La mansión Korhan ha quedado atrapada en un luto profundo desde que Orhan fue disparado. Aunque su cuerpo nunca apareció, la sangre derramada, los informes médicos y los testimonios de los presentes han sellado su destino: Orhan está muerto. Con esta certeza amarga, la casa se ha transformado en un mausoleo emocional. El silencio pesa más que cualquier grito, y el aire está impregnado de culpa, dolor y una angustia que no cede.
Gülgün, devastada, se consume lentamente en su rincón, negándose a aceptar lo irreversible. Cada mañana se detiene frente a la puerta del cuarto de Orhan, como si con solo abrirla pudiera devolverle la vida. Su mente se repite los hechos sin descanso, y su resentimiento hacia Halis Korhan crece sin freno. Lo culpa por no haber protegido a su hijo. Para ella, el patriarca, que siempre se jactó de controlar todo, falló en lo más importante. Y aunque Halis guarda silencio, su rostro cargado de culpa lo delata. La ausencia de Orhan lo ha dejado sin propósito. Todo el poder, todas las batallas, han perdido sentido.
Pero quien más se quiebra por dentro es Seyran. Aislada, hundida en su propio abismo, permanece encerrada con Suna. La muerte de Orhan ha removido heridas profundas, pero en su interior se libra una batalla aún más feroz. Suna, preocupada, nota que su hermana no responde llamadas. Cuando ve el nombre “Ece” en el teléfono de Seyran, un escalofrío recorre su espalda: ese número pertenece a Tarık.
La confrontación no se hace esperar. Tras un tenso silencio, Seyran se sincera. Cuenta que Tarık la contactó después de una sesión con el psicólogo, hablándole de un médico especialista en Londres que podría tratar su enfermedad. A pesar de su desconfianza, la esperanza de aferrarse a la vida fue más fuerte. Aunque su voz intenta mostrarse firme, Seyran aún camina por la cuerda floja entre el deseo de vivir y el miedo paralizante. Suna, al oírla, se emociona: cree que tal vez, solo tal vez, su hermana aún puede salvarse.
Mientras tanto, la tensión en el exterior no cesa. Şehmuz ha sido capturado, señalado como el asesino de Orhan, pero Mezide continúa desaparecida. Halis Korhan sabe que la verdadera amenaza sigue libre. La herida abierta en la familia no sanará tan fácilmente.
Ferit, por su parte, es un volcán a punto de estallar. La pérdida de su padre y la devastación de su madre lo han dejado al borde del colapso. Gülgün no habla, solo espera, inmóvil, mirando hacia la puerta como si Orhan fuese a volver. Ferit, impotente, permanece a su lado, pero también hierve de rabia. No soporta ver que el hombre que siempre se creyó invencible, su abuelo, no haya hecho justicia.
Finalmente, la ira se desborda. En medio de la noche, Ferit enfrenta a Halis Korhan con palabras que cortan como cuchillas: “Dices que tienes poder para todo… pero no puedes encontrar al asesino de tu hijo. ¡Quizás hasta permites que siga vivo!” Y más: “¿Cómo pudiste renunciar tan fácilmente a Orhan? ¡Él era tu hijo… y mi padre!” Las palabras de Ferit no solo rompen la calma aparente, también quiebran generaciones. Halis no responde. Por primera vez, su autoridad vacila. Ferit ya no lo reconoce como figura de poder. Se declara libre, dispuesto a hacer justicia con sus propias manos.
En ese clima de ruptura, Hattuç intenta intervenir. Pero Ferit está decidido. El fuego de la venganza ha nacido en él, y ya nada lo detendrá.
Mientras el yalı arde emocionalmente, Suna propone un plan inesperado: mudarse a Londres con Kaya para que Seyran pueda iniciar el tratamiento allí. Parecería una salida lógica, pero para-Seyran, Londres representa una ruptura total. Irse sería alejarse no solo del dolor, sino también de Ferit, de su hogar, de su historia. Aunque todos quieren verla sanar, en su corazón no está segura de querer marcharse. A veces, quedarse es el acto más valiente.
En medio de esta incertidumbre, Ferit entra en la habitación. Cansado, abatido, no dice palabra. Suna se marcha, dejándolos a solas. Ferit se sienta junto a Seyran, y por fin, el peso de la ausencia de Orhan se hace audible en su voz quebrada. Sus palabras recuerdan una despedida que nunca creyó definitiva. Seyran le toma las manos y, sin decir nada, lo abraza con el alma. Ese silencio es el único refugio que les queda. En sus miradas se cruzan las cicatrices que ambos arrastran. La muerte de Fuat, ahora la de Orhan… Ferit ya no tiene más lágrimas. Solo Seyran le da sentido a lo que queda.
En otro rincón del yalı, Halis Korhan, solo en su sillón, llama a İfakat. Le anuncia una decisión impensada: transferirle el control del holding. Ahora ella será la cabeza visible del imperio. İfakat ha esperado este momento durante años, pero en lugar de satisfacción, siente un peso tremendo. Sabe que este poder viene acompañado de un legado marcado por el dolor y la traición.
Esa misma noche, Gülgün recibe la visita inesperada de Hattuç. Pero no hay reconciliación. Gülgün explota. Acusa a Hattuç de la muerte de Orhan, de todas las desgracias de la familia. Llora, grita, se lanza contra ella, mientras Hattuç guarda un silencio sepulcral. No responde. Solo se marcha, sabiendo que ese dolor no se calma con palabras.
Ferit y Seyran, agotados emocionalmente, terminan dormidos juntos en el sofá. Han encontrado en el otro el único consuelo posible. Pero hacia la medianoche, Ferit se despierta y enciende el ordenador. Una página abierta lo sorprende: mapas de Londres, clínicas, alojamiento. Su mirada se tensa. Entrecierra los ojos. Algo no encaja… La sospecha se instala como un zumbido incómodo. ¿Seyran se irá sin decirle nada?
El capítulo 72 de Una nueva vida es un viaje desgarrador entre el duelo, la venganza y la esperanza. Todos, a su modo, enfrentan el abismo. Pero es Seyran quien está en el punto más alto del precipicio, debatiéndose entre una vida que aún not la convence… y un amor que podría salvarla. ¿Elegirá la muerte simbólica del exilio o se aferrará al amor para resucitar entre las ruinas? La decisión está por llegar. Y el tiempo corre.
¿Quieres que el próximo spoiler se centre en el viaje a Londres o en la venganza de Ferit?