El capítulo 354 de Sueños de libertad nos sumerge en una escena íntima, densa en sentimientos y cargada de decisiones trascendentales. En una habitación donde reina la aparente calma, una conversación se transforma en un torbellino emocional que pone en jaque las certezas de una mujer que está a punto de dar un paso irreversible.

Marta está a punto de emprender un viaje crucial. Va a someterse a un tratamiento de fertilidad, un procedimiento que ha despertado en ella ilusiones, temores y muchas más preguntas de las que ha querido admitir. Mientras prepara sus cosas, una visita inesperada cambia el curso de la tarde: Andrés, con una mezcla de ternura y ansiedad, aparece en la puerta.

—Solo venía a despedirme, dice suavemente, pero Marta percibe de inmediato que hay mucho más detrás de esa frase simple.

Y no se equivoca. Andrés no puede ocultar la inquietud que lo ha traído hasta allí. El tema que ambos han evitado durante días —el tratamiento, el futuro, Fina— finalmente explota en la conversación. Andrés admite que se siente incómodo, no por el deseo de Marta de ser madre, sino por todo lo que rodea ese deseo: las implicaciones, las consecuencias, las heridas silenciosas.

Marta intenta calmarlo. Le explica que el procedimiento es sencillo, casi rutinario, y que hasta ahora es la única posibilidad real que tienen de cumplir su sueño de tener un hijo. Pero Andrés no habla de medicina ni de logística. Lo que lo inquieta es el corazón.

—¿Y Fina?, pregunta.

Y ahí, la voz de Marta se vuelve firme como el acero. Fina está completamente de acuerdo, le asegura. De hecho, ambas han tomado esta decisión juntas, después de horas de conversaciones, dudas, lágrimas y esperanza. Nunca permitiría que Fina quedara al margen de la vida del niño, afirma con rotundidad. Su papel será tan importante como el de ella misma. Así lo han pactado.

Pero el rostro de Andrés revela que no está del todo convencido. Sigue viendo demasiadas sombras en ese futuro que Marta está dibujando con tanta determinación. No porque dude de su amor por Fina, sino porque teme que, en el intento de construir una familia perfecta, terminen atrapadas en un esquema imposible, donde el deseo, la verdad y las apariencias no se alinean.

—No me malinterpretes, dice él, si ustedes tres están de acuerdo, es su decisión… solo me preocupa que no estén midiendo las grietas que pueden abrirse con el tiempo.

Y Marta lo entiende. Porque también ella ha tenido esas dudas. Confiesa que cuando Pelayo le propuso la idea, le pareció absurda, incluso invasiva. ¿Un procedimiento médico, un embarazo planeado casi como un contrato? Pero Fina le dio otra perspectiva. Con sus palabras, con su calma, con su fe en que podían ser madres juntas, le devolvió el sentido a ese proyecto.

Pero Andrés no se rinde. Y, quizás por eso, lanza la frase más contundente de toda la conversación:

—Nunca tengas un hijo con alguien a quien no amas.

La frase cae como una piedra en el centro del corazón de Marta. Porque aunque está comprometida con Fina, aunque ha elegido un camino en común con ella, esa frase remueve viejas emociones. ¿Está realmente segura de amar a Fina como una madre debería amar al otro pilar de su familia? ¿O es más bien un amor fraternal, una complicidad profunda disfrazada de romance?

Andrés no busca sabotear. Pero quiere que Marta no se engañe a sí misma. Porque traer un niño al mundo es más que un deseo: es un pacto de verdad.

Justo entonces, Pelayo aparece en escena. La tensión se disfraza, las palabras se esconden. Marta improvisa, le dice que solo hablaban de “cosas familiares”. Pelayo, siempre sonriente, no sospecha nada. Pero Marta sí. Las palabras de Andrés la han sacudido. Y aunque disimula bien, por dentro está dividida.

Se queda en silencio unos segundos, observando cómo Pelayo se acomoda en la sala, ajeno al terremoto emocional que acaba de desatarse. La despedida con Andrés ha sido breve, pero brutal. No hubo gritos, ni lágrimas, solo verdades dichas con respeto… y con un cariño tan genuino que duelen más.

Y cuando Marta retoma su maleta y se prepara para irse, ya no lo hace con la misma ligereza. Su decisión sigue en pie, sí. Pero ya no está tan segura. Porque entre la maternidad deseada y la vida que intenta construir, se abre un abismo: el miedo de que Fina, al final del camino, se quede a un lado. El miedo de traer al mundo a un hijo en una casa llena de silencios disfrazados de acuerdos.

Y la duda más honda: ¿realmente está haciendo esto por amor… o por no quedarse sola?

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