En el capítulo 348 de Sueños de libertad, una escena profundamente íntima y cargada de simbolismo marca un punto de inflexión en la historia de María y Andrés. En plena madrugada, el silencio de la habitación se quiebra con el temblor de una verdad que apenas empieza a brotar: María despierta sobresaltada, sintiendo un dolor punzante en las piernas. Pero esta vez, el dolor no es una condena… es una promesa. Lo que para cualquier otro sería un padecimiento insoportable, para ella es señal de vida, de sanación, de una esperanza que se abre paso en medio de la oscuridad.
Su rostro refleja una mezcla de sorpresa y confusión. María toca sus piernas con manos temblorosas, y por primera vez en mucho tiempo, la sensación es real, palpable, desgarradora… y milagrosa. ¿Será posible que está recuperando sensibilidad? ¿Es este el inicio del camino hacia su total recuperación?
A su lado, Andrés duerme. Pero su descanso no es plácido. Sumido en una pesadilla que lo sacude desde dentro, revive una conversación tensa con Begoña, esa mujer con la que tantas veces ha chocado en lo profesional… y en lo personal. En su sueño, Andrés le pide perdón. Susurra repetidamente “lo siento”, como si intentara enmendar errores que ni siquiera ha reconocido en voz alta.
Las palabras fluyen en la bruma de su inconsciente, y una frase inquietante emerge desde lo más profundo de su dolor:
“Ese ladrón pudo matarla… pues mira, nos habríamos ahorrado muchos problemas.”
Esas palabras, tan duras y frías, revelan una parte oscura y silenciada del alma de Andrés. No sabemos si las dirige a Begoña, a sí mismo, o a los fantasmas que lo atormentan desde que el robo al dispensario desató una guerra interna en la empresa y en su conciencia. ¿Deseó, aunque fuera por un segundo, que Begoña no hubiera sobrevivido? ¿O simplemente expresa el hartazgo y el conflicto de lealtades que vive en silencio?
Mientras Andrés se revuelca en esa pesadilla de culpa, María lucha con su propia e inesperada realidad. Las punzadas en sus piernas no son fruto del sueño; son una verdad que está despertando con fuerza. Se gira hacia Andrés, lo observa y, al ver su rostro contrito, lo llama con urgencia para que despierte. Él murmura, agitado, sin entender si aún está soñando o ya está despierto. Finalmente, abre los ojos y ve a María, inquieta, alerta… viva.
—“¡Andrés, despierta! ¡Despierta ya!” —grita ella con voz entrecortada.
Él se incorpora de golpe, sudoroso y desconcertado. La mirada de María lo enfrenta a una realidad que ya no puede evitar: ella está evolucionando físicamente… pero él se está hundiendo emocionalmente. María no le dice nada sobre el dolor. Aún no. Guarda para sí ese secreto que podría ser el principio de un milagro, quizás por miedo, quizás por prudencia, o simplemente porque en ese momento, todo el protagonismo lo tiene la sombra que envuelve a Andrés.
Y es que el contraste es brutal: mientras el cuerpo de María empieza a sanar, el alma de Andrés se resquebraja bajo el peso de sus decisiones, sus remordimientos y sus fantasmas. Es evidente que algo se ha roto dentro de él, y que ni el amor, ni el deber, ni el orgullo podrán repararlo fácilmente.
El episodio nos deja con un doble cliffhanger:
🩺 ¿Podrá María confirmar que está recuperando movilidad? ¿Lo compartirá con alguien o mantendrá el silencio por miedo a una falsa esperanza?
💔 ¿Qué implicaciones tiene la confesión onírica de Andrés? ¿Es solo el reflejo de un subconsciente torturado o es la verdad brutal que jamás se atrevió a decir en voz alta?
Y la pregunta más compleja: ¿Puede haber futuro entre dos personas que, aunque duermen en la misma cama, están más distantes que nunca?
Marta y Fina: Sueños de libertad (Capítulo 348) nos regala una escena donde el dolor se convierte en símbolo de vida y donde las pesadillas no siempre se quedan en los sueños. Un episodio que promete desencadenar nuevas decisiones, rupturas y revelaciones… porque cuando el cuerpo empieza a sanar, es el alma la que comienza a hablar.