El terror irrumpe de forma inesperada en uno de los lugares más tranquilos de la fábrica: el laboratorio. Un espacio que hasta ahora había sido símbolo de rutina, concentración y profesionalismo se convierte, en cuestión de segundos, en una auténtica pesadilla para Begoña.
Todo comienza con un gesto aparentemente inocente: Begoña, creyendo que ya no quedaba nadie en la fábrica, regresa sola al laboratorio entrada la noche. Había olvidado unas llaves y pensaba recogerlas antes de regresar a casa. Lo que no sabía es que alguien la estaba esperando… o peor, que alguien se había colado allí con otros fines mucho más oscuros.
La tensión estalla cuando, sin previo aviso, un hombre emerge de las sombras y la ataca con violencia, sujetándola con fuerza por la espalda y arrojándola al suelo. El golpe contra el frío pavimento la deja aturdida y sin posibilidad de defenderse. Su respiración se entrecorta, el corazón late desbocado en su pecho y la confusión se mezcla con el pánico. Entre jadeos, apenas logra balbucear:
—¿Usted quién es? ¿Qué hace aquí?
El rostro del asaltante permanece oculto, su voz es neutra, fría, completamente ajena al temor de la mujer.
—No te voy a hacer daño —miente con una calma perturbadora. Pero su siguiente frase deja claro que no está ahí por casualidad:
—¡El armario! —ordena con tono imperativo.
Sin prestar atención a la súplica de Begoña, el hombre comienza a revolver con brutalidad todo el laboratorio. Abre cajones, lanza documentos al suelo, examina recipientes, fuerza cerraduras. Su búsqueda es tan frenética como meticulosa, como si supiera exactamente lo que busca. Begoña, inmóvil, observa desde el suelo con impotencia, consciente de que cualquier movimiento en falso podría empeorar aún más la situación.
Cada ruido —el chirrido metálico de una puerta, el tintinear de frascos de vidrio cayendo, los pasos apresurados del asaltante— se amplifica en la noche silenciosa. La sensación de violación del espacio íntimo, profesional y seguro es absoluta. El laboratorio ya no es un refugio, sino el escenario de un asalto calculado y devastador.
Pero, ¿quién es ese hombre? ¿Qué busca entre los estantes de fórmulas, papeles y secretos químicos? ¿Está tras una fórmula? ¿O algo más personal? ¿Acaso el ladrón trabaja para alguien dentro de la empresa?
Y en medio de ese caos, en otro punto de la historia, Marta y Fina atraviesan sus propios dilemas internos y afectivos. La tensión que se respira entre ambas mujeres se intensifica con cada capítulo. Marta, enfrentando la creciente presión social y familiar por su cercanía con Pelayo, recibe de él una propuesta que podría cambiarlo todo. Pelayo, desesperado por silenciar los rumores sobre su orientación sexual —rumores que podrían destruir su carrera política—, ve en Marta una tabla de salvación.
—Si tú aceptas esto… callarán todos —le dice con voz temblorosa, mientras la observa con una mezcla de miedo y esperanza.
Marta, confundida, no sabe qué responder. Sus sentimientos por Fina son reales, intensos… pero también lo son las consecuencias de un posible escándalo. Y Fina, por su parte, empieza a sospechar que algo se está gestando a sus espaldas. A través de la fotografía, su nuevo refugio emocional, intenta canalizar la angustia. Pero los silencios de Marta y la tensión creciente son señales que no puede ignorar.
En paralelo, la investigación secreta de Joaquín avanza. El joven, aún dolido por la confesión de su madre, sigue atando cabos sobre los sabotajes internos que ha sufrido dentro de la empresa. Con ayuda de Tasio, descubre que uno de los operarios había sido sobornado para boicotear su gestión. Una revelación que podría voltear por completo la imagen pública de la familia.
Mientras tanto, Gabriel juega sus cartas en el tablero del poder. Ya ha logrado ingresar a la empresa sin necesidad de una votación, un movimiento estratégico que solo es el principio. Su alianza con María se tambalea, no por falta de sintonía, sino porque el poder corrompe, y Gabriel está dispuesto a llegar hasta el final, incluso si eso significa chantajearla emocionalmente.
Y como telón de fondo, la enfermedad de María empeora rápidamente. Begoña insiste a Andrés en que es urgente contratar a una enfermera especializada, pues la situación ha escapado completamente a su control. Andrés duda, pero la realidad lo aplasta: ya no puede solo.
En el frente político, don Pedro mantiene una vigilancia obsesiva sobre Pelayo. Su conversación más reciente fue una bomba en forma de advertencia:
—Ten cuidado. La política no perdona secretos.
Con esta frase, Pedro deja en claro que está dispuesto a usar todo lo que sabe —o intuye— sobre la vida íntima de Pelayo para controlar su ascenso. Pelayo, atrapado, busca desesperadamente una vía de escape… y esa vía parece ser Marta.
En medio de este torbellino de emociones, traiciones y silencios, Begoña aún tiembla sobre el suelo del laboratorio. Lo que ha vivido esta noche no se borrará fácilmente. Un ladrón ha profanado su espacio, ha vulnerado su cuerpo y su mente. Y mientras el intruso desaparece con lo que vino a buscar, una frase resuena con eco en su memoria:
“No me haga daño. Tengo que lograr lo que quiero.”
Esa súplica desesperada —una mezcla de miedo, impotencia y coraje— resume no solo el momento más aterrador de su vida, sino también el grito interno de cada personaje de esta historia. Todos, a su manera, intentan alcanzar algo, incluso si el camino hacia ello los destruye por dentro.
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