En el capítulo 350 de Sueños de Libertad, las tensiones familiares, los celos y las traiciones silenciosas se convierten en el epicentro de una jornada llena de emociones intensas y revelaciones inesperadas. Todo comienza con una caminata matutina de Don Pedro, interrumpida por Gabriel, que ha solicitado una reunión urgente con él. Pero antes de que pueda decir una palabra, Don Pedro le propone algo inesperado: ser el nuevo secretario de la junta directiva, además de abogado de la empresa. Gabriel, sorprendido pero dispuesto, acepta.
Sin embargo, el ambiente se tensa cuando Gabriel intenta convencer a Don Pedro de no seguir adelante con la denuncia contra Diosdado, el hombre que intentó robar medicamentos para su hija enferma. Don Pedro, firme y autoritario, rechaza la propuesta. No está dispuesto a mostrarse débil ante la opinión pública, aunque Gabriel le advierte que insistir en el juicio podría volverse en su contra. La tensión entre ambos crece cuando Don Pedro insinúa que Gabriel está siendo influenciado por Begoña, lo que el joven niega tajantemente, alegando que solo actúa en defensa de los intereses de la empresa.
Más tarde, Gabriel se refugia en el despacho de Damián buscando algo de paz. Allí aparece Begoña, que, notando su expresión abatida, entabla una conversación íntima con él. Gabriel, agotado emocionalmente, le confiesa que está decepcionado de Don Pedro. Ella, con amargura, le responde que ya no espera nada de nadie, que aprendió a no confiar. Él, con ternura y sinceridad, le dice que cree que ella ha apostado mal, pero que aún hay personas que valen la pena. Gabriel le revela que ha tratado de frenar la denuncia contra Diosdado, no porque ella se lo pidiera, sino porque lo sintió justo.
Lo que no saben es que Andrés los está escuchando desde el otro lado de la puerta, oculto, en silencio, y con el corazón retorciéndose con cada palabra de complicidad entre ellos. Gabriel le asegura a Begoña que cuando llegue el juicio, no pondrá obstáculos y que hará todo lo posible para suavizar la pena. Begoña, visiblemente conmovida, le agradece con una sonrisa sincera. Se genera entre ellos un momento de complicidad tan cálido como inesperado. Gabriel bromea, y ella responde con ternura. Lo que empieza a crecer entre ambos va más allá de las palabras.
Poco después, en la cocina, Andrés aparece en medio de una conversación entre Begoña y Manuela. Cuando la criada se retira, intenta hablar con Begoña, pero ella, incómoda, quiere marcharse. Andrés la retiene, preguntándole si lo está evitando. Ella, sin rodeos, le responde que no depende solo de ella. Él insiste, diciendo que, aunque las cosas estén mal entre ellos, sigue estando ahí si lo necesita. Pero Begoña le lanza una verdad dolorosa: cuando realmente lo necesitó, él no estuvo.
Con voz firme, le cuenta que ella y Luz fueron quienes ayudaron a la hija de Diosdado, que él no movió un dedo, y que eso la decepcionó profundamente. Andrés, a la defensiva, intenta justificarse con las cargas que lleva: el trabajo, la presión, María… Pero ella no le da tregua. Le dice que lo que más le duele no es que haya fallado, sino que ya no queda nada del hombre que ella conoció.
Él intenta defenderse, reclamando que no le ha dado una nueva oportunidad. Pero Begoña es clara: se la dio, como todos, y él no la supo aprovechar. Y entonces, lanza la frase que enciende la chispa: “Ya no te voy a pedir nada más, porque hay alguien que sí ha querido ayudarme”.
Andrés se llena de rabia y lanza una acusación cargada de celos: “Seguro que es Gabriel.”
Begoña, sin ocultarlo, lo confirma: Gabriel ha sido valiente, ha tenido ideas y, sobre todo, ha hecho el intento de ayudar, cosa que él nunca hizo.
Andrés, mordido por la envidia, la interroga: “¿Y no crees que lo hace para quedar bien contigo? ¿No se te ocurrió que puede tener otra intención?”
Begoña, harta de su desconfianza, le responde con contundencia: Gabriel tuvo el valor de enfrentarse a Don Pedro, sabiendo que podía costarle su puesto, algo que Andrés jamás se atrevió a hacer. Ella no cree en dobles intenciones, sino en acciones concretas, y las de Gabriel han hablado por sí solas.
Andrés, desbordado por los celos y la inseguridad, lanza su último dardo: “Gabriel no solo se enfrenta a Don Pedro, también se está ganando el afecto de la mujer de la casa.”
Begoña estalla. Le grita, exigiéndole que diga qué le pasa con Gabriel. Andrés entonces insinúa que Gabriel es también el responsable del conflicto con el prometido de Cristina, pero Begoña defiende a Gabriel con una fuerza que descoloca a Andrés: “Se besaron, sí. Pero él no hizo nada más. Y, a diferencia de muchos, ha intentado corregir sus errores.”
Con esa declaración final, Begoña se marcha con paso firme, dejando a Andrés solo, envuelto en rabia, impotencia y una profunda tristeza. Murmura para sí mismo, destrozado: “¿Quién soy yo para dar lecciones?”
Este capítulo es una explosión de emociones contenidas, donde los celos de Andrés lo llevan al borde del abismo emocional, mientras Gabriel se consolida como una figura cada vez más cercana a Begoña. El triángulo amoroso se intensifica, los secretos salen a la luz, y el amor, el poder y la lealtad comienzan a desdibujarse en un escenario cargado de tensión.
¿Está Gabriel ganando más que solo influencia en la casa? ¿Será este el fin de la historia entre Begoña y Andrés?
Capítulo imperdible. El fuego ya está encendido… y va a arder.