En La Promesa, el capítulo 607 es un descenso sin freno hacia el abismo de la manipulación, la mentira y los fantasmas del pasado. Leocadia, más astuta y venenosa que nunca, ejecuta su plan con precisión quirúrgica, mientras Eugenia, víctima de su maquiavélica estrategia, se hunde lentamente en una niebla mental que amenaza con engullirla por completo.
Todo comienza con un detalle invisible a simple vista, pero devastador en sus consecuencias: las dosis de medicamentos de Eugenia están siendo alteradas en secreto. Lo que debería ayudarla, en realidad la está destruyendo desde dentro. Lejos de mejorar, Eugenia experimenta una desorientación cada vez más profunda: su memoria flaquea, su percepción de la realidad se distorsiona, y su capacidad de decisión se debilita hasta el punto de parecer una sombra de sí misma. Aunque lucha por mantener el control, la confusión que inunda su mente es demasiado densa. Desde fuera, algunos la ven como una mujer cambiante e impredecible. Pero la verdad es más cruel: Eugenia ha caído en una trampa diseñada con precisión diabólica.
La autora intelectual de esta destrucción silenciosa es Leocadia. A los ojos del mundo sigue siendo la asistente fiel, la mujer leal que siempre ha estado al lado de Eugenia. Pero detrás de esa fachada amable se esconde una mente fría y calculadora. Cada consejo, cada gesto de apoyo, cada palabra aparentemente afectuosa es en realidad un hilo más en la telaraña que ha tejido con paciencia. Su objetivo es claro: hacer que Eugenia pierda toda funcionalidad, apartarla del palacio y eliminar cualquier vestigio de poder que aún conserve.
Y como si eso no fuera suficiente, Leocadia da un paso más y pone en marcha la fase más oscura de su plan: volver a Eugenia en contra de su propia nieta, Catalina. Con insidiosas insinuaciones, empieza a convencerla de que Catalina ya no la respeta, que se entromete demasiado en los asuntos del palacio, y que incluso podría estar conspirando en su contra. Estas semillas de desconfianza germinan rápidamente en la mente frágil de Eugenia. Ahora, cada gesto de Catalina se interpreta como una amenaza, cada palabra como un ataque. El vínculo que unía a abuela y nieta se convierte en una cuerda tensa, al borde de romperse.
Mientras tanto, la inminente partida de Emilia de La Promesa se siente como una pérdida profunda. Para Catalina, Emilia ha sido una figura maternal, un refugio emocional en la ausencia de su madre. Para Pía, su presencia ha traído equilibrio y calma en medio de tantas tormentas. Por eso, ambas deciden intentar retenerla un poco más. Catalina simula sentirse mal, utilizando su salud como excusa. Alegan que, antes de recurrir a otro médico, Emilia debería continuar su tratamiento. Así, consiguen prolongar su estancia algunas semanas más.
Pero con Emilia, el pasado también vuelve. Cada momento que comparte con Rómulo resucita heridas que parecían cicatrizadas. Hubo amor entre ellos, un amor puro, interrumpido por el deber y el tiempo. Rómulo siempre creyó que Emilia había seguido con su vida, quizás con un esposo, con hijos. Sin embargo, en una conversación íntima, Emilia le revela una verdad que cambia su visión del pasado, una confesión que reaviva sentimientos dormidos y plantea nuevas preguntas sobre el futuro de ambos.
Paralelamente, Curro no descansa en su investigación del cianuro. Analiza las pistas con cuidado, sabiendo que esta sustancia no es de fácil acceso. No se encuentra en cualquier tienda ni puede conseguirla alguien común. Es un veneno letal, controlado y muy específico. Todo apunta a que ha sido adquirido por alguien con conexiones fuera del palacio, o bien por alguien dentro con acceso privilegiado. Pía, siempre perspicaz, intuye la magnitud del peligro antes que nadie. El cianuro no fue usado por impulso; fue parte de un plan calculado. La muerte que ronda La Promesa no es fruto del azar ni de una emoción desbordada, sino de una mente que ha planeado cada detalle con escalofriante precisión.
En otro rincón del palacio, María Fernández sigue desentrañando un misterio más personal, pero no menos preocupante: ¿qué hizo que Samuel abandonara repentinamente su vocación sacerdotal? Todas las miradas comienzan a converger en Petra. Su repentina calidez hacia Samuel contrasta de forma sospechosa con su frialdad habitual. María sospecha que esta cercanía no es genuina, sino una herramienta de manipulación.
Teresa, su confidente, no comparte su visión. Cree que Petra, aunque severa, no sería capaz de interferir en la vida de un joven de esa manera. Pero María no puede ignorar lo que ha visto ni lo que siente. Cada cambio en Samuel, cada duda, cada gesto retraído, parece tener la firma de Petra. Decidida a no quedarse de brazos cruzados, María se convierte en una observadora silenciosa. Escucha, vigila y espera el momento oportuno. No solo actúa como amiga esta vez, sino como guardiana del bienestar de Samuel.
Todo esto se entrelaza en un capítulo cargado de tensión, emociones al límite y verdades a punto de estallar. Eugenia, cada vez más aislada, camina hacia un precipicio invisible, empujada por la mano invisible pero poderosa de Leocadia. Catalina sufre en silencio, viendo cómo su abuela la rechaza sin comprender por qué. Pía y Emilia tratan de proteger lo poco que queda en pie. Curro sigue el rastro del veneno como un detective en un caso de vida o muerte. Y María, armada con intuición y valor, se prepara para desenmascarar una verdad que podría cambiar el rumbo de más de una vida.
La Promesa no da tregua. En este capítulo 607, las traiciones ya no se susurran, las trampas se tienden a plena luz del día y los secretos están a punto de explotar. ¿Quién logrará salir ileso de este campo minado emocional? ¿Podrá Eugenia despertar antes de que sea demasiado tarde? ¿Y qué descubrirá Curro al final del camino envenenado que está recorriendo?
Una cosa es segura: en La Promesa, cada verdad oculta tiene un precio. Y algunos están a punto de pagarlo con todo.