«Si Marta es feliz, yo también lo soy.»
Con esa frase serena pero cargada de una profundidad emocional abrumadora, Fina intenta convencerse —y a sus amigas— de que todo está bien. Pero en el corazón de esta escena íntima entre amigas, las palabras revelan más de lo que ocultan.
El capítulo 347 de Sueños de Libertad nos regala un momento de pausa, de charla sincera entre tres mujeres que, más allá de las intrigas y tensiones del día a día, encuentran en la amistad un refugio indispensable. Fina, Carmen y Claudia conversan en la tienda con la naturalidad que solo permite la confianza. Lo que empieza como una charla trivial sobre una sesión de fotos infantil, pronto se convierte en una conversación profundamente reveladora.
Carmen, con su humor característico, le pregunta a Fina cómo le fue con Teo. Fina, sonriente, relata que el niño estuvo nervioso al principio, pero que poco a poco fue entrando en confianza. “Jugamos a las canicas”, dice, entre risas, “aunque me dejó ganar”. Claudia, extrañada, le lanza una pregunta inocente: “¿Y para qué querías practicar?”
La pregunta, que parecía inofensiva, abre la puerta a una confesión inesperada.
Fina respira hondo y suelta la noticia: Marta y Pelayo están pensando en tener un hijo. La frase queda suspendida en el aire, y la expresión de Carmen y Claudia cambia. No hay juicio, solo sorpresa. Carmen, siempre cuidadosa, le pregunta con delicadeza cómo se siente al respecto. Fina responde que es “raro”, que no sabe muy bien cómo encajar la idea, pero que Marta le ha hablado de que tal vez podría formar parte de la crianza del niño.
La conversación cambia de tono. Ya no es una charla entre amigas, sino una reflexión íntima sobre los límites del amor y el lugar que ocupa cada una en la vida del otro. Fina admite que no es una mujer moderna, y que no tiene claro cuál sería su papel exacto. “Quizá como Digna fue conmigo”, sugiere, “una tía cercana, presente, aunque no del todo madre”. Sus palabras son serenas, pero cargadas de una vulnerabilidad conmovedora.
No hay reproches. Fina no expresa rabia ni celos. Solo una melancólica aceptación. Ama a Marta, y ese amor, lejos de ser posesivo, la empuja a querer lo mejor para ella, aunque eso signifique quedar a un lado. “Un hijo siempre es una bendición”, repite, como si quisiera convencerse. “Y si Marta es feliz, yo también lo soy”.
Carmen y Claudia la escuchan en silencio. Entienden más de lo que Fina dice. Saben que ese “estar bien” esconde un huracán de emociones. Por eso no la dejan sola. Le toman las manos con ternura, sellando con ese gesto una promesa silenciosa: estarán con ella, sea cual sea el camino que decida tomar.
Esta escena, sencilla en apariencia, resume con maestría el tipo de vínculos que Sueños de Libertad ha sabido construir. Aquí no hay grandes discursos ni lágrimas forzadas. Solo tres mujeres compartiendo la complejidad del amor, de la familia, de las decisiones que marcan la vida.
La gran pregunta queda flotando en el aire como un suspiro contenido: ¿Puede alguien ser realmente feliz solo con la felicidad del otro? ¿O llegará el momento en que Fina necesite también ser protagonista de su propia historia?