En Sueños de Libertad, el capítulo 392 nos regala uno de los enfrentamientos más tensos y dolorosos entre Andrés y María, con Julia —la niña que ambos quieren proteger— en el centro del conflicto.

Todo comienza cuando Andrés, visiblemente inquieto, busca a María para pedirle unos minutos de su tiempo. No es una conversación casual: hay preocupación genuina en su mirada. De manera directa, Andrés le confiesa que está cada vez más intranquilo por el comportamiento de Julia. Algo en la niña ha cambiado, y aunque intenta convencerse de que todo está bien, no puede ignorar las señales.

María escucha en silencio, con la serenidad de quien siente que está haciendo las cosas bien. Con voz pausada, le responde que, desde su perspectiva, Julia está perfectamente. No percibe en ella nada alarmante. De hecho, le aconseja a Andrés que deje de mortificarse innecesariamente. Que a veces, dice María, los adultos proyectan sus propias inquietudes en los niños.

Sin embargo, Andrés no se conforma con esa respuesta. Sabe que María tiene buenas intenciones, pero también siente la responsabilidad de guiar a Julia más allá del juego y la diversión. “Tenemos que enseñarle que, además de disfrutar, debe aprender a cumplir con sus deberes”, le recalca con seriedad. Esta vez, su tono es firme, casi inflexible.

María intenta quitarle hierro al asunto, tomándoselo como una broma ligera. Con una sonrisa entre divertida y desafiante, le dice que siempre pensó que él era el “tío comprensivo”, el que dejaba pasar las travesuras. Pero Andrés no sonríe. No esta vez. Se mantiene imperturbable y le recuerda que ambos —él y María— tienen la misma responsabilidad: educar a Julia con valores sólidos.

Ese comentario hiere a María más de lo que muestra al principio. Deja escapar una risa amarga y, alzando la voz, lanza una pregunta cargada de reproche: “¿Qué valores pretende inculcar, Andrés? ¿Los de la mentira, la infidelidad y el daño, como usted y Begoña han demostrado?”

Sus palabras caen como un golpe seco. No es solo un desacuerdo sobre la educación de Julia; es un ajuste de cuentas personal. María no se guarda nada. Le señala que Julia no es una niña tonta, que percibe perfectamente el desprecio y las tensiones que la rodean, especialmente hacia María. Y que esos desprecios, esa falta de respeto, son precisamente lo que ha alterado el comportamiento de la pequeña.

Con la voz quebrada por la emoción, María defiende el esfuerzo que está haciendo por cuidar, proteger y educar a Julia en medio de un entorno envenenado por secretos y traiciones. Cada palabra suya destila dolor, el dolor de no sentirse reconocida, de ser juzgada injustamente. Esperaba de Andrés comprensión, apoyo… pero en su lugar, solo recibe críticas.

Andrés, lejos de suavizar su postura, la acusa de victimizarse. De manipular la conversación para presentarse como la mártir de la historia. María niega con la cabeza, dolida. “Estoy hablando desde el corazón”, afirma con voz temblorosa. Pero Andrés, cegado por su propia frustración y desconfianza, sigue viéndola a través de un prisma distorsionado.

El diálogo, que comenzó como un intento de acercamiento, se convierte en una dolorosa constatación de lo lejos que han llegado uno del otro. Ambos terminan admitiendo, entre miradas tristes y palabras a media, que ya no se conocen, que ya no se entienden como antes. Lo que alguna vez fue una conexión fuerte, ahora son solo ruinas marcadas por heridas que ninguno sabe cómo sanar.

La escena final de esta conversación deja en el aire un sabor amargo. No hay reconciliación, no hay alivio. Solo la certeza de que entre Andrés y María han surgido grietas demasiado profundas. Y mientras ellos se enredan en reproches y viejos rencores, Julia, la verdadera víctima de sus desencuentros, sigue creciendo en un ambiente donde el amor está empañado por la desconfianza.

El capítulo 392 de Sueños de Libertad nos muestra que, a veces, las mejores intenciones no bastan para salvar una relación cuando el pasado aún pesa demasiado. Y que los que más sufren son, tristemente, aquellos que menos culpa tienen.

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