En el capítulo 354 de Sueños de libertad, las tensiones emocionales, los proyectos compartidos y los vacíos imposibles de llenar se entrelazan en una escena llena de silencios significativos y verdades soterradas. Pelayo y Marta descienden juntos las escaleras, compartiendo una aparente calma matutina mientras hablan de su inminente viaje a Londres. Pelayo, meticuloso como siempre, le comenta que ya tiene todo listo porque odia salir con prisas. Marta le sigue la corriente, confirmando que también tiene su maleta preparada, aunque menciona que aún tiene que pasar por la fábrica a resolver unos asuntos antes de irse.

La conversación, en apariencia trivial, va cargada de subtextos. Pelayo le dice que le avise cuando quiera bajar el equipaje, mostrando su constante disposición. Marta, con ese tono entre cómplice y distante que la caracteriza, le recuerda que no olvide llevar ropa de lluvia. Él, anticipándose, ya lo ha hecho. Entonces entra en escena Damián, alterando el equilibrio.

Damián, con su habitual tono grandilocuente, quita importancia a lo material. Dice que si falta algo, lo compran allá, y que lo esencial no es la ropa, sino lo que están a punto de hacer: un paso crucial, trascendental. Pero Marta, con los pies bien puestos en la tierra, le recuerda que no hay que celebrar antes de tiempo. El tratamiento médico al que se someterán en Londres no garantiza resultados. Puede que necesiten más de un intento… o más de una desilusión.

Pelayo, intentando rebajar la tensión, bromea diciendo que Marta está siendo “aguafiestas”, y defiende el derecho de Damián a ilusionarse. Pero Damián no se anda con rodeos: para él, este no es un viaje cualquiera, es una misión con peso histórico. Habla de legado, de continuar la estirpe, de perpetuar los apellidos Reina y Olivares. Pero ese entusiasmo que él cree noble, choca con el escepticismo silencioso de Marta.

Ella responde con una fina capa de sarcasmo, como una armadura que protege sus emociones. Le dice a Damián que con tanta solemnidad, parece que ella solo está allí para prestar su cuerpo a una causa dinástica. Damián se sorprende. ¿Es una broma? ¿Una queja? ¿Un grito oculto? Marta, más serena, aclara que entiende la importancia del hijo que podrían concebir, pero también deja ver que no se siente del todo cómoda con el peso simbólico que se le ha asignado.

Cuando ya están todos sentados a la mesa, el ambiente se vuelve más íntimo. Damián, como si quisiera sellar la jornada con una frase esperanzadora, afirma que tendrán una familia hermosa, que los hijos traen felicidad y que Marta y Pelayo formarán una pareja perfecta. Cree que juntos superarán sus miedos, sus contradicciones, sus dudas… como si un hijo fuera a resolver todas las fracturas invisibles que los separan.

Pero Marta, con la calma de quien ya ha pensado todo demasiado, lanza una frase que cae como un suspiro denso en la estancia:
“Se están olvidando de alguien.”

Damián se queda perplejo, confundido. Pelayo frunce el ceño, sin entender del todo. Y es Fina quien responde. Con voz suave pero firme, señala que este viaje será el único momento en el que Fina no esté presente.

La frase lo cambia todo.

No se trata solo de Londres, ni de tratamientos médicos, ni de linajes. Se trata de una verdad emocional que sigue viva en Marta. Fina no es una ex, no es un error ni un paréntesis. Fina es una presencia constante, aunque silenciosa. Su ausencia en el viaje no significa que ya no importe; al contrario, resalta su peso real: Fina sigue siendo parte del futuro de Marta, aunque nadie más quiera admitirlo.

Este instante revela más de lo que todos los discursos anteriores intentaban esconder. Marta está divida entre el deber y el deseo, entre la lógica y el corazón. Entre lo que se espera de ella… y lo que realmente quiere.

Mientras Pelayo y Damián se esfuerzan en diseñar un proyecto de familia “ideal”, olvidan —o deciden ignorar— el lazo emocional que une a Marta con Fina. Y aunque ella ha sido valiente, discreta, e incluso pragmática, el peso emocional de renunciar a Fina está empezando a quebrarla por dentro.

Ese desayuno termina con una tensión que nadie quiere nombrar, pero que se instala como una sombra entre los tres. Damián no sabe cómo responder. Pelayo, incómodo, se guarda sus preguntas. Y Marta, una vez más, se levanta con la compostura de quien lleva demasiado tiempo siendo fuerte para los demás… y empieza a preguntarse cuándo podrá serlo para sí misma.

Un capítulo que se presenta tranquilo pero que esconde una profunda reflexión sobre los vínculos que no pueden romperse, los silencios que gritan más que las palabras y el peso que implica sacrificar una parte del alma por cumplir expectativas ajenas.

“Me estoy cansando de ser valiente todo el tiempo, Digna”, parece pensar Marta.
Y quizás, solo quizás, el viaje a Londres sea más que una búsqueda de futuro.
Tal vez sea una despedida que todavía nadie quiere aceptar.