El capítulo 336 de Sueños de libertad nos regala un oasis emocional en medio de tanta tensión: una escena íntima, honesta y profundamente reveladora entre Marta y Fina. Lejos del bullicio de las intrigas, de los secretos familiares y de los vendavales políticos, este momento se convierte en un refugio para dos almas que, a pesar de las circunstancias, se siguen buscando… y encontrando.
La escena comienza con un tono juguetón, casi como si estuviéramos espiando un momento privado entre dos amantes que por fin pueden respirar en libertad. Marta entra de improviso en la habitación de Fina, y esta la recibe con una mezcla de sorpresa y alegría envuelta en ironía: “Ah, vaya, has estado rápida. ¿Tú qué te crees?”, le dice, marcando el ritmo de una conversación cargada de complicidad. Marta, por su parte, entra en el juego, con una sonrisa a medio camino entre el cariño y el sarcasmo, diciendo que ha venido a buscar a la “señora tarde libre”, como si Fina estuviera de vacaciones sin motivo.
La conversación sigue entre bromas, con Fina burlándose de las actividades de alta sociedad y haciendo un comentario sobre la “señora Montería de Alto Copete”, en tono sarcástico. Ambas se ríen, pero detrás de la broma hay un subtexto claro: las diferencias entre el mundo al que Marta pertenece por obligación, y el que Fina habita por elección. Pese a todo, sus miradas se cruzan, sus cuerpos se acercan, y el tono se vuelve más íntimo. Hay una cercanía cálida que habla de mucho más que amistad o compañerismo.
Entonces, Fina rompe el hielo con una pregunta sencilla pero reveladora: “¿Qué tal la cacería?”. Marta, con sinceridad, responde que fue un aburrimiento total. No disfrutó el evento, y lo único rescatable fue haber caminado un poco por el campo. Pero luego, como quien no quiere dejar pasar lo importante, lanza una confesión que cae como un suspiro en mitad del silencio: “Te eché de menos.”
Esas cuatro palabras lo cambian todo. Son el núcleo de la escena. No se trata solo de una frase romántica, sino de un grito silencioso en medio de una vida que no le pertenece. Marta está cansada, agotada de fingir, de tener que separarse de quien realmente quiere por las reglas del juego político y social. Con esa confesión, se rinde por un instante a su verdad más íntima.
Fina, que siempre ha sido la más directa de las dos, responde con su toque habitual de franqueza: dice que ella jamás iría a una cacería, ni aunque la invitaran. Para ella es una pesadilla. Pero Marta baja la cabeza, resignada, y dice lo que resume su estado de ánimo: “Ya no tengo elección.”
Ahí es donde el dolor se filtra. La escena deja de ser solo romántica y entra en terreno más profundo: el de la prisión emocional. Fina entiende de inmediato que Marta no habla de la cacería, sino de su vida. Su vida con Pelayo. Su vida de esposa decorativa. Su vida de compromiso y apariencias. Fina pregunta entonces, con una mezcla de sarcasmo y dolor, si al menos Pelayo logró lo que quería.
Marta, con un leve asentimiento, confirma lo inevitable: Pelayo será el nuevo gobernador civil de Toledo. Y aunque eso, en cualquier otro contexto, sería motivo de celebración, en su rostro solo hay melancolía. Fina no entiende por qué esa noticia viene acompañada de un aire tan apagado, pero la respuesta no tarda en llegar.
Marta le cuenta lo que realmente significa ese ascenso para ella: una agenda cargada de cenas oficiales, eventos sociales, misas, desfiles y apariciones públicas. Y siempre del brazo de Pelayo. “Todo el tiempo fingiendo que soy la esposa perfecta,” dice, dejando ver que lo que le espera no es una nueva vida, sino una condena.
Fina escucha en silencio, y cuando finalmente habla, lo hace con una frase que corta el alma: “Eso viene con el cargo de consorte.” Es un golpe suave pero devastador. Las dos saben lo que eso implica. No solo es la pérdida de libertad para Marta en el plano social y político, sino también la amenaza constante sobre su relación. Lo que tienen —ese vínculo verdadero, profundo, fuera de los márgenes— no cabe en ese nuevo mundo al que Pelayo la está arrastrando.
Lo que hace esta escena tan poderosa es precisamente eso: no necesita gritos ni drama escandaloso. Todo es contenido, íntimo y terriblemente humano. Una conversación entre dos personas que se aman en silencio, que se extrañan incluso cuando están cerca, que se saben limitadas por el tiempo, el rol, la política… y el miedo. Pero aun así, se buscan. Se eligen. Se cuidan. Se confiesan.
“Te eché de menos” no es solo una frase en esta escena. Es la declaración de guerra de un corazón cansado. Es una confesión que atraviesa todas las barreras sociales. Es el intento desesperado de no perderse en medio del ruido.
Y aunque el episodio no termina con un beso ni con una gran decisión, lo que deja es igual de poderoso: la certeza de que, aunque el mundo intente separarlas, Fina y Marta todavía encuentran maneras de sostenerse. Aunque sea con una frase. Aunque sea con una mirada. Aunque sea en la intimidad de una habitación que, por un momento, se convierte en su único refugio.
Porque en Sueños de libertad, el verdadero amor —el que duele, el que resiste, el que se esconde entre las grietas— es el que más lucha por respirar. Y esta escena entre Fina y Marta es la prueba viva de ello.