Tras un fuerte enfrentamiento cargado de reproches y heridas aún abiertas, Seyran no ha podido más. Rota por dentro, ha buscado refugio en la inmensidad del mar, caminando sola por la orilla con las lágrimas cayéndole sin freno, como si cada ola arrastrara consigo parte del dolor que lleva dentro. La joven ha necesitado espacio, aire… y silencio para recomponer su corazón, ese que sigue latiendo por Ferit, pese a todo.
Minutos después, Ferit ha aparecido. Ya sin ira, sin máscaras, despojado de toda defensa. Ha llegado a la playa con el rostro sereno, pero con el alma hecha un nudo. La imagen de Seyran desolada, sola frente al mar, lo ha golpeado con una intensidad que no esperaba. Ha sentido la urgencia de sanar lo que él mismo ha roto.
—“No soporto verte así. Lo siento mucho… Nunca he querido a nadie en mi vida como a ti. Por eso no estoy acostumbrado”, le ha confesado, con la voz temblando entre la culpa y la ternura.
Seyran, aún con los ojos vidriosos, no ha tardado en responder, dolida por la falta de confianza que ha percibido en él.
—“¿No crees que en esta vida no querré a nadie más que a ti?”, ha dicho, como si le estuviera ofreciendo su corazón por última vez.
Ferit, con el pecho abierto en canal, ha bajado la guardia. Por primera vez, ha reconocido su propio caos.
—“Soy así. No sé si algún día cambiaré o podré hacerlo”, ha admitido, con una honestidad que pocas veces había mostrado.
Ambos han comprendido, en ese instante, que no podían seguir haciéndose daño. Que el amor que sienten no puede estar siempre a merced de sus miedos, ni de las inseguridades heredadas de su historia familiar. Son recién casados, sí, pero viven como dos almas desgarradas intentando quererse sin un manual.
Seyran le ha planteado una verdad tan cruda como real: si no empiezan a construir desde la confianza, todo lo que tienen podría venirse abajo. Que el amor no basta si no se cuida, si no se protege.
Y justo ahí, entre la brisa marina y la arena mojada, ha llegado el punto de inflexión. Sin decir más, Ferit se ha acercado y le ha besado con sinceridad, con una mezcla de arrepentimiento, deseo y promesa. Un beso que no ha pedido perdón, sino que ha sellado un pacto silencioso: volver a empezar. Amarse mejor. Apostar por ese “nosotros” que tanto les ha costado construir.
Después del beso, como si el mar los reclamara para purificarlos, ambos se han sumergido en las aguas frías y profundas. No han dicho nada. No hacía falta. Las miradas, las caricias, los gestos, todo ha hablado por ellos.
Ese baño ha sido más que una escena romántica: ha sido un bautismo emocional. Ferit y Seyran, mojados de pies a cabeza, se han reído, han jugado, se han abrazado… han vuelto a ser los dos chicos que, pese a los secretos y heridas, no pueden vivir el uno sin el otro.
Allí, en ese mar que ha sido testigo de su ruptura y reconciliación, han dejado atrás las dudas —al menos por ahora—, y han recuperado la esperanza de que lo suyo aún puede salvarse.
A su regreso a tierra firme, todavía empapados, han compartido un momento de complicidad silenciosa. Miradas largas. Suspiros aliviados. Y una promesa no dicha, pero entendida: esta vez van a luchar, juntos, por esa nueva vida que merecen.
Pero, como siempre ocurre en Una nueva vida, los momentos de calma traen consigo la amenaza de nuevas tormentas. ¿Podrán mantener esta unión cuando regresen a la mansión, donde los secretos acechan y los enemigos nunca descansan?
Por ahora, en esta playa testigo de su verdad, Ferit y Seyran han vivido su momento más íntimo, más humano y más real. Porque amar, en su caso, siempre será sinónimo de sobrevivir… juntos.