En el corazón palpitante de la colonia, donde cada rincón guarda un secreto y el aire se siente cada vez más denso, Marta irrumpe en la oficina de Damián con la mirada incendiada por la angustia. No hay saludos, no hay preámbulos, no hay lugar para la diplomacia. Solo hay una exigencia innegociable: el detective tiene que irse hoy mismo.
Su tono no deja espacio para dudas. Ha llegado al borde de su resistencia, y su voz —aunque quebrada por la preocupación— retumba como una orden. Damián, sorprendido por la intensidad de su hija, intenta mantener el control. Le pide que baje la voz, que no alarme al resto de la casa, y le recuerda que creía ese asunto resuelto. Pero Marta no cede. El hecho de que él haya decidido mantener al detective no significa que ella haya dado su consentimiento. Y ahora, ya no puede tolerarlo más.
La conversación se transforma en una batalla emocional. Marta le recrimina que él siempre complica las cosas, que nunca escucha realmente, y que esta vez ha ido demasiado lejos. Damián, algo acorralado, intenta justificar su decisión. Reconoce que desde el principio dudó de contratar a ese hombre, pero sintió que no tenía alternativa. Pedro Carpena se había convertido en una amenaza real y tangible, y necesitaba proteger la empresa a toda costa, aunque eso implicara ensuciarse las manos.
Sin embargo, Marta lo interrumpe. Hay algo más profundo que la simple incomodidad con el detective. Hay un temor que se aferra a ella como una sombra. Finalmente, lo dice: el detective conoce su secreto. Ese secreto que podría dinamitar su vida entera si saliera a la luz. Un secreto que puede ser usado como moneda de cambio, como chantaje.
Damián trata de tranquilizarla. Dice que los detectives de esa calaña no arriesgan su reputación revelando secretos de clientes. Si lo hicieran, nadie los contrataría. Pero Marta no se deja convencer. No se trata de lógica, se trata de instinto, de supervivencia. Y su instinto le grita que ese hombre representa un peligro inminente.
Entonces Damián, algo confundido, le pregunta por qué habla en plural. ¿“Nosotras”? ¿Quién más sabe del secreto? Y la respuesta de Marta cae como una bomba silenciosa: Fina también lo sabe. El rostro de Damián se transforma en una mezcla de furia y desesperación. La llama irresponsable, incapaz de comprender cómo pudo involucrar a su hermana en algo tan delicado. Para él, eso solo multiplica los riesgos.
Pero Marta, exhausta y al borde de las lágrimas, solo alcanza a decir: “Padre, esto nos quita el sueño”. Y en ese momento, la vulnerabilidad se apodera del ambiente. Ya no son dos personas enfrentadas, sino dos seres humanos atrapados por una red de secretos y decisiones cuestionables.
Damián, no obstante, se niega a ceder del todo. A sus ojos, la amenaza verdadera sigue siendo Pedro Carpena. Un hombre que podría quedarse con la empresa, con el legado familiar, con todo por lo que han luchado. Para él, eso es lo que realmente debería quitarles el sueño. Todo lo demás —los secretos, los temores personales— son asuntos secundarios comparados con esa amenaza latente.
Marta, en cambio, lo mira con tristeza. Para ella, no hay empresa más importante que la vida y la paz de quienes ama. Y no puede soportar la idea de que un secreto suyo, uno que lleva cargando como una piedra en el alma, termine arrastrando también a Fina a la oscuridad.
La conversación no termina con una resolución clara. No hay promesas ni acuerdos. Pero las palabras quedaron sembradas. Damián sabe que su hija está al límite. Que hay algo en ese detective que ha puesto en peligro el frágil equilibrio de su familia. Y aunque aún se niegue a actuar, en el fondo comienza a comprender que su insistencia en proteger la empresa podría costarle mucho más que unos cuantos contratos. Podría costarle la confianza de Marta… o su cordura.
Mientras tanto, en otro rincón de la colonia, Fina también lidia con el peso de lo que sabe. Su relación con Marta se ha vuelto más estrecha, pero también más tensa. Compartir ese secreto ha creado un lazo de complicidad, sí, pero también una presión insoportable. Fina no está acostumbrada a vivir en medio de intrigas ni a tener que mirar sobre su hombro. Y cada vez que cruza al detective por los pasillos, siente que su mundo puede derrumbarse con una sola palabra mal dicha.
El ambiente en la colonia se torna asfixiante. Las miradas se cruzan con desconfianza. Los murmullos recorren los pasillos como fantasmas. Y el detective… sigue ahí. Observando. Esperando.
No está claro qué decisión tomará Damián. Si protegerá a sus hijas o a su legado. Pero lo que sí está claro es que Marta y Fina ya no están dispuestas a esperar sentadas. Saben que el tiempo corre. Y que cada segundo que ese hombre siga en la colonia, es un segundo más cerca del desastre.
Porque en Sueños de Libertad, los secretos no solo pesan… también explotan.