La soledad comienza a rodear a María como una niebla espesa. Lo que antes era certeza, ahora se tambalea. Siente cómo las personas que más le importan se alejan poco a poco, y el temor de quedarse sola vuelve a tomar el control. Pero hay un dolor que supera incluso al miedo: ver a Raúl, el hombre que ha significado tanto para ella, sonreír con otra mujer. Y no una cualquiera… Claudia.
El capítulo arranca con una decisión inesperada de Claudia. Tras una conversación íntima con Raúl la noche anterior, y al notarlo apagado, se propone devolverle la alegría. Con un pequeño regalo en la mano y una sonrisa en el rostro, se dirige hacia él. Cuando Raúl la ve llegar, no puede ocultar su sorpresa. “Tu tía ha salido a hacer unos mandados”, le dice, intentando anticipar la razón de su visita. Pero Claudia lo desarma de inmediato: “Lo sé. No vine por ella. Vine a verte a ti”.
Raúl, visiblemente desconcertado, baja la guardia solo un poco. “Después de lo que te conté ayer, pensé que no querrías volver a hablar conmigo”. Claudia se ríe con dulzura y lo tranquiliza: “Es una tontería. Me gustó escucharte. Me preocupas”. Raúl se siente vulnerable, torpe. No está acostumbrado a gestos como ese. Ella insiste, le entrega una cajita. Dentro, un coche de carreras a escala, idéntico al modelo con el que Raúl siempre soñó. Él sonríe de verdad. “Es justo el modelo que me gusta”, dice con asombro. Claudia le quita importancia: “Pasé frente a un escaparate y pensé en ti”.
Lo que ni Claudia ni Raúl sospechan es que María, desde el pasillo, lo ha escuchado todo. Cada risa, cada palabra, cada gesto. Y duele. Entra en la habitación con un comentario venenoso disfrazado de broma: “¿No estás un poco mayor para jugar con cochecitos?”. Raúl responde sin perder la calma: “Y demasiado pobre para tener uno real”. Intenta marcharse, pero ella lo detiene. “Espera… perdóname. Ayer me porté muy mal”. Raúl, con una mezcla de dolor y dignidad, le contesta: “No dijiste nada que no fuera cierto”.
María se desarma. Reconoce que volcó su frustración en él sin que lo mereciera. Le suplica que no le guarde rencor. Raúl, sereno, le dice que ya lo ha olvidado. Ella, entonces, le lanza una propuesta: “Si te pido que sigas enseñándome a conducir… ¿me dirías que sí?”. Él asiente sin dudar. María sonríe con picardía: “Mientras cada uno esté en su asiento, solo es una clase, ¿no?”.
Más tarde, en plena clase, la química entre ellos vuelve a surgir. “¿Qué tal lo hice?”, pregunta María. “Muy bien”, responde Raúl con sinceridad. María, entre risas nerviosas, comenta: “Así podrás librarte de mí”. Él intenta disimular, pero algo se rompe en su expresión. “Yo no he dicho eso”. Ella insiste: “Pero es lo que va a pasar, ¿no?”. Él calla. Entonces María baja la guardia por completo. “Esa era la idea… aprender para no depender de nadie. Pero voy a echar de menos estos momentos. Contigo puedo ser yo misma”.
Y esa confesión lo cambia todo. María habla desde la herida, desde la verdad: “En esa casa me siento atrapada. Nadie me quiere ahí. A veces siento que solo tú disfrutas de mi compañía. Al menos tú tienes a Claudia. Yo no tengo a nadie”. Raúl se muestra incómodo. “Claudia es una buena amiga…”. Pero María lo interrumpe, cargada de celos. “¿Solo una amiga? Porque que yo sepa, los amigos no se hacen ese tipo de regalos… salvo que fuera tu cumpleaños y no me enterara”.
Raúl responde con firmeza: “Yo sí creo que los amigos pueden tener detalles sin ninguna razón especial”. María, más directa que nunca, lo acorrala: “¿Y tú crees que ella solo te ve como un amigo?”. Raúl evita mirarla. “Por supuesto que sí. ¿Por qué tantas preguntas, doña María?”. Ella sonríe con intención. “¿Tú qué crees?”. Él no sabe qué decir. “La verdad, estoy confundido… ¿no estará usted celosa?”. “No sería tan raro”, replica ella acercándose. “No tengo que recordarte lo que pasó entre nosotros”.
Él intenta defenderse: “Tal vez debería recordarte que fuiste tú quien pidió distancia… No sé qué ha cambiado”. María, sin filtros, lo admite: “Me equivoqué. Sé que suena loco, pero contigo me siento bien. No quiero perder eso”. Raúl no sabe cómo reaccionar. La tensión es evidente. Intenta poner fin al momento: “Creo que ya es hora de volver”. Pero María no lo deja ir. Apoya suavemente su mano en su pierna. “¿Estás seguro de que quieres volver?”.
Raúl duda. “¿Y si mañana te arrepientes de todo esto?”. María no responde con palabras. Lo besa. Y en ese beso, todo lo contenido estalla: la pasión, el arrepentimiento, los celos, el deseo. Raúl responde. Por unos segundos, nada más importa. Ni Claudia, ni el pasado, ni los miedos. Solo el presente ardiente entre ellos.
Pero la pregunta queda en el aire: ¿Qué pasará mañana? ¿Es este un nuevo comienzo o una recaída peligrosa? ¿Puede María alejar a Raúl de la única persona que ha sabido cuidarlo sin pedir nada a cambio? ¿Y qué ocurrirá cuando Claudia descubra que ha sido testigo involuntaria de una traición?
El capítulo cierra en lo alto, con el corazón de los personajes al borde del abismo. Sueños de Libertad se sumerge de lleno en las emociones más crudas: los celos, el amor no resuelto, y ese momento en el que uno debe decidir entre el consuelo conocido… o lo que podría ser un nuevo amor.
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