En el corazón del dispensario, donde las voces de la compasión suelen superar al juicio, se desarrolla una escena que revela la humanidad más profunda de Begoña y Luz. La jornada transcurre tranquila, hasta que una llamada telefónica sacude el ambiente: Luz responde y, con solo escuchar la voz al otro lado del auricular, sabe de inmediato quién está llamando. Es Sandra, la hija del hombre que recientemente intentó asaltar el dispensario.

Con los nervios a flor de piel y el alma temblorosa, Sandra logra contactar con ellas desde un bar cercano. Luz cuelga el teléfono y, aún conmovida, le cuenta a Begoña lo ocurrido. La joven, a pesar de su delicado estado de salud, se arrastró fuera de la cama hasta el primer teléfono público para pedir disculpas. No por ella, sino por su padre. Sandra asegura que no sabía nada del intento de robo y, con una voz rasgada por la enfermedad, clama inocencia entre lágrimas y tos.

Begoña, con el ceño fruncido por la preocupación, no puede evitar preguntar por el estado de la chica. Luz le explica que Sandra está realmente mal. La voz le salía ronca, como si cada palabra le costara una batalla, y no paraba de toser. Todo indica que su enfermedad pulmonar se ha agravado. Y ahora, sin su padre —detenido por el delito cometido—, Sandra se encuentra completamente sola y desprotegida.

En ese momento, ambas mujeres entienden que están ante algo más que un simple caso médico. Se trata de una emergencia humana. Luz expresa su inquietud sin rodeos: “Tenemos que hacer algo”. Y Begoña, como tantas otras veces, está dispuesta a asumir responsabilidades que van más allá de sus obligaciones. La conversación toma un tono íntimo y directo, donde la empatía y la justicia se funden en una decisión: ayudar a Sandra cueste lo que cueste.

“No puede pagar los medicamentos”, dice Luz. Pero Begoña no lo duda ni un segundo. Si es necesario, ella pagará de su propio bolsillo. Luz, emocionada por el gesto, le promete que cubrirá la otra mitad. No hay cálculo, no hay temor, solo solidaridad sincera. Entre las dos se teje una promesa silenciosa: no permitirán que Sandra muera por falta de recursos.

A partir de ahí, comienza el plan de acción. Begoña pregunta si en el archivo del dispensario hay información suficiente: dirección, historial médico, algo que les permita localizar a la chica y saber con certeza cuál es su diagnóstico. Luz le responde que todo eso debería estar en la carpeta de los expedientes antiguos. Esa carpeta, olvidada en un rincón de la consulta, ahora se convierte en el hilo que puede conectar la vida de Sandra con una segunda oportunidad.

Lo más estremecedor es que esta escena ocurre justo después de un intento de robo. Begoña y Luz no se enfocan en el delito, en el miedo, en el castigo. Eligen el camino opuesto: el del perdón, la compasión, la comprensión de que, muchas veces, detrás de un acto desesperado hay una necesidad aún más desesperante. Y esa necesidad se llama Sandra.

Este nuevo capítulo de Sueños de libertad se convierte así en una metáfora viva del verdadero significado del nombre de la serie. Porque mientras otros personajes libran batallas internas por poder, por amor o por redención, Begoña y Luz luchan desde la bondad silenciosa y firme. Ayudar a Sandra es más que una acción solidaria: es un acto de resistencia ante la indiferencia.

La escena final del avance nos muestra a ambas mujeres rebuscando entre los expedientes médicos. Sus rostros están iluminados por una determinación férrea. Saben que no será fácil, que se arriesgan a enfrentar críticas y complicaciones administrativas, pero ninguna de las dos está dispuesta a quedarse de brazos cruzados.

En medio de tantas tramas cruzadas, donde la traición, la pasión y los secretos oscuros envuelven a los habitantes de la colonia, este gesto de sororidad se siente como un faro. Mientras algunos personajes hunden sus decisiones en la ambición o la venganza, Luz y Begoña encarnan la esperanza de que aún hay lugar para la humanidad pura.

La dolencia de Sandra se convierte, entonces, en el símbolo de una sociedad que muchas veces margina a los más frágiles. Y ellas dos, armadas solo con empatía y voluntad, se disponen a cambiar esa historia. En una serie donde los giros dramáticos son constantes, este pequeño gran acto de compasión promete convertirse en uno de los momentos más recordados por los espectadores.

¿Lograrán llegar a tiempo? ¿Podrán encontrar a Sandra antes de que su estado empeore irremediablemente? ¿Habrá más consecuencias ocultas detrás de la implicación de su padre en el robo?

Todas esas preguntas quedarán flotando en el aire mientras avanza el capítulo 348 de Sueños de libertad, con un título que encierra la urgencia de toda esta historia: “En su historial debe haber algo sobre su condición”.

Y lo que ese historial revele… podría ser la diferencia entre la vida y la muerte.