En este angustioso capítulo de Sueños de Libertad, la confrontación entre María y Andrés alcanza niveles de tensión emocional insostenibles. Todo comienza con María, que, aún esperanzada, supone que Andrés ha llegado a disculparse por sus acciones pasadas. Sin embargo, pronto se da cuenta de que la situación es mucho más grave de lo que había anticipado, pues Andrés no busca redención sino, en cambio, hacer frente a una decisión que cambiará por completo la vida de todos los involucrados.
Andrés, con una determinación inquebrantable, le revela a María que ha hablado con su abogado para iniciar el proceso de renuncia a la tutoría de Julia, lo cual deja a María completamente estupefacta. En un primer momento, ella no puede creer lo que está escuchando. Andrés, que hasta ahora había sido su compañero en la crianza de Julia, ahora decide dar un paso que podría separarlos de la niña para siempre. María, indignada y furiosa, lo acusa de estar jugando sucio, de no actuar de manera justa, ya que ambos son tutores legales de Julia y no puede tomar una decisión de esa magnitud sin su consentimiento.
La respuesta de Andrés es fría y decidida. Le asegura que el trámite ya está en marcha y que no hay vuelta atrás. María, desesperada, intenta convencerlo de detener lo que considera una locura, pero Andrés sigue firme en su postura. Para él, lo mejor para Julia es que él se desvincule de la situación y se la entregue a Begoña, la madre biológica de la niña. Andrés insinúa que María no está siendo una buena influencia para Julia, algo que golpea a María con gran fuerza. En un acto de desesperación y dolor, María le lanza una acusación hiriente: le dice que si él renuncia a su tutoría, ella también lo hará. Esto provoca una reacción emocional brutal en Andrés, quien no duda en llamarla cobarde, acusándola de traicionar la memoria de su hermano.
Las palabras de Andrés son punzantes y crueles. Le deja claro que nunca aceptó la situación de ser tutor de Julia y que nunca sintió la necesidad de honrar la memoria de su hermano a través de esa niña. María, en su dolor, no puede entender cómo Andrés puede ser tan insensible. Para ella, Julia es lo único que la mantiene viva, lo único que la hace sentir que aún tiene algo por lo que luchar. Su amor por la niña la impulsa a defender su posición a capa y espada, acusando a Andrés de manipular la situación para complacer a Begoña. Asegura que, para Andrés, lo único importante es que Julia quede bajo el control de Begoña, la madre biológica, quien supuestamente solo desea a Julia para sí misma.
Pero Andrés, con una frialdad aterradora, le responde que el rol de madre no se obtiene por un simple documento legal. Para él, el amor por Julia no es suficiente para definir a una madre. Las palabras de Andrés hieren profundamente a María, quien se derrumba y le recuerda entre lágrimas que ella no puede ser madre de la niña, que ha sido privada de esa posibilidad por las circunstancias y por la intransigencia de Begoña.
En medio de la confrontación, Andrés deja en claro que, aunque sigan viviendo bajo el mismo techo, su compromiso con Julia es más fuerte que cualquier lazo familiar. Él no permitirá que María manipule a la niña para sus propios fines, y hará todo lo que esté en su poder para protegerla de lo que considera una influencia negativa. De manera tajante, le dice a María que una persona como ella, que ha manipulado y distorsionado la verdad, no puede ser una buena madre ni una buena esposa. Esa afirmación, llena de desprecio y juicio, golpea a María con la dureza de un puño.
Devastada, María responde con una frase que refleja la magnitud del dolor que siente: “Tú me has convertido en lo que soy”. Sus palabras están cargadas de desesperación y resentimiento, ya que sabe que las decisiones de Andrés han cambiado no solo su vida, sino también la de su hija y su familia. La frase de María resuena en el aire, como una condena, una verdad dolorosa que se escapa de su ser.
La conversación entre ellos, aunque llena de reproches y desconfianza, deja al descubierto las profundas heridas que ambos cargan, y la imposibilidad de encontrar una solución pacífica. El amor por Julia se ha convertido en el punto de quiebre entre los dos, y la lucha por su tutela es solo el reflejo de un conflicto mucho más grande: el dolor de no poder ser la familia que una vez soñaron ser. Andrés y María están atrapados en una guerra emocional que los consume, y sus vidas, así como las de aquellos a su alrededor, nunca volverán a ser las mismas.