En el capítulo 339 de Sueños de libertad, las emociones estallan y los hilos del poder se tensan hasta casi romperse. Lo que comienza como una conversación aparentemente tranquila entre María y Pedro se transforma rápidamente en un duelo de estrategias, palabras afiladas y verdades dolorosas. La desesperación, la manipulación y las lealtades enfrentadas marcan este episodio cargado de intensidad.

Todo comienza con una propuesta disfrazada de consejo por parte de Pedro, quien, con su tono habitual de aparente calma, sugiere a María que lo mejor para todos sería que Andrés vendiera sus acciones y se apartara de la fábrica. El motivo —dice— no es otro que permitirle dedicar todo su tiempo al cuidado de ella. Pero la propuesta tiene implicaciones mucho más profundas: el futuro del negocio, la influencia familiar y, sobre todo, el papel de María como figura clave en medio de ese juego de poderes.

María, atrapada en una espiral de abatimiento, le confiesa a Pedro que siente que su vida ha perdido todo sentido. Estar postrada y depender de otros ha minado por completo su voluntad. Pedro intenta animarla, apelando a su fuerza interior, recordándole que fue el propio Jesús quien confió en ella para velar por los intereses de Julia y, por ende, de la fábrica. Pero María, escéptica y dolida, le responde que esa tarea podría hacerla cualquiera. Aun así, Pedro insiste: “Confío en ti, porque eres de las pocas personas en las que puedo confiar.”

Pero este aparente elogio no es suficiente para calmar el torbellino interior de María. La conversación toma entonces un giro mucho más oscuro y personal. María deja caer una confesión que lo cambia todo: Andrés, su propio esposo, quiso internarla en una residencia. Con voz temblorosa pero firme, lanza una acusación que destroza cualquier ilusión de apoyo: “Andrés baila al son de su padre. No ha levantado la voz por mí ni una sola vez.” Pedro, impactado, solo puede balbucear un “Dios mío” al escuchar que su hijo fue capaz de considerar algo tan doloroso.

María no se detiene allí. Insinúa que lo único que mantiene a Andrés junto a ella es su estado físico, su invalidez, una afirmación demoledora que deja entrever su sensación de abandono total. Pedro no lo niega. De hecho, admite que lo ha notado: Andrés ha perdido el control, no está cumpliendo ni con sus responsabilidades mínimas en la fábrica.

Es entonces cuando Pedro lanza su jugada más directa. Le dice a María que, dado el estado emocional y físico de Andrés, lo más sensato sería que vendiera sus acciones y dejara su puesto en la empresa. Así, podría dedicarse de lleno a ella. Pero bajo la supuesta generosidad de esa propuesta se oculta una clara estrategia: retirar a Andrés del mapa empresarial, liberar un espacio de poder y tener mayor influencia sobre las decisiones futuras.

María se ve acorralada. Las palabras de Pedro calan hondo, pero también despiertan su instinto de protección hacia Andrés. Aunque herida por la traición de su marido, no está dispuesta a entregarlo por completo. Le recuerda a Pedro que, si Andrés ha descuidado la fábrica, ha sido por cuidarla a ella, por estar a su lado cada día. Es un acto de lealtad y amor que, aunque imperfecto, no merece ser castigado con el destierro empresarial.

Pedro, sin perder la compostura, le responde con un refrán: “Quien mucho abarca, poco aprieta.” Su propuesta sigue sobre la mesa: vender las acciones y apartarse. El mensaje es claro, directo y cargado de intención. Y justo cuando la conversación llega a su punto más tenso, la puerta se abre y entra Digna, testigo inesperada de esta escena cargada de verdades ocultas y heridas abiertas.

El silencio es inmediato. Digna percibe la tensión en el aire. Sabe que ha interrumpido algo importante, pero también intuye que sus sospechas no estaban equivocadas: hay una lucha silenciosa por el poder, y María está en el centro de ella, vulnerable y a la vez peligrosa, como un animal herido.

Pero mientras esta conversación sacude los cimientos de la familia, en otro rincón del universo de Sueños de libertad, las piezas del ajedrez se siguen moviendo. Marta y Fina, cada una desde su lugar, observan los acontecimientos con atención. Fina, siempre intuitiva, empieza a sospechar que las verdaderas intenciones de Pedro podrían estar muy lejos de ser nobles. Marta, por su parte, toma una decisión tajante: “No le diré a mi marido que venda sus acciones.”

Es una frase que puede parecer simple, pero encierra una declaración de guerra. Marta ha elegido un bando, y ese bando no es necesariamente el de Pedro. En este juego donde los silencios dicen más que las palabras y los gestos lo cambian todo, mantener a Andrés en el tablero puede significar mantener cierto equilibrio en la familia… o preparar el terreno para una traición aún mayor.

La pregunta ahora es:
¿Podrá María resistir la presión de Pedro y proteger a Andrés incluso en su estado de vulnerabilidad?
¿Está Pedro actuando por el bien de la familia… o por el control total de la empresa?
¿Y Marta… se convertirá en aliada, en enemiga, o en la jugadora más inteligente de todas?

En el capítulo 339, Sueños de libertad nos ofrece un duelo tenso, profundo y demoledor, donde los afectos se mezclan con la ambición, y donde cada palabra tiene el peso de una bomba emocional.

¿María defenderá lo poco que le queda? ¿O Pedro logrará su cometido?
No te pierdas el próximo episodio de Sueños de Libertad, donde la traición y la esperanza caminan de la mano.