Marta y Fina: Sueños de libertad (Capítulo 327): “No lo sé. ¿Quieres que denuncie a Andrés?”

En el capítulo 327 de Sueños de libertad, asistimos a una de las escenas más emotivas, crudas y profundamente humanas de la temporada. María, aún frágil tras el brutal accidente que la dejó en silla de ruedas, se enfrenta no solo a su dolor físico, sino a la maraña emocional que la envuelve, marcada por traiciones, amor, dependencia y una carga insoportable de culpa. Frente a ella, Pedro, quizás el único que logra ver más allá de la fachada, intenta tenderle la mano, aunque se estrella una y otra vez contra los muros que María ha levantado para sobrevivir.

La escena se abre con Pedro cruzando el umbral de la habitación, preocupado. Sus ojos buscan respuestas, consuelo, una señal de que María está mejor. Pero lo que encuentra es una mujer rota. “¿Estás bien?”, pregunta, con voz temblorosa. María, con una sonrisa amarga y un tono cargado de ironía, responde: “Mejor que nunca”. Pero sus ojos, su cuerpo rígido, sus palabras arrastradas por la desesperanza, gritan lo contrario. No está bien. No lo ha estado desde hace mucho tiempo.

Pedro, en un intento torpe pero sincero de cuidar, le ofrece desayuno, algo que le guste, cualquier gesto para aliviarle el día. Pero María lo interrumpe: no tiene hambre. Y más que eso, no tiene fuerza. Siente que ya no vale nada. “Soy una inútil”, dice, hundida. Una palabra que retumba como un golpe seco. Ya no es la mujer fuerte que conocíamos, la que luchaba por su lugar en el mundo. Ahora se ve a sí misma como un lastre, como alguien que ha perdido no solo la movilidad, sino también su identidad.

Pedro, con la ternura de quien ama en silencio, intenta aferrarse a una esperanza. Le dice que hay tratamientos, que con rehabilitación podría recuperar cierta independencia. Pero María lo frena de inmediato. No hay margen para las ilusiones. “Los médicos ya me dijeron que no volveré a caminar”, suelta sin adornos, como si pronunciarlo hiciera menos doloroso el veredicto. Pero no es solo la parálisis lo que la consume. Es todo lo que ha ocurrido en torno a ese accidente, todo lo que simboliza esa caída por la barandilla: su ruptura definitiva con Andrés, su esposo, su verdugo emocional.

Y es entonces cuando la conversación da un giro aún más intenso. Con la voz quebrada, María confiesa que no pudo asistir a la boda —la de Pedro— porque, en ese mismo instante, estaba cayéndose al vacío, literalmente y emocionalmente. Revela que antes de su accidente, Andrés quiso echarla de la casa. Hubo gritos, hubo forcejeo. Ella se resistió con todo lo que le quedaba de dignidad. Y al final… se soltó. Cayó. No porque la empujaran, pero tampoco por elección. Fue una caída inevitable, provocada por un amor que ya no era amor, por una convivencia que se había convertido en campo de batalla.

Pedro se queda paralizado ante la confesión. La indignación se apodera de él. De inmediato, le ofrece ayuda legal. “Podemos denunciarlo”, le dice, casi con rabia contenida. Pero María lo detiene. No quiere hacerlo. Aclara, con tristeza, que Andrés no la empujó. Que ella misma se soltó. Que fue un accidente en medio de una situación que se les fue de las manos. Y aunque todo apunta a que él provocó ese momento límite, ella prefiere callar. Prefiere perdonar.

Pedro, cada vez más incrédulo, insiste. No entiende cómo puede seguir creyendo en Andrés. ¿Después de todo? ¿Después de tanto dolor? Pero María responde con algo aún más perturbador: le cree. Le cree cuando Andrés le dice que va a cuidarla. Le cree cuando le promete que esta vez será diferente. Le cree, aun sabiendo que antes también lo creyó… y terminó cayendo.

El corazón de Pedro se quiebra frente a esa fe ciega. “¿Y eso qué es, María?”, le pregunta. “¿Amor, debilidad, dependencia?” María lo mira largo rato, en silencio. No tiene una respuesta clara. No sabe lo que siente. O no quiere saberlo. Pero le da la vuelta a la pregunta. Le dice que, tal vez, Pedro sí lo sabe. Porque lo mismo que ella siente por Andrés… es lo que él sigue sintiendo por Digna.Capitulo 327 (4/6/2025)

Y en ese instante, todo se ilumina. Pedro, el hombre íntegro, el que quiere salvar a María, también está atrapado en su propia red emocional. Esa que lo mantiene unido a Digna, incluso cuando sabe que esa relación está marcada por el sufrimiento. María no lo acusa. Solo se lo refleja. Porque ambos, aunque por caminos distintos, siguen amando a quienes más daño les han hecho. No por masoquismo, no por ceguera… sino por ese hilo invisible que a veces confunde el amor con la costumbre, con el miedo a estar solos, con la necesidad de creer que algo puede cambiar.

La escena cierra con Pedro bajando la mirada, dolido. Ya no tiene argumentos. Ya no puede convencerla. Solo puede estar ahí. Y María, más sola que nunca, se queda atrapada en su propia encrucijada. No sabe si lo que siente por Andrés es amor… o simplemente el reflejo de su vacío.

Este capítulo es una montaña rusa emocional que nos obliga a mirar de frente temas incómodos: la violencia emocional, la dependencia afectiva, el autoengaño, la necesidad desesperada de aferrarse a alguien, incluso cuando ese alguien ha sido parte del daño. Es una escena íntima, dolorosa y profundamente reveladora, que nos recuerda que no siempre es fácil elegir el camino más justo cuando el corazón aún late por quien no lo merece.

María no denunciará a Andrés. No porque no tenga razones, sino porque aún no ha encontrado la fuerza para dejar de amarle. Y Pedro, por mucho que quiera salvarla, también tiene que enfrentarse a sus propias contradicciones. Sueños de libertad vuelve a demostrar que sus personajes son tan humanos como nosotros: frágiles, complejos, y a veces, incapaces de soltarse… incluso cuando ya han caído.

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