La tensión se enrosca como una serpiente silenciosa en los pasillos de la casa De la Reina. El poder está en juego, y en este capítulo 308, las decisiones que se tomen podrían marcar la diferencia entre la venganza y la justicia, entre la humillación y el respeto. María, más firme que nunca, se convierte en el epicentro de una batalla soterrada donde los silencios dicen tanto como las palabras.
La escena arranca con un encuentro cargado de tensión entre María y Don Pedro. El aire se corta con cuchillo. Pedro, astuto y calculador, intenta mantener su tono sereno, pero María, con los ojos fijos en él, deja claro desde el principio que no piensa dejarse manipular. Sabe perfectamente lo que Pedro quiere: que le venda sus acciones antes de que se celebren las próximas juntas. Quiere su voto, y lo quiere asegurado.
“No me tomes por tonta”, le espeta María sin rodeos. Su desconfianza es evidente. No es la primera vez que alguien intenta acercarse a ella con falsas promesas o halagos interesados. María ha aprendido —a golpe de traición— que en esta casa nadie da puntada sin hilo. Pedro no se inmuta. Lejos de sentirse intimidado, mantiene la compostura, casi con arrogancia. Le asegura que, aunque no tiene una bola de cristal, sabe perfectamente lo que ocurrirá: los De la Reina la presionarán, con sonrisas o con amenazas veladas, para que vote en su contra.
Pedro le recuerda de forma cruda hasta dónde puede llegar esa familia para proteger sus intereses. María no se inmuta. “No me estás diciendo nada que no sepa ya”, le contesta con frialdad. La herida que lleva dentro por lo ocurrido con Julia, por el desprecio y el dolor que ha recibido, sigue viva. Pero no está dispuesta a que nadie use esa herida como moneda de cambio.
Sin embargo, Pedro eleva la apuesta. Le advierte, con la voz cargada de amenaza disfrazada de preocupación, que si se mantiene neutral o decide votar a favor de los De la Reina, las represalias serán peores que todo lo que ha vivido hasta ahora. Y eso ya es decir mucho. María frunce el ceño. Él está jugando con fuego.
Pero María no se deja. Deja claro que no está buscando sacar provecho de la desgracia de Julia, y que, de hecho, Damián ya le hizo una oferta parecida… y la rechazó sin dudar. Ella no es una oportunista, ni una vendida.
Pedro lo sabe. Y como buen estratega, cambia de táctica. Esta vez no apela a la amenaza, sino al interés. Le ofrece el doble del valor de mercado por sus acciones, algo que Damián no hizo. Y no solo eso: también le promete una comisión extra por facilitarle el trámite. Un trato tentador, sin duda. Pero María no responde de inmediato. Su silencio habla. Está pensando. Dudando. Luchando entre el pragmatismo y los principios.
Pedro lo percibe y decide atacar donde sabe que puede hacer mella: el orgullo.
Le dice que él no sigue en esa casa porque no tenga a dónde ir, sino porque no descansará hasta que los De la Reina lo respeten. Le habla de su propia lucha por reconocimiento, por justicia. Y la anima —casi le suplica— a hacer lo mismo. A alzarse. A dejar de vivir a la sombra de los desprecios. A plantar cara y venderle las acciones como una forma de darles donde más les duele: en el poder.
Es una provocación. Una invitación al combate. Pedro convierte la transacción en un acto de reivindicación personal. Deja caer que, con ese movimiento, no solo se blindaría ella, sino también Julia, asegurando que ambas quedaran protegidas para siempre, más allá de las decisiones del clan De la Reina. 
María lo mira en silencio. Algo se remueve en ella. El recuerdo de todo lo sufrido, de cada desprecio, de cada palabra humillante. De las lágrimas escondidas. De las veces que sintió que no pertenecía a ningún sitio. Pedro lo sabe: ha tocado una fibra sensible.
Aun así, María no da una respuesta. Solo le dice que necesita tiempo para pensarlo. No se vende fácil, ni siquiera cuando la tentación es tan grande. Pedro lo acepta. Le dice que se tome el tiempo que necesite, pero le pide que no olvide lo que está en juego. No solo se trata de dinero, ni de votos. Se trata de cambiar las reglas del juego. De devolver cada golpe con la misma fuerza. De dejar de ser una víctima y empezar a jugar como una igual.
El capítulo no se detiene aquí. Mientras esta conversación marca el pulso político y estratégico de la jornada, otras tramas se entrelazan con igual intensidad. Marta y Fina, por ejemplo, siguen viviendo su propio drama doméstico, entre secretos, lealtades divididas y emociones que no encuentran salida.
Fina, que días atrás sufrió un ataque frente a Begoña, empieza a sentir que su mundo se tambalea, mientras Begoña intenta procesar el secreto que descubrió en aquel momento de vulnerabilidad. ¿Hasta dónde está dispuesta a protegerla? ¿Y qué pasará cuando ese secreto se haga público?
Por otro lado, los De la Reina siguen tejiendo sus redes de influencia, sin saber que María podría estar considerando traicionarles. Damián, siempre atento, comienza a sospechar que Pedro está ganando terreno. Y no está dispuesto a perder el control. Si María cambia de bando, el equilibrio de poder podría alterarse de manera irreversible.
La pregunta que flota en el aire es clara: ¿se atreverá María a dar ese paso? ¿Venderá sus acciones y se alineará con Pedro, o resistirá fiel a sus principios, aunque eso implique seguir siendo invisible para los De la Reina?
El episodio 308 de Sueños de libertad es una danza de poder, orgullo y heridas abiertas. María tiene la clave para cambiar el rumbo de todo… pero aún no decide si quiere ser la chispa que incendie la casa.
¿Te gustaría que desarrolle también un avance emocional para el capítulo 309?