El capítulo 351 de Sueños de Libertad nos sumerge en una de las confrontaciones más intensas y dolorosas entre Andrés y su padre, Damián. Lo que comienza como un intercambio de opiniones sobre una reciente votación en la junta, termina convirtiéndose en un retrato desgarrador de cómo el poder, la venganza y el miedo están a punto de arrasar con los últimos vestigios de unidad en la familia De la Reina.

Todo se desata cuando Andrés, aún alterado tras la reunión, encara a Damián. Le pregunta sin rodeos qué habría hecho si María hubiese votado en contra. Damián, en su habitual tono frío y calculador, responde sin pestañear: “Estaba dispuesto a inhabilitarla.” Andrés queda atónito. ¿Inhabilitarla? ¿A su propia hija? ¿A su hermana?

La revelación es brutal. Damián había estado revisando los estatutos legales de la empresa para buscar un resquicio que le permitiera anular el voto de María. ¿Su argumento? Su historial clínico y emocional: el falso embarazo, el aborto, el escándalo del bebé robado, e incluso su intento de suicidio. Quería convertir su sufrimiento en un arma para silenciarla, para sacarla del juego de poder.

Andrés, visiblemente afectado, intenta procesar lo que acaba de escuchar. Se siente traicionado. “¿Y lo ibas a hacer a mis espaldas?”, le reprocha con incredulidad. Pero Damián no retrocede. Asegura que su intención era proteger la empresa y acabar de una vez por todas con don Pedro, a quien considera el verdadero enemigo. Para él, todo está justificado si se trata de vencerlo: Pedro, según él, fue responsable de la muerte de su hermano, del boicot a Joaquín y de manipular a la familia desde dentro. “Ese hombre nos tiene a todos engañados, empezando por Lina.”

Pero Andrés ya no aguanta más. Su voz se quiebra, y sus palabras son más que un grito: son una súplica desesperada. “¡Esta lucha nos va a destrozar, padre!” Está agotado, harto de los enfrentamientos, de las intrigas, de las venganzas. Lo que comenzó como un enfrentamiento empresarial se ha convertido en una guerra sin fin que amenaza con destruir no solo la empresa, sino también a cada miembro de la familia.

El joven expresa con crudeza su angustia: “Poco a poco voy viendo cómo estamos destruyendo el legado de mi vida.” La fábrica, símbolo del trabajo, del honor y de la tradición familiar, se ha convertido en un campo de batalla. Los hermanos enfrentados, las alianzas rotas, los silencios peligrosos. Y en medio de todo eso, un padre dispuesto a todo, incluso a sacrificar a su hija, para no ceder ni un centímetro frente a su enemigo.

Andrés no puede evitar pensar en lo que se ha perdido. Anhela los tiempos en que la familia compartía un proyecto común. Ahora solo ve fracturas, estrategias, secretos. Y señala algo clave: “Hay más veneno ahí fuera del que tú te crees, y no todo es nuestro.” Los Merino, con sus alianzas turbias, no hacen más que avivar el fuego. La casa se desmorona, y nadie parece querer apagar el incendio.

Intentando tender un puente, Andrés plantea algo que para él sería el verdadero gesto de valentía: “¿Por qué no luchas por construir algo en vez de destruirlo?” Pero Damián es categórico: no es fácil olvidar. No puede perdonar a Pedro, no puede dar marcha atrás. Está demasiado implicado, demasiado herido, y demasiado ciego como para ver que su cruzada lo está dejando solo.

El hijo teme que, al final, el único que salga ileso sea don Pedro. “Tú perderás a tus hijos, a tu familia, a tu empresa… y él se quedará con todo.” Pero su padre no lo escucha. Sigue atrapado en su lógica de venganza y control. Y Andrés, aunque dolido, empieza a aceptar una verdad devastadora: no puede salvar a su padre de sí mismo.

La conversación termina en un silencio tenso. Damián no se disculpa. Andrés no se marcha. Ambos permanecen enfrentados, separados por una distancia que no es física, sino emocional, generacional y moral.

Este capítulo marca un antes y un después en la historia. El conflicto ya no es solo entre bandos empresariales. Ahora es una lucha entre un pasado que no sabe soltar y un futuro que se desmorona antes de construirse. Andrés, con el corazón roto, aún quiere preservar lo que queda de su familia. Pero Damián está dispuesto a quemarlo todo con tal de ganar la guerra.

Y en medio de ese fuego cruzado… ¿quién quedará en pie?

“Sueños de libertad” nos recuerda una vez más que las batallas más crueles no siempre se libran fuera, sino en el interior de la propia sangre.