“Formemos nuestra propia familia”
Las palabras salen de los labios de Marta con una suavidad que desarma. No son una declaración impulsiva, ni una fantasía lejana: son un acto de fe, un deseo convertido en promesa. En el capítulo 346 de Sueños de libertad, Marta y Fina protagonizan una escena profundamente conmovedora, una conversación sincera donde el amor se enfrenta a sus propios miedos… y los abraza.
Marta lo dice con total claridad: quiere tener un hijo con Fina, quiere construir un hogar, una familia a su lado. No lo plantea como un capricho o una huida, sino como una elección valiente frente al mundo. Pero no quiere hacerlo sola, ni quiere arrastrar a Fina sin su consentimiento. “Solo si tú también lo deseas”, le dice, con la mirada firme y el corazón expuesto.
Fina guarda silencio por un momento. Luego, le responde que sí, que por supuesto que quiere. Pero Marta no se queda tranquila. Nota un temblor en su voz, una inquietud que no se disimula fácilmente. “¿Por qué estás tan nerviosa?”, pregunta con ternura. Entonces, Fina se abre como pocas veces lo ha hecho.
“Me da miedo”, confiesa. “Porque lo quiero con todo mi corazón.”
A veces, cuando el deseo es tan grande, el primer paso se convierte en un abismo. No porque se dude del amor, sino porque se teme perderlo. Lo que se ama con intensidad también se teme con la misma fuerza. Fina no duda de Marta, ni de lo que han construido. Lo que la paraliza es el vértigo de apostar por todo aquello que más anhela.
Marta escucha, comprende y acaricia sus miedos. Le recuerda aquel instante en el que supo que la amaba, ese momento en que el amor ya no pudo seguir siendo ignorado. Fue tan aterrador como revelador. Pero eligieron quedarse, eligieron caminar juntas. ¿Y ahora? Ahora la vida les ofrece la oportunidad de dar un paso más. De soñar con una vida que, pese a las barreras, se parezca a la normalidad que el mundo siempre les negó: una familia.
Y Fina, entre lágrimas y sonrisas, entre el temblor y la certeza, lo dice:
“Sí. Hagámoslo. Tengamos ese hijo, Marta. Formemos nuestra propia familia.”
Se abrazan. No hay música épica ni luces de escena. Solo dos mujeres amándose con la fuerza de quienes saben que el amor verdadero no se esconde, no se pide permiso, no se limita.
En tiempos donde el miedo aún marca el ritmo, Marta y Fina dan un paso al frente. No porque no teman, sino porque se atreven.
Y ese, quizás, es el acto más revolucionario de todos.
¿Tú también crees que el amor tiene derecho a soñarlo todo, incluso una familia?