En el capítulo 343 de Sueños de Libertad, Fina y Marta protagonizan una de las escenas más íntimas, sinceras y emocionalmente reveladoras de toda la serie. Un momento que, sin grandes gestos ni escándalos, lo cambia todo: lo que comienza como una visita inesperada, acaba abriendo la puerta a una posibilidad tan insólita como hermosa —una familia construida desde el amor, más allá de lo convencional.
La noche cae sobre la fábrica, y mientras todo parece en calma, Fina irrumpe con su estilo característico en la oficina de Marta. En tono juguetón, le reprocha que aún esté trabajando a esas horas. Marta responde con una sonrisa, alegando que solo intentaba poner un poco de orden. Pero debajo de esa pequeña charla cotidiana se esconde algo más. El deseo contenido, la necesidad de estar cerca, de encontrar un respiro entre el caos, florece entre las palabras no dichas.
Entonces, Marta le lanza una pregunta directa: “¿Cómo sabías que era yo la que entraba?”. Fina responde con desarmante sinceridad: “No lo sabía. Pero lo deseaba.” Su respuesta lo dice todo. La vio, la necesitaba. Al ver la luz encendida, lo interpretó como una señal. Un simple gesto se convierte en una confesión velada, y el ambiente cambia.
Fina teme haber sido demasiado directa en su conversación anterior. Se refiere, claro, a aquella vez en que le dijo a Marta que tener un hijo solo por imagen o para cumplir con las expectativas políticas no era el camino. Marta, lejos de enfadarse, le da la razón. Esa franqueza entre ellas crea una burbuja de comprensión mutua, donde por fin pueden hablar sin máscaras.
Es entonces cuando Fina posa la vista sobre una fotografía en el escritorio. Se trata de Marta de bebé, en brazos de su madre, el día de su bautizo. La imagen despierta algo profundo en Fina. Ve ternura, amor, protección. Marta aprovecha para hablar de lo que significaba el cariño materno: los besos antes de dormir, las palabras dulces cuando los hermanos molestaban, ese consuelo que se clava en la memoria y deja una huella imborrable. Las dos se dejan llevar por esos recuerdos que humanizan, que duelen, que reconfortan.
La conversación da un giro inesperado cuando Marta le pregunta a Fina si alguna vez ha imaginado ser madre. Fina, al principio, bromea y responde que no es de esas que se casan ni tienen hijos, mucho menos en el mundo tan áspero en el que viven. Pero Marta no se refiere a formar una familia con un hombre. Entonces, el aire se vuelve más denso. Fina intenta tomárselo a broma, nombra a la Virgen María y su milagro, pero Marta insiste, con la mirada firme y la voz baja: “¿Te gustaría tener un hijo conmigo?”
Silencio. Fina, por primera vez en mucho tiempo, se queda sin palabras. Su rostro se llena de emoción, de confusión, de ternura contenida. Y tras una pausa que parece detener el tiempo, responde con honestidad: “Si fuera posible… claro que me encantaría.” No hay ironía, ni dudas. Solo un anhelo imposible hecho confesión.
Marta sonríe, con los ojos brillantes, y le dice que está segura de que Fina sería una madre maravillosa. En ese momento, todo lo que parecía imposible empieza a parecer… tal vez, alcanzable. Pero Marta guarda una última sorpresa, una propuesta que rompe todos los esquemas.
Le revela que su marido, Pelayo, le ha planteado una idea absolutamente inesperada: que el hijo que tuvieran… pudiera ser de los tres. Una familia compartida. Una estructura no tradicional, valiente, distinta. Fina no sabe cómo reaccionar. La propuesta la sobrecoge. ¿Qué significa eso? ¿Qué lugar ocuparía ella? ¿Sería madre, amiga, compañera, otra cosa? ¿Puede realmente funcionar una familia así?
Pero, a pesar de la confusión, no hay rechazo. Fina no huye. No se burla. Se queda en silencio, procesando lo que acaba de escuchar. En su rostro se dibuja una mezcla de asombro, miedo y esperanza. Por primera vez, se atreve a imaginar que quizás sí hay un futuro posible con Marta. Que pueden construir algo juntas, aunque no tenga nombre, aunque nadie lo entienda.
El capítulo no da respuestas cerradas, pero sí abre una puerta gigantesca a lo que Sueños de Libertad siempre ha intentado mostrar: que el amor, cuando es real, no necesita etiquetas. Que los afectos sinceros, aunque no sigan las normas tradicionales, pueden ser el cimiento de algo tan sólido como una familia.
Y en este momento, Fina y Marta, por encima de sus miedos, de sus diferencias y del juicio ajeno, sueñan con eso: con un hijo, con un hogar, con una historia suya. Una historia sin moldes, sin mentiras, sin fingir lo que no son.
Mientras la luz de la oficina sigue encendida, ambas permanecen juntas, en silencio, imaginando. Fina no da un sí rotundo. Marta no exige una respuesta inmediata. Pero entre las dos flota esa posibilidad, ese “¿y si…?” que lo cambia todo.
Este encuentro, tan delicado como trascendental, se convierte en uno de los más poderosos de la serie. Porque más allá del melodrama o los giros, Sueños de Libertad nos recuerda que hay otras formas de amar, de formar una familia, de elegir con quién y cómo compartir la vida.
Y quizá, solo quizá, el futuro que soñaban —ese que parecía imposible— está más cerca de lo que creen.
¿Te gustaría que elaboremos un posible diálogo ampliado entre Marta y Fina en esta escena o un spoiler del capítulo 344 con consecuencias de esta conversación?