Marta y Fina: Sueños de libertad (Capítulo 305): Begoña, no sé si hice bien en casarme con Luis.

La noche ha caído sobre el barrio, y entre las sombras, una conversación íntima entre dos amigas ilumina verdades del pasado y dudas del presente. Begoña y Luz se encuentran a solas, en uno de esos momentos donde las palabras pesan, los silencios hablan y las emociones se desbordan.

“Begoña, tengo que contarte algo”, comienza diciendo Luz, con la voz temblorosa. Lo que sigue es una confesión largamente aplazada, un secreto que ha cargado durante años, una verdad que conecta a Marta, Jaime… y a ella misma. Luz explica que esta historia le llegó en su momento, que no fue testigo directo, pero que quien se lo reveló lo hizo con el corazón en la mano. Y lo más impactante: Jaime también lo sabía, porque fue Marta quien, en un arranque de honestidad, se lo confesó.

Al principio, Jaime no supo cómo reaccionar. La revelación fue dura, casi imposible de digerir. Pero con el tiempo, no solo logró aceptarlo, sino que esa verdad —lejos de separarlos— los unió más que nunca. Más incluso que cuando estaban casados. Begoña queda perpleja. Nunca habría imaginado a Jaime reaccionando así, con tanta madurez, con tanta apertura. Para ella, Jaime siempre fue un hombre reservado, algo rígido. Pero Luz lo pinta de otra manera: “Era especial, diferente… tenía algo que no se podía explicar”, dice con una mezcla de admiración y nostalgia.

Y en ese momento, el ambiente cambia. Hay un matiz en la voz de Luz, una emoción que no pasa desapercibida. Begoña lo nota, pero no interrumpe. Entonces Luz insinúa algo que jamás habría esperado decir en voz alta: que entre ella y Jaime pudo haber pasado algo más. Algo que nunca llegó a concretarse del todo, pero que rozó los bordes de lo prohibido. Sin embargo, antes de dejar que el recuerdo tome el control, Luz desvía la conversación. “Me di cuenta de que Luis era mi destino. Que él era el hombre que estaba hecho para mí”, dice, casi como si necesitara convencerse a sí misma.

Begoña la escucha con atención. No la juzga, no se escandaliza. Solo le confiesa que, en el fondo, siempre lo supo. Que había algo en la forma en que Luz hablaba de Luis que la hacía sospechar que no era una relación cualquiera. Pero que nunca quiso preguntar. “No quise meterme donde no me llamaban”, admite. Luz se disculpa. No por lo que sintió, sino por no haber compartido antes esa parte de su historia. Pero también se justifica: contarle aquello habría significado traicionar a Marta, y eso era algo que no podía permitirse. “No era mi historia para contar”, dice, con los ojos húmedos.

Begoña le responde con una sonrisa suave y una frase que resume el corazón de su amistad: “Entre amigas, no hace falta pedir permiso para sentir. Y tampoco para callar, cuando lo haces por respeto.” Esas palabras sellan un pacto silencioso entre ellas, una complicidad que ni el tiempo ni los errores ha logrado quebrar.

Pero como todo en Sueños de libertad, la calma nunca dura demasiado. El nombre de Luis vuelve a aparecer en la conversación, y con él, la tensión que se esconde detrás de la aparente felicidad de Luz. Begoña le cuenta que se cruzó con él el día anterior. Lo notó raro, ausente, como si llevara una carga demasiado pesada. Y entonces, Luz se quiebra.

“No sé si hice bien en casarme con un artista”, confiesa, dejando escapar por primera vez su frustración. Luis ya no es el hombre soñador que la enamoró. Está irritable, insoportable incluso. Nada le parece suficiente, nada le sale como quiere. Y ella, que se casó con la ilusión de construir una vida distinta, empieza a preguntarse si no se equivocó. “Ojalá todo esto termine pronto, porque si no… voy a tener que replantearme ese matrimonio”, admite, con una sinceridad desarmante.

Begoña guarda silencio. No hay consejos que puedan aliviar esa duda. Solo le ofrece lo que tiene: su presencia, su apoyo, su lealtad. Porque en medio de las ruinas emocionales, a veces lo único que uno necesita es saber que no está solo.

Pero esa conversación no es solo un desahogo. Es el reflejo de algo mucho más profundo: la red de sentimientos que ha unido —y separado— a todos los personajes de Sueños de libertad. Marta, Jaime, Luz, Luis… todos han tomado decisiones que los han marcado, que han dejado cicatrices invisibles. Y ahora, esas cicatrices vuelven a doler.

Luz, al abrir su corazón, revive también su historia con Jaime. No fue una historia de amor convencional. Fue una conexión intensa, inesperada, casi prohibida. Pero también fue incompleta. Porque, al final, eligió otro camino. Eligió a Luis. Pero esa elección, que entonces parecía clara, hoy tambalea. ¿Y si se equivocó? ¿Y si lo suyo con Jaime era más real de lo que se atrevió a aceptar?

Mientras tanto, el presente la desborda. Luis se pierde en su mundo de frustraciones, en sus obras inconclusas, en su ego herido. Y Luz, que antes admiraba esa pasión, ahora la padece. Porque no se trata solo de arte. Se trata de convivencia, de respeto, de amor. Y cuando todo eso se pone en duda, el futuro se vuelve incierto.

Por su parte, Begoña también carga con lo suyo. Aunque esta noche ha sido para escuchar, sus silencios hablan de sus propias dudas, de sus propias heridas. Porque en Sueños de libertad, nadie está completamente a salvo del pasado. Y nadie tiene garantizado el futuro.

La escena termina con ambas mujeres abrazadas, en silencio, compartiendo una complicidad que va más allá de las palabras. En sus miradas hay dolor, pero también fuerza. Saben que vienen tiempos difíciles. Que las decisiones que tomen ahora pueden cambiarlo todo. Pero también saben que, mientras se tengan la una a la otra, hay esperanza.

Y mientras la noche sigue envolviendo al barrio, en algún rincón, Luis lucha con sus demonios. Marta guarda un secreto que aún puede estallar. Y Jaime… Jaime sigue siendo un eco en el corazón de Luz, un “qué hubiera pasado si…” que amenaza con volver.


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