En el capítulo 308 de Sueños de Libertad, los intereses ocultos y las batallas por el poder empresarial estallan con una intensidad que sacude hasta los cimientos de la familia. Esta vez, el centro del conflicto es Julia… o, más bien, las acciones que heredó y que todos parecen querer controlar. El episodio abre con Don Pedro en su oficina, conversando con su hermana sobre el caso de Miranda, pero lo que parecía una charla tranquila se convierte en una confrontación inesperada: Andrés entra de forma abrupta y lo encara sin rodeos.

—Imagino que estará feliz —dice Andrés con tono ácido—. Ya me enteré de su última jugada con María.

Pedro, tranquilo pero altivo, responde sin negarlo:

—Si hablas de mi interés por comprar las acciones de Julia, no es ningún secreto.

Pero Andrés va más allá. Lo acusa directamente de intentar quedarse con todo el control de la empresa, de orquestar una maniobra encubierta aprovechando la frágil situación emocional de María. Sin embargo, el empresario no se inmuta y alega que no tuvo nada que ver con la decisión del tribunal eclesiástico sobre la anulación del matrimonio. Andrés, visiblemente molesto, le recuerda que, como esposo, podría haber frenado la venta. Pero Pedro, hábil y frío, le lanza un recordatorio legal: si María no puede gestionar las acciones por sí sola, estas pasarían directamente a la empresa Brosart, tal como estipula el testamento de Jesús.

—Pues mejor que eso ocurra —le responde Andrés—, antes que verlas en sus manos.

El duelo verbal continúa y Pedro intenta suavizar la situación apelando a que ambos desean lo mejor para-Julia. Pero Andrés, firme, no se deja manipular. Asegura que el futuro de la niña no corre peligro, pero el de Pedro sí podría estar en juego si sus planes salen mal.

Entonces, en un intento de aparentar cordialidad, Pedro menciona con sorna que pronto será su tío, en alusión a su inminente boda con Digna. Andrés, sin esconder su desprecio, responde que espera que su tía abra los ojos a tiempo.

—Si de verdad quiere ayudar a Julia, debería actuar como lo hizo cuando su hijo estuvo en peligro: no hacer nada —le espeta Pedro, cruzando una línea.

Andrés, herido pero más decidido que nunca, le lanza una amenaza: mientras él esté vivo, Pedro no se saldrá con la suya.

Tras esta conversación cargada de tensión, Andrés se reúne con Marta y Damián. Ambos quieren saber si realmente dejará que Brosart compre las acciones o si solo intenta presionar a Pedro. Andrés aclara que prefiere a los franceses antes que a Pedro, aunque eso implique riesgos.

—Pero Brosart siempre quiso absorber la empresa —advierte Damián—. Y si le facilitamos el camino, podrían destruir todo lo que construyó Jesús.

Marta recuerda que incluso Jesús fue contratado por ellos en el pasado, y que cederles las acciones sería darles demasiado poder. A pesar de los riesgos, Andrés no sabe cómo convencer a María de no vender. Damián le recuerda que la oferta de Pedro es muy tentadora, pero cree que María solo busca hacerles daño al rechazar su propuesta.

—Todavía no ha vendido —señala Marta con esperanza—. Tenemos una oportunidad.

Pero para-Andrés y Damián, convencerla parece una tarea imposible. Damián, sin embargo, lanza una idea arriesgada: si no pueden hacer entrar en razón a María, tal vez puedan lograr que Pedro retire su oferta.

—Eso es aún más difícil —dice Marta.

—Lo sé —responde Andrés—, pero no hay muchas opciones.

Entonces, Damián decide actuar por su cuenta y acude a casa de Digna. Ella le abre la puerta, pero se mantiene firme y distante. Damián no se deja intimidar. Le dice directamente que no está de acuerdo con la intención de Pedro de quedarse con las acciones de Julia.

—Si tienes un problema con él, arréglalo directamente —responde Digna, cortante.

Pero Damián insiste: Andrés ya lo intentó y fracasó. Por eso ha ido a verla, porque sabe que a ella también le importa el futuro de Julia.

—Convéncelo tú —le pide—. Haz que desista.

Pero Digna, aunque le duele, se niega. Asegura que no ve mal la propuesta de Pedro, ya que él ha prometido pagar el doble por las acciones, lo que aumentaría el patrimonio de la niña. Sin embargo, Damián la frena en seco:

—¿Vas a dejar en sus manos todo el legado de tu nieta?

Digna asegura que Pedro le prometió que esas acciones serán parte de la herencia de Julia. Pero Damián le advierte: no puede confiar ciegamente en él. Pedro podría venderlas después a quien quiera, si le conviene. Digna se molesta y le prohíbe que hable mal de Pedro. Pero Damián, firme, le recuerda que no está detrás de las acciones por codicia, sino porque es el abuelo de Julia y siempre ha velado por su bienestar.

—Haz tú lo mismo —le dice—. Lucha por ella.

Incluso le propone una solución inesperada: que los Merino compren las acciones. Digna se queda sorprendida.

—¿Cómo haríamos eso, si Pedro paga el doble?

—Yo pondré el dinero que falte —responde él, decidido.

Digna se ríe con amargura. Cree que todo esto es un intento encubierto de volver a controlarla, de forzarla a dejar a Pedro o incluso de reconquistarla. Damián, dolido, le deja claro que solo quiere que Julia esté protegida, que el legado de Jesús no caiga en manos del hombre equivocado.

—Con o sin mi ayuda —le dice—, no me opondré a que tu familia tenga las acciones. Pero Pedro nunca haría lo mismo.

El episodio concluye con esta tensión flotando en el aire: Pedro maniobrando para quedarse con el control de la empresa, Andrés decidido a impedirlo a toda costa, y Damián apelando al corazón de Digna para proteger a su nieta. En Sueños de Libertad, el dinero, el poder y el pasado se entrelazan en un conflicto donde lo que está en juego es mucho más que unas simples acciones… es el destino de toda una familia.