En el capítulo 302 de Sueños de Libertad, se desata una tormenta silenciosa entre Marta y Rojas, una escena que no solo marca un punto de inflexión emocional en la historia, sino que abre la puerta a secretos largamente enterrados, pasados compartidos y amenazas inminentes. La tensión no solo está en lo que se dice, sino en lo que se calla, en las miradas duras y las palabras que cortan como cuchillas. Esta vez, el epicentro del conflicto no es otro que Fina Valero.

Todo comienza en la oficina de Marta, cuando Rojas irrumpe sin previo aviso. Ella está al teléfono, pero corta la llamada de inmediato al ver quién ha entrado. La frialdad con la que despide a su secretaria, que acaba de presentar su renuncia, ya indica que Marta no está de humor para visitas innecesarias. Y mucho menos si quien entra es Rojas. Sin perder tiempo, Marta exige saber qué quiere. Él, hábil como siempre para dar rodeos, le devuelve la pregunta, pero termina admitiendo que ha venido a hablar de Fina.

Esa sola mención transforma el ambiente. Marta se tensa, como si su cuerpo se convirtiera en una barrera entre Rojas y Fina. Le deja claro, con firmeza helada, que Fina no forma parte de su trabajo, que no tiene ningún derecho a meterla en su mundo turbio. Su voz no tiembla: es una advertencia. Pero Rojas, con esa mezcla de cortesía y frialdad profesional que lo caracteriza, insiste en que no tiene intención de hacerle daño. Dice que hubo un hecho puntual que lo obliga a mencionarla, que ni Fina ni ninguna de las dependientas son su objetivo.

Marta no se traga las excusas. Le lanza otra advertencia: más le vale que eso sea cierto. Además, le recuerda que su sola presencia en la fábrica le resulta desagradable. Rojas acepta el desprecio con aparente tranquilidad y responde que está allí cumpliendo una misión asignada por su padre. Pero Marta no está dispuesta a dejar que la conversación se diluya. Si quiere hacer su trabajo, que se concentre en Pedro Carpena. Y que deje al resto —sobre todo a Fina— en paz.

Entonces, Rojas deja caer una bomba. En realidad, no fue su padre quien lo envió. Fue su hermano. ¿Y cuál era el objetivo? Seguir a Marta. Lo que implica que su presencia no es solo profesional: fue contratado para vigilarla, para conocer sus movimientos. Lo que empezó como una misión fría se ha convertido en una telaraña de implicaciones personales. Marta está furiosa. Le grita que su trabajo es repugnante, que husmear en la vida privada de la gente no es protección, es una forma de violencia. Rojas, impasible, dice que para él solo es un caso más. Que cuando termina uno, lo olvida y pasa al siguiente. Como si las personas fueran carpetas que se archivan.

Pero entonces, ¿por qué insiste en hablar de Fina? ¿Por qué le importa tanto? Rojas revela la razón real: se encontró con Fina en el laboratorio. Fue a ver a Luis, el primo de Marta, y Fina reaccionó con tal nerviosismo que casi lo delata. Para alguien que trabaja de incógnito, eso es un problema serio. Según él, Fina lo miró como si hubiera visto un fantasma… o algo peor. Marta, con los labios apretados, le lanza una frase letal: “Tal vez usted sea eso para ella”. La tensión en esa frase deja claro que entre Fina y Rojas hay un pasado oscuro, tal vez traumático. Algo que Marta conoce y que Rojas no se atreve a nombrar.

Él intenta liberarse de la insinuación diciendo que lo que Marta y Fina tengan entre ellas no le importa, que la vida privada de los demás no es su terreno. Pero el sarcasmo de Marta le revuelve el discurso. Ella no se deja intimidar. Rojas, entonces, cambia de tono. Se pone serio. Afirma que en realidad está tratando de proteger a Marta y a su familia. Que dentro de la fábrica hay enemigos verdaderos, personas que sí quieren hacerles daño. Que si él está allí es para evitar que eso ocurra, y que meter a Fina en esta ecuación puede poner en riesgo todo.

Marta lo escucha. Por primera vez, parece considerar que tal vez Rojas tiene razón. Él le pide que lo deje trabajar, que si algún día quiere verlo desaparecer, debe dejar que termine lo que empezó. Pero le lanza una advertencia final: cualquier error de ella o de Fina podría hacerlo fracasar. Le recuerda que hasta ahora ha permanecido oculto, pero si todo se desmorona por culpa del miedo o las emociones, su tapadera volará por los aires.

Finalmente, Rojas le lanza la pregunta que cuelga como una espada sobre la escena:
—¿Se lo vas a decir a Fina?

Marta no responde con palabras. Solo asiente, en silencio. Y en ese gesto hay dolor, protección y una promesa.

Rojas se marcha sin decir nada más. La escena termina con una carga emocional sofocante. Silencio, tensión, y un eco de lo no dicho. La sombra del pasado ha regresado, y el presente se tambalea. Porque en Sueños de libertad, cada secreto tiene un precio… y este está a punto de cobrarse.

¿Quién es realmente Rojas en la vida de Fina? ¿Qué es eso que ella temía tanto al verlo? ¿Y qué hará Marta ahora, sabiendo que su esposa no solo está en peligro… sino también atrapada en un recuerdo que aún sangra?

El próximo capítulo promete respuestas. Y también, nuevas heridas.