La historia de Leocadia de Figueroa, una figura sombría que ha recorrido como un espectro la historia de La Promesa, se revela por fin con toda su crudeza: un relato de obsesiones, crímenes y una venganza que se ha gestado en silencio durante décadas.

Todo comenzó en Cuba, en la segunda mitad del siglo XIX. El padre de Leocadia, un hombre humilde en busca de fortuna, emigró desde la península. Allí entabló amistad con Juan Izquierdo, el futuro padre de Cruz. Aunque nunca logró el éxito de su compañero, el destino de su hija, Leocadia, se entrelazaría para siempre con el de los Izquierdo. Leocadia nació en torno a 1871, el mismo año que Cruz, y creció como una sombra a su lado.

Desde su infancia, Leocadia estuvo unida a Cruz y Eugenia, compartieron institutriz, juegos y hasta tragedias. Cuando la madre de Cruz y Eugenia murió, Leocadia se convirtió en la compañera inseparable de Cruz, casi su sombra. Desde entonces, su obsesión fue creciendo. Admiraba a Cruz, pero también la envidiaba profundamente: su belleza, su poder, su magnetismo. Aquella amistad se transformó en una fascinación malsana.

En la adolescencia, las tres compartieron escapadas secretas desde la plantación de los Izquierdo, donde bailaban con esclavos y saboreaban una libertad que pronto les sería negada. Pero en 1886, con la abolición de la esclavitud, el mundo de los Izquierdo cambió para siempre. Las revueltas obreras los obligaron a abandonar Cuba y establecerse en Cádiz. Cruz encontró una nueva compañera: Petra. Mientras tanto, Leocadia permaneció en Cuba, junto a su padre.

Pero no tardó en volver. Ya para finales de los 80, Leocadia reapareció en la península. Desde entonces, estuvo presente en cada momento clave de la familia Izquierdo: el matrimonio de Eugenia y Lorenzo, el ascenso de Cruz como marquesa de Luján, la muerte de doña Carmen, y la llegada de Alonso. Siempre estaba allí, al acecho, al servicio de sus propios intereses.

Durante la década de 1890, Leocadia se relacionó íntimamente con dos hombres cruciales en la historia de La Promesa: Lorenzo, con quien tuvo una breve aventura, y el barón de Linaja, el padre de Cruz, un hombre peligroso y criminal. Leocadia fue amante del barón, y también su aliada en una red de crímenes que incluía extorsiones, asesinatos y robos en los alrededores de Los Pedroches.

Su presencia constante en la casa Luján le permitió conocer bien a todos sus habitantes, incluidos los sirvientes. Recordaba con claridad a Dolores, la doncella, y a su hija Mariana. Esta cercanía sería clave en uno de los capítulos más oscuros de la serie: el asesinato de Dolores y el robo de su hijo Curro.

En 1898, Leocadia fue la mente maestra del plan que acabaría con la vida de Dolores. Convenció al barón de que asesinarla y robar a su hijo era la única manera de que Eugenia pudiera ser madre. A su vez, buscaba eliminar a la amante del marido de Cruz, Alonso, y consolidar su influencia dentro de la familia. Fue un crimen frío y calculado. Aunque Cruz colaboró en el plan, según ella misma con reservas, fue Leocadia quien ideó cada detalle.

La verdad sobre este crimen se reveló mucho después, cuando Cruz se lo confesó a Hanna, la hija de Dolores. Pero Hanna, manipulada por Leocadia, no le creyó. Sin embargo, los espectadores sí vimos cómo Cruz enfrentó a Leocadia, echándole en cara la manipulación y el asesinato. Así, se confirmó que Cruz fue solo una pieza reticente de una maquinaria que Leocadia controlaba con precisión.

Durante esa época, Leocadia también quedó embarazada de un hombre poderoso y misterioso, cuya identidad nunca fue revelada. Cuando él la abandonó, se refugió en Cuba y allí dio a luz a Ángela, quien más tarde sería reconocida por el hombre con el que Leocadia se casó: un hombre influyente, rico y bien posicionado. Con él tuvo tres hijos más, y tras enviudar, Leocadia se dedicó a viajar, cultivar contactos y preparar su venganza definitiva contra Cruz.

Décadas más tarde, Leocadia reaparece en La Promesa con una agenda clara: destruir a Cruz y arrebatarle todo. La marquesa está ahora acorralada, acusada del asesinato de su nuera, y Leocadia aprovecha la ocasión. Se instala en el palacio junto a Ángela y su propio séquito, como el mayordomo Cristóbal, dispuesta a tomar el control.

Leocadia ha copiado el mismo método con el que Cruz se hizo con La Promesa tras la muerte de doña Carmen: influencia, dinero, manipulación. Pero esta vez, el objetivo es ella. Con cada movimiento, Leocadia se posiciona como la nueva matriarca. No lleva título, pero su presencia es más poderosa que cualquier marquesado.

Su ascenso es imparable, a menos que alguien logre detenerla. La historia de Leocadia es la de una mujer que ha vivido a la sombra del poder, que ha codiciado todo lo que Cruz tenía y que ha sido capaz de manipular, matar y mentir para conseguirlo. Ha sobrevivido a traiciones, al intento de asesinato ordenado por Cruz y ejecutado por Rómulo (quien la perdonó por estar embarazada), y ha vuelto más fuerte que nunca.

Ahora, en 1916, tras casi medio siglo de silencios, secretos y dolor, Leocadia está a punto de convertirse en la señora de La Promesa.
¿Lo logrará?
¿O alguien se atreverá, por fin, a desenmascararla?

Solo hay una forma de saberlo: seguir viendo La Promesa cada día.
Porque el pasado no está enterrado… está vivo. Y tiene nombre: Leocadia de Figueroa.