En el capítulo 339 de Sueños de Libertad, una conversación íntima y desgarradora entre Marta y Pelayo revela la fragilidad del mundo que ambos comparten en secreto. En medio de una noche silenciosa, los sentimientos se desbordan y las verdades salen a la luz con una honestidad brutal.
Pelayo encuentra a Marta en un rincón de la casa, buscando unos minutos de calma antes de irse a dormir. La escena comienza con una charla apacible: Marta le pregunta por su madre, y él, con una sonrisa nostálgica, le cuenta que está feliz de estar de vuelta en su hogar, e incluso ya piensa en redecorar. Pero hay algo más. Su madre le ha pedido que le agradezca personalmente a Marta por haberlo apoyado durante su posible ascenso a gobernador civil. Un gesto que Pelayo no pasa por alto.
Sin embargo, la atmósfera se vuelve densa cuando Marta, visiblemente preocupada, le confiesa algo inquietante. Don Pedro, con su habitual mirada inquisitiva, ha lanzado comentarios ambiguos tras ver a Pelayo compartiendo mesa con Cobeaga. Marta, que conoce bien el tipo de sociedad en la que viven, teme que Pedro haya empezado a sospechar sobre la orientación de Pelayo. Un dato que, en ese entorno conservador y vigilado, podría destruirlo.
Pelayo se muestra alarmado, pero asegura haber sido extremadamente cauteloso. Reconoce que Cobeaga se le insinuó, pero él se mantuvo firme, marcando límites claros. Aun así, Marta no está convencida. Sabe que Pedro no necesita pruebas para comenzar a sembrar dudas. Le recuerda que incluso él intentó tantearla en su momento, preguntándole sutilmente si le gustaban las mujeres.
Entonces, en un intento desesperado por protegerlo, Marta revela que le insinuó a Don Pedro la posibilidad del futuro cargo político de Pelayo. Lo hizo con la esperanza de blindarlo socialmente: un hombre en camino a un puesto de poder no sería fácilmente atacado. Aunque admite que quizás se precipitó al compartir una información no oficial, Pelayo agradece el gesto con sincera emoción. Sabe que, en su situación, cualquier movimiento estratégico puede marcar la diferencia.
Pero Marta no puede quedarse con la duda. Lo mira fijamente y lanza la pregunta directa: “¿Qué pasó con Cobeaga en esa terraza?” Pelayo, sin rodeos, le cuenta que Cobeaga lo invitó a su habitación. Marta, sorprendida, apenas acierta a decir un “vaya”, cargado de tensión. Luego, con una mezcla de curiosidad y temor, le pregunta si se sintió tentado. La respuesta de Pelayo es contundente: “No. Me sentí acosado. Y que me gusten los hombres no significa que cualquiera me atraiga. Igual que tú no te sientes atraída por todas las mujeres”.
Ese instante, lleno de verdad y vulnerabilidad, deja claro el nivel de confianza que han construido. Marta quiere protegerlo, aunque eso implique arriesgarse. Pelayo, por su parte, responde con total transparencia, sabiendo que en este mundo hostil, su única red segura son las personas que realmente lo conocen.
Ambos saben que viven al borde de la sospecha, donde cada gesto, cada palabra, puede volverse en su contra. Y sin embargo, esa noche, el silencio compartido entre ellos se convierte en un acto de resistencia. Una promesa silenciosa de cuidarse, pase lo que pase.