La tormenta por fin ha estallado en Sueños de libertad, y sus consecuencias son devastadoras para todos los involucrados. El episodio arranca con la confesión más brutal que María jamás habría imaginado: mientras duerme, Andrés murmura un nombre que la hiere como una daga. “Begoña… no”, susurra entre sueños, y esas palabras golpean a María con la fuerza de una traición.

Despierta en medio de la noche, enfrentando a Andrés sin anestesia: ¿Todavía la amas? Él, incapaz de sostener la mentira, responde con la verdad más incómoda: “Sí… pero con el tiempo podré olvidarla”. Esa frase no consuela; arde. María se rompe, pero no cae. Como una reina herida, decide que si no puede tener su corazón, lo atará con cadenas invisibles.

Mientras tanto, la tensión en casa de los Merino también se desborda. El pequeño Teo encuentra por accidente las pastillas cardíacas de Gema y revive el trauma de la muerte de su abuela. Su reacción violenta en la escuela alerta a sus padres: Gema y Joaquín entienden que no pueden seguir ocultando la verdad ni a su hijo ni entre ellos.

En otro rincón del pueblo, Claudia, Raúl y Chema protagonizan un triángulo emocional cada vez más incómodo. Raúl, con dudas sobre su contratación, enfrenta a Claudia, pero antes de obtener respuestas claras, Chema irrumpe con una disculpa inesperada que congela el ambiente. Las heridas están expuestas, pero ninguna termina de cerrarse.

En la fábrica, la tensión sube entre Cristina y Beltrán. Él no tolera que ella priorice su trabajo, y su actitud dominante la empuja a cuestionar si realmente quiere casarse con un hombre que la ahoga. El enfrentamiento se agrava, y Cristina empieza a preparar una salida. Una pausa, sí, pero también una declaración de independencia.

Pelayo, por su parte, avanza a paso firme hacia el juego sucio de la política. Aunque Marta lo cuestiona, él ha cruzado la línea y ha sellado un pacto con Don Pedro. Las consecuencias aún están por verse, pero el precio será alto.

En medio de tantas tormentas, Begoña y Luz rescatan un poco de humanidad al ayudar a Sandra Diosdado, hija del ladrón del dispensario. Su gesto solidario contrasta con las estrategias frías que se cuecen en la sombra.

Y es ahí donde emerge el plan más oscuro del episodio: Gabriel y Damián se alían para sacar a María de la empresa alegando inestabilidad mental. Tienen informes, cláusulas y estrategias legales… pero María no está dispuesta a caer sin luchar.

María contraataca proponiéndole a Gabriel que seduzca a Begoña para alejarla de Andrés. Él, con desdén, rechaza la propuesta y le recuerda algo brutal: “Yo no te debo nada. Tú me diste poder, pero yo me lo gané. Y ahora tú dependes de mí”. María entiende que ha perdido el control. Pero aún tiene una carta más: Raúl.

Lo cita en la colina y le suplica que testifique a su favor en la junta. “Solo quiero que no me dejes sola”, le dice. Raúl duda, pero el abrazo que le ofrece es el único ancla emocional que María tiene en ese momento.

Sin embargo, al día siguiente todo se precipita. María recibe una notificación oficial: se ha convocado una junta extraordinaria para evaluar su capacidad funcional. La batalla ha comenzado. Ella se prepara con su mejor traje, intenta mantener la compostura, pero por dentro el pánico crece. Todos están en su contra: Gabriel, Damián, Don Pedro, incluso Andrés guarda silencio.

En la junta, Gabriel presenta el informe. María lo enfrenta con frialdad, pero sus amenazas ya no surten efecto. “Si yo caigo, ustedes también”, advierte, pero nadie se inmuta. María comprende entonces que ha perdido no solo el poder, sino la lealtad de los que una vez la acompañaron.

Sale de la sala con la dignidad hecha trizas. Se encierra en el baño y llora, no por tristeza, sino por la humillación de haber sido derrotada por aquellos a quienes consideró aliados. Pero María no se rinde. Esa misma noche, comienza a trazar un nuevo plan: una estrategia de supervivencia, una carta escrita desde la desesperación… pero también desde la rabia.

Mientras tanto, en el otro extremo emocional, Begoña y Andrés se cruzan en la plaza. Él le confiesa: “Soñé contigo”, y ese simple gesto vale más que mil promesas. María los observa desde su coche. Sabe que ha perdido la batalla emocional. Ya no hay vuelta atrás.

La escena final es devastadora: María le pide a Raúl que la defienda en la junta. Él titubea, pero al final la abraza. En su mirada no hay convicción, solo compasión. Y María lo sabe. En el fondo, está más sola que nunca.

Gabriel ha ganado por ahora, pero ni él ni nadie puede subestimar a una mujer que, aunque rota, aún tiene fuerzas para pelear. Porque en Sueños de libertad, la verdadera guerra no se libra con documentos… sino con secretos, emociones reprimidas y venganzas silenciosas. Y la de María… apenas comienza.