El silencio tras el intento de suicidio de María ha dejado una estela de dolor, culpa y verdades a medio decir. Pero en este capítulo desgarrador de Sueños de libertad, ese silencio se rompe con una confrontación feroz entre Begoña y María, una escena donde las heridas emocionales se abren sin piedad… y donde ninguna de las dos saldrá indemne.
Todo comienza con Begoña visitando a María tras el incidente que casi le cuesta la vida. Con un tono sereno, pero cargado de emociones contenidas, Begoña le recuerda que fue gracias a Raúl y Manuela que no murió desangrada. La llamaron justo a tiempo, justo antes de que fuera demasiado tarde. “Fue un milagro”, dice. Pero María, en lugar de mostrarse agradecida, responde con un veneno que hiela el alma: “Qué pena que no lo lograra, ¿no? Seguro tú estarías feliz de verme muerta.”
Las palabras cortan como navajas. La amargura de María, el autodesprecio, pero sobre todo, su resentimiento hacia Begoña, salen a la luz sin filtros. Para ella, Begoña no solo es una intrusa, sino una amenaza. No soporta que Andrés, su marido, se acerque a otra mujer, aunque ese matrimonio esté más que roto por el sufrimiento.
Begoña, intentando mantener la calma, le dice que lo único que ha querido es verla rehacer su vida. Pero María no le cree ni una palabra. “Es fácil decir eso cuando no estás en una silla de ruedas, cuando no te han abandonado”, escupe con rabia. Y con un tono ácido, lanza una pregunta que es más bien un dardo: “¿Y Andrés? ¿Dónde está ahora?”
Begoña le contesta con la verdad: Andrés está en la fábrica con su padre, pero no tardará en volver. No quiere dejarla sola después de lo ocurrido. María sonríe, orgullosa, satisfecha. Ha conseguido lo que quería, piensa. Andrés está con ella, no por amor, sino por culpa. Lo tiene atrapado emocionalmente.
Y es entonces cuando Begoña lanza la bomba. Sutil, pero letal: “¿Estás segura de que querías morir? Porque parece que sabías perfectamente cómo provocar un ruido para que alguien viniera a salvarte…” Se refiere a la lámpara caída, a ese momento exacto en el que Raúl y Manuela llegaron. ¿Casualidad? ¿O parte de un plan inconsciente?
María niega. Dice que no recuerda cómo cayó la lámpara, que tal vez fue sin querer. Pero Begoña no se detiene. Se le acerca más, y con una mezcla de compasión y acusación, le pregunta si no habría organizado todo aquello para tener a Andrés a su lado, para manipularlo emocionalmente una vez más. María, acorralada, no soporta la presión. Grita: “¡Piensa lo que quieras y déjame en paz!”
Pero Begoña no se va. Con una voz firme y dolida, le dice que la paz no se encuentra manipulando a los demás como marionetas. Que si de verdad quiere paz, tiene que encontrarla dentro de sí misma. María se revuelve. “La manipuladora eres tú, Begoña. Desde el primer día.” Y la conversación se vuelve más cruda, más triste.
Begoña le confiesa que su historia con Andrés ha terminado, que ya ha cerrado ese capítulo y no quiere hacerle daño a nadie. Pero María insiste: “Él aún tiene que compensarme por todo lo que me hizo sufrir.”
Y es ahí cuando llega el golpe más duro. Begoña, mirándola directo a los ojos, le dice una verdad que duele más que cualquier herida: “Ni aunque Andrés se cortara las piernas podría compensarte. Porque lo que tú quieres de él… no puede dártelo.” ¿Amor? ¿Deseo? ¿Una entrega absoluta? Andrés no tiene eso para ofrecerle. Y lo peor es que ambas lo saben.
María, herida y enfurecida, le pregunta: “¿Y tú qué sabrás?”
Y Begoña responde con una contundencia desarmante: “Lo sé, María. Igual que lo sabes tú, aunque no quieras admitirlo.”
Entonces, el tono de la conversación cambia. Begoña deja de pelear y empieza a decirle verdades desde un lugar más íntimo, más humano: “Ese odio que sientes, ese veneno que llevas dentro, no solo te hace daño a ti… también enferma a todos los que te rodean. Te está consumiendo.”
Le recuerda que solo ella puede decidir qué hacer con su vida. Que puede seguir atrapada en ese pozo de rabia y dolor, o puede intentar salir, reconstruirse, aunque sea despacio. Pero si decide quedarse ahí, lo único que logrará es vivir una existencia vacía, infeliz y llena de resentimiento.
María escucha. Está rota. Llena de culpa, de heridas físicas y emocionales. Se siente sola, despreciada, usada. El amor que anhelaba de Andrés ya no existe… tal vez nunca existió del todo. Pero también sabe, en lo más profundo, que Begoña tiene razón. Que tiene ante sí una elección: quedarse en el odio o intentar, por primera vez, sanar.
En esa habitación cargada de tensión, no hay vencedoras. Solo dos mujeres marcadas por el dolor. Una que intenta ayudar desde su propia experiencia de pérdida, y otra que se debate entre el orgullo herido y una necesidad desesperada de amor.
Así termina este capítulo de Sueños de libertad: sin reconciliación, sin abrazos, pero con una verdad que arde. Y con una frase que lo resume todo:
“Piensa lo que quieras… y déjame en paz.”
🔔 ¿Será este el principio del final para María? ¿Podrá algún día liberarse del rencor que la consume? ¿Y Andrés, logrará sanar su culpa o seguirá siendo prisionero del pasado?
👉 No te pierdas el próximo capítulo de Sueños de libertad, porque las heridas del alma… aún no han sanado.