Las máscaras empiezan a caer en Sueños de Libertad, y en este episodio, la tensión se dispara cuando Irene se ve obligada a cuestionar todo lo que creía saber sobre uno de los hombres más confiables de la empresa: el misterioso señor Rojas. Lo que parecía ser una visita inocente a la fábrica, termina convirtiéndose en el principio de una peligrosa revelación.

Todo comienza cuando Irene decide contactar nuevamente al supuesto asesor de riesgos laborales, esta vez con la intención de presentarle una oferta profesional. Su amiga Mirta Pérez está buscando a alguien con experiencia, y cree que Rojas es el candidato ideal. La reunión se realiza en la empresa, y el hombre llega como siempre: tranquilo, sonriente, con ese tono sereno que usa para inspirar confianza.

—Espero que no haya ninguna queja sobre mi trabajo en la colonia —bromea él con naturalidad.

—Irene le contesta con una sonrisa educada—. Queja, para nada. Su gestión fue excelente, por eso mismo lo he llamado. Mi amiga desea contar con alguien como usted.

Rojas asiente, aunque su mirada parece perderse brevemente en pensamientos oscuros. Cuando Irene menciona el nombre de Mirta, él asegura reconocerlo, pero su respuesta carece de la firmeza habitual. Algo no encaja, y eso no pasa desapercibido para Cristina, quien observa la escena desde la distancia.

Una vez finalizada la conversación, Cristina se aproxima a Irene con cautela. —Perdona que interrumpa, ¿ese hombre con el que hablabas… trabaja aquí?

—Sí —responde Irene—, es asesor laboral, especializado en seguridad.

Pero Cristina no puede callar lo que ha visto. —Creo que es el mismo hombre que chocó con mi novio hace unos días… y anteayer estuvo en mi edificio preguntando cosas. Dijo que buscaba alquilar, pero preguntó demasiado por los vecinos. Fue raro.

Las palabras de Cristina golpean a Irene con fuerza. Algo se activa en su interior. Recuerda las advertencias de su hermano, quien aseguraba estar siendo vigilado. En su momento, Irene descartó sus sospechas: había revisado el currículum de Rojas, contactado a las empresas en las que supuestamente trabajó… todo parecía correcto. Pero ahora, la duda se reabre como una herida mal cerrada.

La semilla de la desconfianza germina rápidamente. Movida por la inquietud, Irene toma una decisión que podría cambiarlo todo: seguir en secreto a Rojas.

Lo observa de lejos, camina sin ser vista, hasta que lo ve entrar a un parque. Allí, oculto entre los árboles, el supuesto asesor se encuentra con un desconocido. Irene se detiene entre los arbustos, conteniendo la respiración. Lo que presencia es imposible de ignorar: Rojas le entrega un sobre al hombre —un sobre que parece contener fotografías— y, a cambio, recibe discretamente un fajo de billetes.

Irene se siente traicionada. Todo en su interior grita que ese hombre ha estado mintiendo. Ya no hay dudas. Él no es quien dice ser.

Decidida a enfrentarlo, Irene lo sigue cuando el otro hombre se marcha. Lo alcanza y se planta frente a él con firmeza.

—Irene —dice él, fingiendo sorpresa—, ¿qué hace usted por aquí?

—Eso debería preguntárselo yo —responde ella, fría como el hielo—. No parecía tener tanta prisa por ir a Aranjuez.

—Sí… claro —titubea—. Iba para allá, pero antes tenía que ver a un cliente aquí.

—¿Otro cliente? —Irene lo interrumpe—. ¿Otro cliente como detective privado? Porque lo acabo de ver. Créame, no parecía una charla sobre seguridad laboral.

La fachada de Rojas empieza a desmoronarse. Aun así, intenta defenderse: —Mire, no sé qué ha visto o escuchado, pero tomar fotos de unas máquinas no me convierte en Sherlock Holmes.

—No me subestime —responde ella, dando un paso más cerca—. Usted nunca fue solo un asesor. Su trabajo en Perfumerías de la Reina era una fachada. Lo enviaron a espiar a mi hermano, ¿verdad?

Rojas niega, intentando escapar de la presión. Pero Irene no le da tregua:

—Fue Damián de la Reina quien lo contrató. ¿Me equivoco? Le pagó para encontrar algo con qué hundir a mi hermano. Por eso le interesaba tanto la venta a los italianos. Y ahora está siguiendo a Cristina Ricarte.

El rostro de Rojas se endurece. Finge ignorancia. —Cristina Ricarte, no sé quién es.

—Pues para no saberlo, bien que estuviste en su edificio, preguntando por ella y su familia —lo acusa Irene con el tono de alguien que ya no busca respuestas, sino verdades.

—No puedo seguir perdiendo el tiempo con esta historia de novela —responde con sarcasmo, tratando de dar por terminada la conversación.

—Irene se mantiene firme—. No me he inventado nada, y usted lo sabe. ¿Qué tiene que ver Cristina en todo esto? ¿Qué están ocultando?

La tensión alcanza su punto máximo. Rojas, molesto y acorralado, deja de fingir amabilidad. —Le dije que le enviaría el contacto de otro experto en seguridad, pero creo que le vendría mejor el de un buen psiquiatra. Buen día.

Y con eso, se da la vuelta y se marcha, dejando a Irene plantada, con la mente en ebullición y el corazón lleno de sospechas. Pero hay algo que sí ha ganado: una certeza dolorosa, pero poderosa. Está más cerca que nunca de la verdad.

¿Qué papel juega realmente Cristina Ricarte en esta red de secretos? ¿Quién es en realidad el falso asesor? ¿Y qué tan lejos llegará Damián de la Reina para destruir a su hermano?

El rompecabezas comienza a encajar, pero cada pieza descubierta revela una trama más oscura. No te pierdas el próximo episodio, porque las mentiras no pueden ocultarse para siempre… y la verdad, aunque duela, está cada vez más cerca.

Déjanos tu teoría en los comentarios. ¿Crees que Irene logrará destapar toda la verdad antes de que sea demasiado tarde? ¡Nos encantará leerte!