“¿Has movido el pie, María?” La pregunta resuena en la habitación como un disparo en plena calma. Gabriel no está bromeando. Lo ha visto. Lo sabe. Y aunque María intenta disimular con una sonrisa nerviosa, el silencio tenso que sigue lo confirma todo.
Ella lo niega al principio. Dice que se resbaló, que fue un gesto reflejo. Pero su voz tiembla y su mirada no sostiene la mentira. Gabriel, con los ojos clavados en ella, insiste: “Sé perfectamente lo que vi.”
Entonces ocurre lo inevitable. María baja la mirada y lo admite. Sí, ha comenzado a sentir algo en el pie. Un cosquilleo, un impulso. Algo que no debería estar allí… pero que está. No sabe si es una señal de recuperación real o simplemente un falso aviso, pero lo cierto es que su cuerpo ha empezado a responder.
La revelación no es alegría. Es pánico.
María le suplica a Gabriel que baje la voz. Nadie puede enterarse. Ni Damián. Ni Andrés. Nadie. Porque si descubren que está mejorando, si sospechan que pronto podrá caminar, perderá su lugar en esa casa. Su debilidad es su única protección. Si vuelve a ser fuerte, volverá a ser peligrosa. Y todos la querrán fuera.
Gabriel la observa, y en sus ojos se enciende algo más que compasión. Ve la oportunidad. La alianza que tanto ha cultivado con María está a punto de sellarse con sangre y secretos. Le asegura que puede confiar en él, que está de su lado.
Y como prueba de ello, se jacta de su último triunfo: ha recuperado el lirio de porcelana que él mismo había roto, obligando a Damián a pagar por ello. Una pequeña venganza simbólica, sí, pero efectiva. Un movimiento que suma puntos en su carrera hacia el poder.
Luego le suelta la bomba: Anton Grosar, su aliado, está a punto de hacerse con la empresa. Y cuando eso ocurra, Damián quedará fuera. Por fin podrán vengarse de todo. Gabriel habla con una convicción febril. Cree en su plan, y más aún, cree en María como pieza clave del juego.
Pero hay una condición: “No puede haber secretos entre nosotros.” Le exige que guarde silencio sobre lo que ha visto. A cambio, él también promete no delatarla.
María acepta. Pero con una condición propia.
Le pide algo que puede cambiarlo todo: una cita secreta con el mejor neurólogo. Necesita saber si esa leve señal en su pie es real. Si hay esperanza. Si puede volver a caminar.
Gabriel no lo duda. Le promete que lo hará. Le jura que volverá a caminar. Que lo lograrán juntos. María, por primera vez, lo mira con los ojos llenos de algo distinto: no miedo, no ambición… esperanza.
Pero debajo de esa complicidad, se esconde una tormenta. Porque lo que han sellado no es solo un pacto de silencio. Es una conspiración. Una guerra encubierta. Una alianza basada en la necesidad y en el poder.
Y cuando una verdad tan peligrosa como esa se mantiene en secreto… el estallido es solo cuestión de tiempo.