En el capítulo 341 de Sueños de libertad, las heridas del pasado y los conflictos familiares siguen marcando el presente, pero en medio de ese fuego cruzado, emerge una voz serena, firme y valiente: la de Tasio. Lejos de tomar partido en una guerra interminable entre clanes, el joven decide romper el ciclo y apostar por el futuro de la empresa y la razón.
Todo comienza con una conversación inesperada. Irene se presenta ante Tasio con gesto serio y la intención clara de abordar un tema delicado. Él, al verla llegar, asume que se trata de los horarios de los trabajadores y le asegura que ya tiene todo organizado. Pero Irene le aclara con firmeza que no viene a hablar de eso. Lo que trae entre manos es un asunto mucho más delicado: el futuro de Gabriel en la empresa.
Damián, su hermano, quiere saber si Tasio aún está de su lado, si seguirá apoyándolo en la junta directiva en lo referente a la incorporación de Gabriel. Con una mirada perspicaz, Tasio detecta de inmediato la jugada. Sabe que Irene ha sido enviada como emisaria, una pieza más en el tablero de estrategias que se disputa entre su padre, Pedro, y el propio Damián. Pero Tasio no está dispuesto a dejarse manipular.
Con claridad y sin rodeos, lanza su respuesta: “Dile a don Pedro que yo voy a votar según los intereses de la fábrica, no según las rencillas personales que haya entre él y mi padre.” Sus palabras no son solo una declaración, sino un manifiesto de independencia. Tasio se desmarca del eterno conflicto entre los dos patriarcas y se alinea con la lógica, el respeto y el bien común.
Para él, Gabriel no es un enemigo ni un intruso, sino un aliado inesperado que ya demostró su valía salvándolos de un pleito legal que pudo haber costado caro. Por eso, considera que su incorporación sería una ventaja real para la empresa. Es una decisión basada en hechos, no en resentimientos.
Irene, al escuchar su postura, no puede evitar reconocer su autonomía. Le dice, con honestidad, que es libre de votar lo que considere justo. Pero como buena conocedora del carácter de su hermano Pedro, también le lanza una advertencia velada: “A mi hermano no le va a gustar tu decisión.” Y entonces, con un tono más serio, le pregunta: “¿Es tu última palabra?”
Tasio no titubea. Reafirma su postura con más convicción que nunca. “Si mi padre y tu hermano quieren seguir peleando toda la vida, están en su derecho. Pero en este caso, que me dejen al margen.” No quiere ser parte de una batalla estéril que lo consume todo. Su compromiso es con la empresa, con la gente que trabaja día a día, no con los egos que arrastran décadas de reproches.
Sin decir más, da por terminada la conversación. Se gira, vuelve al trabajo, y deja claro que no habrá marcha atrás. Su decisión está tomada y no será negociable. Irene, que al principio llegó con la esperanza de hacerle cambiar de opinión, termina bajando la guardia. Asiente, resignada pero también admirada, y le dice con una sonrisa sincera: “Tienes más razón que un santo, de verdad.”
Esta escena, aunque aparentemente simple, revela una evolución profunda. Tasio, muchas veces considerado una figura más conciliadora o secundaria, toma aquí las riendas con firmeza. Demuestra que puede decir “no”, que puede pararse en medio del huracán sin dejarse arrastrar, que sabe diferenciar entre lo personal y lo profesional. Y sobre todo, que su voz, lejos de ser eco de los mayores, puede ser guía para un nuevo rumbo.
Pero lo que parece una pequeña conversación aislada es en realidad una grieta en el gran muro de tensiones que rodea a la fábrica y a las familias implicadas. La decisión de Tasio marca un punto de inflexión. Porque por primera vez alguien del núcleo se atreve a desobedecer las órdenes implícitas del linaje. Por primera vez, alguien se atreve a decir: “No me arrastren más en sus guerras. Yo elijo lo correcto.”
Lo que viene después, sin duda, será una reacción en cadena. Pedro, al enterarse, probablemente estalle de furia. Damián, por su parte, ganará un inesperado aliado en Tasio, aunque quizás con reservas. Pero más allá de las alianzas que se reconfiguren, lo que realmente resalta es la madurez de este gesto.
Tasio está dispuesto a pagar el precio de su autonomía. Sabe que su decisión no gustará, que traerá consecuencias, que quizás se le cierren algunas puertas familiares. Pero también sabe que hay algo más valioso: dormir tranquilo, sabiendo que actuó con justicia.
Y mientras los dos titanes —don Pedro y don Andrés— siguen peleando por el control, el respeto y los viejos agravios, alguien se ha atrevido a decir basta. Alguien ha entendido que el futuro no se construye con rencores ni lealtades ciegas, sino con decisiones valientes, humanas, coherentes.
En el fondo, este capítulo no trata solo de Gabriel ni de la empresa. Se trata de cómo romper con el legado de odio, cómo trazar un nuevo camino, cómo dar un paso al frente y decir: “Yo no voy a repetir la historia de ellos.” Y Tasio, silencioso y decidido, lo ha hecho. Mientras unos gritan, él avanza.
En Sueños de libertad, capítulo 341, las palabras ya no bastan. Las decisiones pesan más. Y en medio del fuego cruzado de los grandes, una voz sensata se alza y marca un rumbo distinto. Puede que los viejos nunca cambien, pero los nuevos sí pueden escribir una historia diferente.