La tensión se palpa en cada rincón, el silencio se corta con cuchillos invisibles y los secretos se convierten en una bomba de relojería a punto de estallar. En este episodio, Fina y Carmen protagonizan una conversación cargada de ansiedad, reproches, humor ácido y una creciente sensación de que el pasado –y sus errores– siempre encuentra la forma de volver para pasar factura. Todo gira en torno a un objeto aparentemente inofensivo, pero tan peligroso como una granada sin anilla: una agenda confidencial que podría poner en jaque a medio Toledo.

Fina está visiblemente alterada. Aunque intenta mantener la compostura, su mirada nerviosa y su tono trémulo la delatan. Comienza confesándole a Carmen lo que no puede sacarse de la cabeza: el estado de nerviosismo extremo de Luis. “Nunca lo había visto así”, dice, con una mezcla de culpa e incredulidad. Carmen, fiel a su estilo punzante, lanza una broma cargada de sarcasmo: “¿Y si simplemente se le ha aflojado un tornillo?”. Pero Fina no se ríe. No esta vez. Sabe que la situación es grave, que cometió un error de proporciones considerables, y lo reconoce sin rodeos: “La culpa fue mía por enseñarle la agenda”.

Y es que no se trata de una libreta cualquiera. No. Esa agenda guarda datos comprometidos de muchísima gente influyente de Toledo. Negocios turbios, secretos personales, contactos confidenciales… una mina de oro para cualquiera con malas intenciones. Luis, que conoce a todos y cada uno de los nombres que aparecen en esas páginas, podría fácilmente desatar un escándalo si decide hablar. La bomba está armada. Solo falta que alguien apriete el detonador.

Carmen, más pragmática, no pierde tiempo en lamentaciones. Va directo al grano y lanza un reproche envenenado a Fina, bautizándola irónicamente como “Boquita”, en clara referencia a su indiscreción. El tono es burlón, pero el fondo es muy serio. Carmen le recuerda que debió pensar mejor las cosas antes de abrir la boca. Fina, hundida en su propio remordimiento, asiente. Pero lo que más le duele no es solo la posibilidad de un escándalo, sino que su metedura de pata podría arrastrar a Marta y a Tasio, sobre todo en el delicado asunto de las Galerías Miranda.

El asunto no es menor. Marta y Tasio han trabajado duro para impulsar ese proyecto, que ahora corre el riesgo de naufragar si estalla un escándalo relacionado con la agenda. Todo por un descuido. Un gesto impulsivo. Una falta de prudencia.

En un intento por encontrar algo de calma, Carmen pregunta si creen que Luis se atrevería a decir algo sobre la existencia de la agenda. Fina, aunque inquieta, intenta mostrarse segura. Cree que mientras el cuaderno esté a buen recaudo, no hay de qué preocuparse. Mientras ellas lo custodien, la información seguirá siendo un secreto. Es su forma de convencerse a sí misma de que el peligro aún no es real. Que el incendio todavía no ha comenzado.

Pero Carmen, siempre un paso adelante, lanza una provocación cargada de ironía: “¿Y si viene y nos la pide por favor?”. La pregunta, en otro contexto, podría provocar una carcajada. Pero aquí sirve para subrayar lo improbable… y el miedo que, aunque no lo reconozcan, empieza a colarse por las rendijas. Fina suelta una risa nerviosa, casi como un acto reflejo, y responde con tono firme, casi indignado: “¡Hombre, que va a venir! ¿Tú no has visto el orgullo Merino que acaba de sacar aquí? No, no, sé que va a venir pidiendo en la vida… y menos con un cafelito y dos azucarillos”.

Esa imagen de Luis –orgulloso, altivo, casi intocable– sirve como consuelo para ambas. Les permite aferrarse a la idea de que él nunca se rebajaría a pedir nada. Que su arrogancia es su punto débil. Pero también saben que un hombre acorralado, humillado o herido puede ser capaz de lo impensable.

La conversación se convierte en una danza entre el miedo y el humor. Entre la culpa y la defensa. Fina y Carmen se necesitan mutuamente para calmarse, pero también se enfrentan con la verdad sin adornos. Lo que está en juego es mucho más que un trozo de papel con nombres y números: es la estabilidad de sus vidas, el prestigio de Marta, los negocios de Tasio… e incluso su propia seguridad.

Y aunque intenten restarle importancia, la sombra de Luis se cierne sobre ellas. No saben qué hará. No saben qué vio exactamente, ni si piensa usar esa información. Lo que sí saben es que, si decide moverse, lo hará con astucia. Luis no es un enemigo que actúe de frente. Es más de jugar en las sombras, de soltar veneno en los oídos correctos, de sembrar dudas que germinan lentamente hasta destruir reputaciones.

Por eso, aunque Fina diga con seguridad que Luis jamás pediría nada por favor, en el fondo ambas saben que no necesitan que venga con buenas maneras para causar estragos. Solo le basta con hablar. O incluso con insinuar. Una frase en el lugar correcto puede ser más letal que una amenaza directa.

Este capítulo de Sueños de libertad nos deja claro que el pasado nunca muere del todo, que un error del tamaño de una palabra mal dicha puede tener consecuencias imprevisibles, y que las relaciones humanas están hechas de alianzas frágiles, orgullos heridos y secretos peligrosos. Fina carga con la culpa, Carmen con la lucidez sarcástica, y Luis… Luis está en algún lugar, probablemente planeando su siguiente movimiento.

La agenda sigue oculta. Pero no por mucho tiempo.

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