que además destaca su talento. Recuerda que si hoy tienen el perfume de Cobeaga, fue gracias a una idea suya. Cristina no es una simple empleada, es una profesional valiosa. No se merece un despido por un error humano, especialmente en una empresa donde “mucho peores errores se han cometido”, como apunta con ironía.
Pero Pedro y Andrés no se lo ponen fácil. Le preguntan si con eso piensa dejarla ir “de rositas”. ¿Dónde queda la autoridad si no hay consecuencias? Luis no cede. Reitera que Cristina es buena, que tiene potencial y que necesita una segunda oportunidad. Marta, aunque visiblemente contrariada, acaba cediendo ante la petición de Luis, pero no sin advertencias. “Deja de repetir que ha sido culpa tuya si quieres seguir manteniendo el respeto de tus trabajadores”, le dice con frialdad.
El ambiente se va relajando apenas un poco, aunque las heridas del debate siguen abiertas. Pedro, tomando la palabra con un tono más sereno, propone pasar página: “Lo mejor que podemos hacer es correr un tupido velo y zanjar este asunto de una vez.” La decisión final es clara: Cristina no será despedida, el perfume saldrá al mercado como estaba previsto y el equipo hará todo lo posible para salvar la campaña.
No obstante, lo ocurrido deja al descubierto las grietas internas de la empresa. Las tensiones entre responsabilidad, lealtad y exigencia profesional han salido a flote. Luis ha demostrado que está dispuesto a dar la cara por su equipo, incluso si eso le cuesta prestigio. Marta, siempre práctica, ha apostado por lo que cree que es lo mejor para el negocio, aunque ello suponga cuestionar decisiones pasadas. Y Pedro y Andrés siguen velando por la imagen y la eficacia, buscando mantener un estándar que no perdona errores.
Mientras todos intentan volver a la normalidad, la sensación de que algo se ha roto permanece flotando en el aire. La fragilidad del éxito, la dureza del juicio y el peso de las decisiones son más evidentes que nunca. El perfume, símbolo de ambición y esperanza, ha nacido ya con el estigma del error… y con la promesa de que, esta vez, no habrá más margen para fallos.
CTA final:
⚖️ ¿Vale más una segunda oportunidad o una reputación sin manchas? En Sueños de Libertad, los errores pesan… pero las lealtades aún más.
🧪 ¿Conseguirá el perfume salvar la empresa o terminará por hundirla?