Las noticias caen como relámpagos sobre la vida de los protagonistas, y en Sueños de Libertad, el capítulo 325 no es la excepción. El golpe más duro lo recibe Andrés, que queda devastado al saber que María ha perdido la movilidad en las piernas. Esa caída, la misma que lo ha atormentado desde que ocurrió, ahora adquiere un peso insoportable. Ya no es solo una escena traumática del pasado: se ha convertido en una condena presente. Y Andrés, atrapado entre el remordimiento, el miedo y una inexplicable necesidad de redención, empieza a tomar decisiones que podrían destrozar su vida… y la de Begoña.
La tensión se palpa desde la primera escena, cuando Begoña irrumpe en el despacho de Damián con una noticia que paraliza a todos: “María no puede mover las piernas”. La voz de Begoña tiembla. Marta y Damián, que estaban sumidos en una conversación aparentemente banal, quedan congelados. El aire se vuelve espeso, el tiempo parece detenerse. Marta, con esa mirada fría y calculadora que ya conocemos, lanza una advertencia: si María decide denunciar a Andrés, las cosas pueden tornarse muy oscuras.
—¿Tú de verdad crees que María sería capaz de eso? —responde Begoña, todavía en shock—. Fue un accidente, y así lo diría.
Pero Marta no cede. Con ese tono que mezcla realismo y desconfianza, sentencia: “María y la realidad nunca se han llevado bien, Begoña.” Si todo se complica, Ramayo, el abogado, tendrá que intervenir.
Damián ya ha hablado con él. Sabe que no solo se trata de una posible denuncia. Es algo mucho más profundo: el destino de Andrés ha cambiado. Ya no puede vivir como si nada. Le guste o no, tendrá que hacerse cargo de su esposa, esa misma mujer a la que un día decidió sacar de su vida. Marta protesta. Recuerda todo el daño que María causó, sobre todo a su hermano. Pero Damián, más sereno, también percibe la grieta que se abre entre Andrés y Begoña, y cómo esta tragedia amenaza con separar lo que apenas empezaba a unirse.
La noche cae como un telón de sombra. Andrés, con el corazón en un puño, se dirige al hospital. Sus pasos resuenan en los pasillos solitarios, iluminados por luces tenues. Cuando llega a la habitación, la ve: María está despierta, con la mirada perdida en el techo, los ojos llenos de tristeza y un silencio que grita más que cualquier palabra.
—Luz me contó lo que dijeron los médicos… —empieza Andrés, intentando sonar firme—. Lo siento mucho, de verdad.
Pero María lo detiene con una puñalada directa:
—No mientas. Lo único que sientes es que no morí en la caída. Así podrías casarte con ella sin culpa… sin obstáculos.
La acusación es brutal. Andrés niega, le suplica que no diga eso, que fue un accidente, que haría cualquier cosa por retroceder el tiempo. Pero María no cede. Está herida, furiosa, derrotada y, sobre todo, desconfiada. Lo mira a los ojos y le lanza una pregunta que retumba en la habitación:
—Viniste porque tienes miedo. Miedo a que te denuncie.
Andrés la mira, herido, pero no pierde la compostura.
—No es cierto. Pero si pensarlo te ayuda, no voy a impedírtelo.
Y entonces viene el giro más tenso de la conversación.
—Entonces, ¿reconoces que me empujaste?
—Yo no te empujé y tú lo sabes —responde Andrés con firmeza—. Pero sí me siento responsable. Fui yo quien dejó que esto llegara tan lejos. Yo te obligué a irte…
María baja la mirada. El enojo se mezcla con la resignación. ¿Para qué denunciarlo? Nadie le creería. Y verlo en prisión no cambiaría nada.
—¿Qué vas a hacer conmigo ahora?
Andrés se acerca con cautela. Sus palabras son suaves, pero firmes.
—Voy a llevarte de nuevo a casa.
María lo mira, atónita, como si escuchara una locura.
—Dame una sola razón para creerte.
Él se sienta junto a la cama, la mira con ternura inesperada.
—Porque a pesar de todo, te voy a cuidar. Me aseguraré de que no te falte nada.
Pero María, aunque conmovida, no deja caer sus defensas. Le reprocha que ahora, cuando ya no puede caminar, venga a ofrecerle el cariño que le negó durante años. Andrés niega suavemente. No la va a dejar sola en el hospital.
Y entonces ocurre algo que nadie veía venir: María, con los ojos húmedos, le pide que lo jure. Que jure que en un mes, en un año, seguirá pensando igual. Andrés le toma la mano con cuidado y se lo jura.
En ese instante, el tiempo se detiene. Las palabras se evaporan, y lo único que queda es la pregunta que arde en el corazón de todos los espectadores:
¿Andrés está realmente dispuesto a dejarlo todo por cuidar a María? ¿O solo quiere lavar su conciencia para poder seguir adelante con su vida sin culpa?
¿María podrá perdonar o usará su dolor como un ancla para retener a Andrés? ¿Lo manipulará desde el dolor y la dependencia? ¿O es verdad que ya no le queda más que resignarse?
Y, sobre todo… ¿qué hará Begoña cuando se entere de que María volverá a casa? ¿Hasta dónde llegará el amor… y la paciencia?
Sueños de Libertad se sumerge en un capítulo cargado de emociones a flor de piel, con personajes rotos que intentan construir algo con los pedazos de sus errores. El drama, la tensión moral y el conflicto entre el deber, el amor y la culpa se entrelazan en un episodio inolvidable que marca un antes y un después.
Déjanos en los comentarios qué crees que pasará. ¿Andrés está siendo noble o simplemente cobarde? ¿María será víctima o verdugo emocional? ¿Y qué papel jugará Begoña en esta nueva tormenta?
Muy pronto regresamos con otro adelanto exclusivo. ¡Nos encanta leerte!