El silencio del cementerio se rompe con un grito desgarrador que estremece hasta las piedras. Ferit, destrozado por la pérdida de su hermano Fuat, no puede contener más la rabia, el dolor y la impotencia que lo consumen por dentro. En el funeral, rodeado por rostros de aparente luto pero corazones que él considera hipócritas, estalla con una furia pocas veces vista. Su voz, temblorosa pero firme, acusa directamente a Kazim y Saffet, a quienes culpa de la tragedia. Les lanza palabras cargadas de rencor: “¡Sinvergüenzas! ¡Ustedes solo han venido a burlarse del dolor de los Korhan!”. No hay filtros, no hay contención. Ferit es un hombre desgarrado, incapaz de fingir diplomacia cuando la pena le carcome el alma.
Kazim, intentando mantener la calma frente a semejante estallido, se acerca y trata de abrazarlo, pero Ferit lo rechaza con violencia, como si ese gesto fuese una ofensa más. Está a punto de levantar la mano y golpearlo. Sus ojos arden, sus manos tiemblan, la multitud contiene el aliento, y entonces… ocurre algo inesperado. Como si el destino hubiese esperado ese instante exacto para mover su ficha, una figura conocida pero ausente desde hace tiempo se abre paso entre los asistentes: el maestro Najib.
Su aparición es como un suspiro de calma en medio del caos. Con esa serenidad que siempre lo ha caracterizado, Najib toma la mano de Ferit en el instante en que este iba a golpear, y lo detiene. Sus ojos, firmes pero compasivos, se clavan en los de Ferit, y sin decir una palabra, logran lo que nadie más ha conseguido: frenar la tormenta que azota al joven Korhan. Es un momento casi místico, como si la sabiduría ancestral del maestro llegara justo cuando el alma de Ferit estaba a punto de quebrarse por completo.
Sin decir nada a los demás, Najib lo conduce hacia la terraza, lejos del bullicio, lejos de las miradas curiosas y los murmullos envenenados. Allí, en medio del silencio y el aire templado, Ferit se deja caer como un niño perdido. Ya no puede más. Y frente a su maestro, su guía, su consuelo de otras épocas, se derrumba y confiesa todo: su culpa por no haber hecho más, su rabia por la injusticia, su tristeza infinita por la pérdida de su hermano, ese compañero de vida que ahora se ha ido para siempre.
Najib lo escucha con la paciencia de quien conoce el dolor en todas sus formas. Y entonces, con la voz templada y llena de verdad, le ofrece una lección que Ferit no olvidará jamás:
“Duele, sí. Te arranca el corazón de cuajo. Pero así es el orden cruel del mundo, hijo mío. Todos venimos de Dios, y a Él regresamos. No hay consuelo que calme completamente este dolor… pero hay maneras de seguir viviendo con él.”
Ferit llora, pero esta vez sus lágrimas ya no son solo de rabia, sino también de catarsis. Siente, por primera vez desde la muerte de Fuat, que no está solo. Que su duelo, aunque feroz, puede ser compartido. Y que hay una fuerza silenciosa que se manifiesta en quienes nos aman de verdad, incluso cuando no dicen mucho.
Najib no intenta borrar el dolor, porque sabe que sería inútil. En lugar de eso, lo acompaña, lo honra. Y al hacerlo, le da a Ferit algo más valioso que una solución: le da comprensión. Le devuelve la dignidad perdida entre gritos, y lo reconcilia consigo mismo.
Mientras regresan lentamente al interior, Ferit camina distinto. Ya no es solo el joven impulsivo cegado por la pena, sino alguien que ha empezado, apenas, a comprender el misterio del dolor. La pérdida de Fuat lo ha marcado para siempre… pero también, en ese mismo instante de devastación, ha recuperado algo de sí mismo gracias a la sabiduría de Najib.
Aquel funeral, destinado a ser el día más oscuro de su vida, termina por convertirse en una encrucijada. Ferit aún no lo sabe del todo, pero ha comenzado un nuevo camino. Uno donde la rabia ya no grita tan fuerte, donde la culpa no lo devora por completo. Y todo porque un maestro, con solo un gesto y unas pocas palabras, logró tocar su alma en el momento más vulnerable.
Una nueva vida está naciendo dentro de Ferit. No sin dolor, no sin cicatrices. Pero con una semilla de esperanza sembrada por el único que supo llegar hasta él cuando más lo necesitaba.