Durante semanas, Nükhet ha sido la mujer perfecta: callada, agradecida, aparentemente frágil. Se ha movido por la mansión de los Korhan como una sombra amable, sin levantar sospechas, sin levantar la voz. Nadie en esa casa —ni Ferit, ni Halis, ni siquiera Ifakat— ha imaginado lo que realmente se esconde detrás de su sonrisa sumisa y sus gestos impecables.
Pero en el último capítulo de Una nueva vida, la máscara se ha caído. Y lo que había debajo es aterrador.
En una escena tan silenciosa como perturbadora, vemos a Nükhet frente al espejo, completamente sola. El gesto suave desaparece. La dulzura fingida se evapora. Con una mirada gélida, comienza a repetirse a sí misma una pregunta que hiela la sangre:
“¿Cómo estás?”
Lo dice una vez. Luego otra. Y otra. Cuatro veces, con voz cada vez más baja, más mecánica, más distante. No hay emoción. Solo un vacío inquietante que revela una mente al borde de algo grande… y muy peligroso.
Acto seguido, casi sin moverse, sin romper ese silencio espeso que la envuelve, Nükhet susurra un “muchas gracias” que suena menos a gratitud y más a un aviso: algo está por venir.
Saca del bolso una pastilla, se la toma con calma ritual y, mientras vuelve a mirarse en el espejo, pronuncia con una frialdad escalofriante:
“A vuestra salud, señoras.”
Es la frase que lo cambia todo. La mujer que parecía inofensiva, casi transparente, ha mostrado su verdadero rostro: una Nükhet calculadora, despiadada, y absolutamente consciente de cada uno de sus pasos. Ya no queda nada de aquella víctima silenciosa. Ha sido un papel. Un disfraz. Y el teatro se ha terminado.
La pregunta ahora es: ¿quiénes son esas “señoras” a las que brinda con ironía venenosa? ¿Ifakat? ¿Seyran? ¿La propia Suna? ¿O está hablando de todas las mujeres de la familia Korhan que alguna vez la subestimaron, la ignoraron o pensaron que podían controlarla?
Porque Nükhet no está aquí para agradecer nada. Está aquí para ajustar cuentas. Para vengarse. Y lo hará con estilo, con veneno, con inteligencia. No alzará la voz, pero sí las consecuencias.
Desde el principio, se ha movido como una jugadora de ajedrez: posicionando piezas, ganándose la simpatía de los demás, observando en silencio. Ahora sabemos por qué. Su plan lleva tiempo en marcha.
Y si alguien pensaba que su dulzura era una señal de debilidad, se ha equivocado por completo. La verdadera Nükhet no busca aprobación. Busca justicia… o venganza. Y no le importan los medios.
¿Qué ha vivido realmente esta mujer? ¿Qué le hicieron los Korhan para despertar este deseo de venganza? ¿Qué secretos guarda bajo esa apariencia tranquila?
Quizá la respuesta esté relacionada con su pasado aún desconocido. Quizá la pastilla que se toma no es una medicina… sino parte de un ritual, una preparación. Un símbolo de que ha tomado una decisión irreversible.
El gesto final frente al espejo no es casual. Es un acto de autoafirmación. Una despedida de la máscara. Y un saludo a su yo más verdadero, más oscuro y más peligroso.
La pregunta que queda en el aire es: ¿cuánto tiempo tardará en atacar? ¿Y quién será su primera víctima?
Porque la Nükhet que ahora se mueve por la mansión ya no es la misma. Es un lobo disfrazado de cordero, caminando entre quienes no tienen idea del huracán que está por desatarse.
Y como ya lo ha dicho, con una sonrisa contenida y un brindis envenenado:
“A vuestra salud… señoras.”
Que se preparen todos en la mansión.
Porque la guerra acaba de comenzar.