En el episodio 309 de Sueños de libertad, se abre un nuevo capítulo de tensiones, decisiones estratégicas y conflictos personales que amenazan con reconfigurar el futuro de la empresa y también las relaciones más íntimas entre los personajes. Marta, Andrés y Damián se enfrentan a una encrucijada que los obliga a pensar rápido, actuar con frialdad, pero también a lidiar con emociones que hierven bajo la superficie. La posible venta de acciones a Brosar, una corporación francesa, se convierte en el detonante de una discusión tan intensa como reveladora.

La escena arranca con Damián tomando una decisión urgente. Está decidido a hablar con “esa persona” —sin decir nombres— antes de que sea demasiado tarde. Marta, sorprendida, intenta averiguar sus verdaderas intenciones: ¿quiere él realmente entregar parte de la empresa a los franceses, o solo está usando esa amenaza como una táctica para presionar a Don Pedro y frenar su avance?

En este punto, Andrés interviene con firmeza. Prefiere mil veces asociarse con Brosar que seguir lidiando con Don Pedro, a quien desprecia profundamente. Pero Damián, con la voz cargada de sabiduría amarga, lo frena en seco: “Eso lo dices porque estás enojado.” Sus palabras hieren, pero también son una advertencia. Andrés está dejando que su resentimiento lo nuble y no ve el peligro real que representa Brosar, un gigante empresarial que ya en el pasado había tratado de tomar el control de la empresa desde las sombras.

Todos recuerdan un capítulo oscuro: Brosar ya había intentado infiltrar a alguien cercano a ellos como parte de una estrategia para apoderarse de la compañía. Por eso, Damián insiste, abrirles ahora la puerta sería como invitar al lobo al corral. Aunque Pedro representa una amenaza clara y visible, los franceses podrían resultar aún peores. Podrían aplastarlos sin darles tiempo siquiera a reaccionar.

Andrés intenta calmar el ambiente. Asegura que no tiene intención alguna de vender a Brosar. Su miedo no son los franceses, sino María. Ella se ha convertido en el verdadero talón de Aquiles del grupo. Está herida, resentida, y parece dispuesta a vender sus acciones, no por conveniencia económica, sino por puro despecho. Andrés no sabe cómo hacerla cambiar de idea, y eso lo desvela.

Marta aporta una reflexión crucial: la oferta francesa es tentadora. Están dispuestos a pagar el doble del valor actual de las acciones. Pero Damián está convencido de que eso no es lo que mueve a María. Ella no quiere dinero, quiere venganza. Revela que la noche anterior le ofreció una mejor propuesta y aun así fue rechazada. El mensaje fue claro: no se trata de negocios, sino de hacerles daño a ellos.

Marta, intentando no perder la fe, subraya que María aún no ha vendido. Mientras esa decisión no esté cerrada, todavía hay margen para intervenir. Pero Damián lo ve difícil. Cree que el odio de María es demasiado profundo, y que sus palabras fueron rotundas: jamás les venderá. Para él, están en una carrera contra el tiempo.

Sin embargo, no todo está perdido. Damián propone una alternativa arriesgada pero potencialmente decisiva: si logran que Pedro se retire de la contienda, María podría cambiar de parecer. Marta y Andrés lo miran con incredulidad. Eso suena incluso más imposible que convencer a María. Andrés lo deja claro: su hermana no les tomaría en serio a ninguno de ellos. Pero Damián tiene otra carta bajo la manga.

De pronto, con determinación, se levanta, toma su abrigo y se marcha sin dar más explicaciones. Marta, intrigada, lo observa salir. Luego se gira hacia Andrés y le pregunta si cree que va a hablar con Digna. Andrés, sin dudarlo, asiente. ¿Quién más podría ser?

Esta mención de Digna no es gratuita. Damián cree que si hay alguien que aún tiene el poder de influir en María, es ella. No solo por los vínculos del pasado, sino por la conexión emocional que aún subsiste entre ambas, aunque muchas veces negada o sepultada por las circunstancias. Damián no lo dice con palabras, pero su acción lo deja claro: está apostando todo a una jugada emocional, a una conversación que podría salvar la empresa o condenarla definitivamente.

Este episodio marca un punto de inflexión en la trama de Sueños de libertad. Las luchas por el poder se entrelazan con las heridas personales. Cada personaje se enfrenta a sus propios demonios, y lo que está en juego no es solo una fábrica o unas acciones, sino el control del legado familiar, la estabilidad de Julia, el orgullo de Andrés, y la necesidad desesperada de Damián de preservar lo que queda de su mundo.

La pregunta que flota en el aire es clara: ¿logrará Damián convencer a Digna? ¿Podrá ella, en última instancia, convertirse en el puente que calme la tormenta? ¿O María, arrastrada por su necesidad de revancha, venderá a Brosar, poniendo en manos extranjeras el corazón de la empresa?

Lo cierto es que cada movimiento se vuelve más crítico que el anterior. Y en medio de esa tormenta, Marta y Fina también tendrán que posicionarse. Ya no hay margen para la neutralidad. Cada decisión —personal o profesional— tiene un precio. Y todos están a punto de pagarlo.

¿Crees que María cambiará de opinión? ¿O está todo perdido para la familia? ¿Será Digna la clave o un nuevo problema?
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