El capítulo 304 de Sueños de libertad nos sumerge en una escena cargada de tensión emocional y verdades a punto de estallar. El duelo es entre dos personajes que se conocen demasiado bien: Digna y Damián. Lo que comienza como una simple pregunta acaba convirtiéndose en una tormenta de reproches, revelaciones y heridas que jamás cicatrizaron.

Digna irrumpe con firmeza, decidida a enfrentar a Damián con una duda que le carcome el alma: ¿ha sido él quien mandó a seguir a Pedro? No quiere evasivas, ni rodeos. Solo un sí o un no. Pero como siempre, Damián recurre a la ambigüedad. Esquiva la respuesta con ironías, con ese tono condescendiente que tan bien maneja, como si cada palabra que pronunciara no fuese solo un argumento, sino también un arma.

Digna no cede. Su intuición le grita que Damián está jugando sucio. Y lo dice con todas las letras: él no ha dejado de entrometerse, de manipular, de sabotear lo que queda de su vida sentimental. Damián se burla. Le dice que la única inocente en toda esta historia es ella. Que está ciega, que se niega a ver la verdad sobre Pedro. Y que su terquedad no solo la está hundiendo a ella, sino que está provocando tensiones con Andrés y obstaculizando el proceso de nulidad matrimonial.

Pero Digna no se doblega. Defiende a Pedro como quien defiende una última esperanza. Le recuerda que la reunión con Monseñor Mercader no fue más que un encuentro entre viejos conocidos, que no hay pruebas de ninguna conspiración, y que Pedro siempre ha sido transparente con ella. Para Damián, esas palabras son ingenuidad pura. Él insiste: su único objetivo es abrirle los ojos antes de que sea demasiado tarde.

Entonces la conversación da un giro oscuro, inesperado. Damián lanza un dardo envenenado: asegura tener nueva información sobre Pedro, información que, de ser cierta, destrozaría la imagen que Digna tiene de él. Según la mejor amiga de Inés —la difunta esposa de Pedro—, esta cayó en una profunda depresión poco antes de morir. No solo por la muerte de Mateo, sino porque Pedro se había enamorado de otra mujer. Damián insinúa incluso que esa traición pudo haber empujado a Inés al suicidio.

El silencio posterior es sepulcral. Digna, conmocionada, no puede creer lo que escucha. Lo acusa de mentir, de inventar cualquier cosa con tal de destruir lo que ella está intentando construir. Pero Damián no titubea. Asegura tener pruebas, testigos, nombres. Lo que al principio parecía un intento desesperado por entrometerse, ahora se convierte en una amenaza real. ¿Y si Pedro no es el hombre que Digna cree? ¿Y si debajo de su fachada amorosa se oculta un ser frío, calculador, capaz de arrastrar a una mujer a la muerte?

Pero Digna no está dispuesta a dejarse derrumbar así. Con los ojos empañados, pero con la voz firme, le responde a Damián que ha aprendido de sus errores. Que no necesita más lecciones, y mucho menos de alguien como él. Le asegura que Pedro la ama sin dobles intenciones. Que no hay manipulación ni mentira en su relación. Y que aunque el pasado pueda doler, ella no va a vivir bajo su sombra.

Damián, por su parte, se disfraza de protector. Dice que solo quiere lo mejor para ella. Que si la hiere, es sin querer. Pero esa excusa ya no le sirve a Digna. Le devuelve cada palabra como un puñal: su verdadero error fue enamorarse de él. Entregarle su corazón. Apostar por alguien que solo le trajo dolor, confusión y desconfianza.

Y es que en esta conversación, más que hablar de Pedro, están destapando lo que quedó roto entre ellos. Digna ya no es la mujer que necesitaba que la salvaran. Ahora exige respeto. Claridad. Y aunque la duda sobre Pedro queda flotando en el aire como una nube negra que amenaza con estallar, ella toma una decisión emocionalmente definitiva: no va a permitir que Damián siga controlando sus decisiones, ni envenenando sus vínculos.

La escena cierra con una frase lapidaria. Cuando Damián le dice que no pretende hacerle daño, ella responde con una mezcla de tristeza y coraje: “Y sin embargo, lo haces. Todos los días. Aunque no lo quieras.” El impacto es inmediato. Damián se queda sin palabras. Tal vez por primera vez, comprende que ha perdido algo que no va a recuperar.

Este episodio no solo deja abierta la posibilidad de que Pedro oculte secretos oscuros, sino que sella un antes y un después en la relación entre Digna y Damián. Es el final de una historia marcada por la manipulación emocional, los silencios tóxicos y el amor que se disfraza de protección. Ahora, Digna se erige como una mujer que, aunque herida, ya no está dispuesta a tolerar más mentiras.

Por su parte, Damián queda en una posición peligrosa. Si sus afirmaciones sobre Pedro resultan ser ciertas, su papel como villano podría redefinirse como el de un hombre que, pese a todo, decía la verdad. Pero si está mintiendo —si esta supuesta información sobre Inés es solo otra de sus maquinaciones—, entonces estará firmando su sentencia moral definitiva.

Mientras tanto, Marta y Fina observan desde las sombras del relato, percibiendo que algo está cambiando. Que las piezas del rompecabezas se están moviendo. Porque en Sueños de libertad, los secretos no se entierran para siempre. Solo se entierran hasta que alguien tenga el valor de desenterrarlos.

Y ahora, ese valor lo tiene Digna. ¿Será suficiente para soportar lo que está a punto de descubrir? ¿O la verdad, como tantas veces, terminará siendo más cruel que cualquier mentira?