“No era solo una sospecha. Era el principio de una guerra invisible.”
Begoña sube las escaleras con paso decidido, impulsada por un presentimiento que no puede callar. Cuando entra en la habitación de María, espera hallar alivio, respuestas, quizás complicidad. Pero lo que presencia es otra cosa. Por un instante —breve, pero revelador—, ve a María tocarse las piernas. Un gesto involuntario que no encaja con su supuesta parálisis.
Ambas se quedan en silencio. La atmósfera se espesa. María, en un acto de contención milimétrico, recompone su rostro con una sonrisa amable, casi perfecta. Pero sus ojos no sonríen. Hay una sombra que lo envuelve todo. Le dice a Begoña que está dispuesta a dejar el pasado atrás ahora que Andrés ha vuelto a su lado. Sus palabras suenan serenas, incluso agradecidas, pero algo chirría. Esa gratitud tiene el tono de una despedida encubierta.
Begoña baja las escaleras sin decir palabra. En el pecho, una incomodidad se enreda con la duda. ¿Y si María ha estado fingiendo todo este tiempo?
Mientras tanto, en la cocina, Irene se sienta frente a Digna. Su voz tiembla. Le habla de Damián, de esas miradas que no puede ignorar, de la atracción que arde aunque intenta sofocar. Pero también le confiesa el miedo. Miedo a repetir errores. Miedo a entregarse a alguien que no esté listo.
Digna escucha en silencio. Cuando habla, lo hace desde un lugar de heridas que ya cicatrizaron. Le dice que ella también amó a Damián, y que incluso sabiendo sus sombras, lo volvería a intentar. Porque a veces, el amor verdadero nace en la segunda oportunidad.
En otro ala de la casa, Damián encara a Manuela. Ya no puede soportar la duda sobre la partida de Raúl. Su tono es cortante, directo. Manuela no tarda en ceder, y con la voz baja revela la verdad: Raúl se marchó por culpa de María. No solo lo ilusionó, sino que lo humilló al final. Damián queda helado. Otra vez, el pasado se burla de él. La mujer en quien intentó confiar, otra vez, lo traicionó.
Sin poder callar más, irrumpe en la habitación de María y la enfrenta. Sus palabras son cuchillas: la acusa de manipuladora, de traicionarlo, de volver a jugar con todos. Pero entonces entra Andrés. Y con una firmeza que nadie esperaba, defiende a María. La respalda sin dudar, y su lealtad a ella deja a Damián sin aliento. No solo ha perdido el control. Ha perdido también a su hijo.
La fractura es total.
Mientras tanto, en la fábrica, Gabriel sonríe en silencio. Se acerca cada vez más a Cristina, su presencia se hace habitual, y sus palabras, cada vez más íntimas. Pero bajo esa cercanía, se esconde el verdadero golpe. Ha saboteado la edición especial del 25 aniversario. Cristina queda expuesta. No hay pruebas, pero el daño está hecho. Y lo peor: Gabriel no ha terminado aún.
Cristina, rota por dentro, enfrenta el desprecio de sus padres por querer ser química. Pero encuentra en Irene una aliada inesperada. Una mujer que también fue callada durante años y que ahora la protege como si se protegiera a sí misma.
En otro rincón, Teo sigue hundiéndose en un espiral de rabia y rebeldía. Sus palabras hieren a Gema, que empieza a romperse por dentro. Digna, desesperada, deposita su fe en Julia: cree que solo ella podrá llegar al corazón del niño.
Y como si eso no bastara, Tío le ofrece a Chema un “ascenso” que es, en realidad, un castigo disfrazado. Le propone irse lejos como transportista. Pero Chema no cae. Lo rechaza con dignidad. A su lado, Carmen alza la voz. No está dispuesta a permitir otra injusticia.
Todo se tambalea. Y nadie, absolutamente nadie, saldrá ileso de lo que viene.