El capítulo 341 de Sueños de libertad nos sumerge en una escena profundamente íntima, tensa y desgarradora entre Marta y Fina. En la habitación de Fina, lejos de las miradas indiscretas del resto de la casa, ambas mujeres se enfrentan a un dilema que podría cambiar el rumbo de sus vidas y el sentido de su relación.
Marta llega con el alma enredada, arrastrando una carga que necesita soltar. Las chicas le han dicho que Fina estaba allí, y sin dudarlo va a buscarla. Se sienta junto a ella en la cama, con los hombros tensos, la mirada ausente y las palabras atragantadas. El silencio que precede a su confesión lo dice todo: algo grave está a punto de salir a la luz.
—Fina, estoy desbordada… no sé qué hacer, dice Marta, con la voz entrecortada.
Fina, siempre atenta, le pregunta qué ocurre. Y entonces, Marta deja caer una bomba emocional que paraliza la habitación: Pelayo le ha pedido tener un hijo.
Fina repite esas palabras como si no pudiera entenderlas del todo:
—¿Un hijo…? ¿Tener un hijo con él?
El asombro se convierte en incomodidad, y luego en desazón. Fina intenta comprender, pero la lógica se le escapa. ¿Cómo puede Marta considerar algo así, cuando lo que hay entre ellas es real y secreto, y lo que hay con Pelayo es una fachada?
Marta, con dolor, explica que la propuesta de Pelayo no nace del amor, sino de una necesidad estratégica. Al parecer, para que su candidatura al puesto de gobernador civil sea sólida y respetada, necesita proyectar una imagen impecable: casado, con familia, con valores tradicionales. Un hijo sería el broche perfecto de esa ilusión.
La incredulidad de Fina se transforma en indignación.
—¿Estás considerando tener un hijo solo para ayudarle a escalar políticamente? ¿Para reforzar una mentira?
Marta, dolida pero honesta, le responde algo que conmueve profundamente:
—La única persona con la que yo he querido formar una familia eres tú, Fina.
Esas palabras, tan verdaderas como imposibles, resuenan con fuerza en la habitación. Marta le asegura que no haría nada sin su consentimiento, que no está dispuesta a avanzar en esa idea si Fina no lo aprueba. Pero lo que busca no es una aprobación… es comprensión. Es consuelo. Es una salida.
Fina no puede más que sentir horror ante la idea. La maternidad no puede ser una máscara.
—¿Tener un hijo como quien se compra un sombrero para parecer guapa? ¿En serio, Marta? No. Eso es vanidad, no amor. Eso es usar a una criatura como peón político. Y eso… es inaceptable.
Las palabras de Fina cortan como cuchillos, pero están llenas de verdad. En ese momento, ella se convierte en la voz de la conciencia. Le recuerda a Marta que el acuerdo inicial de su matrimonio con Pelayo fue una solución pactada para protegerse mutuamente de un mundo que no les permitía vivir su amor. Pero esto… esto es otra cosa. Es un paso que rompe el pacto, que trasciende lo simbólico y entra en lo irreversible.
Fina le dice con calma pero con firmeza que no se puede cruzar esa línea. Que traer un hijo al mundo es una responsabilidad inmensa, que no se puede asumir por apariencia, por miedo, ni por cálculo político. Que jugar con la vida de un inocente para reforzar una mentira es una traición no solo a ellas dos, sino a la verdad.
Marta guarda silencio. Está devastada. La batalla entre su deber público y su verdad íntima la está desgarrando por dentro. Su rostro es un retrato de duda y sufrimiento. Mira a Fina como quien busca anclarse en algo puro, pero sabe que su amor, por profundo que sea, vive en los márgenes de lo permitido.
La escena no ofrece una resolución inmediata. Solo deja expuesta la grieta entre lo que se espera de ellas y lo que sienten en realidad. Fina, siempre digna, se convierte en el ancla moral de esta historia, mientras que Marta es el retrato vivo de la contradicción: mujer de principios, pero atrapada en un mundo que la obliga a traicionarlos para sobrevivir.
“Solo quiero una familia contigo, Fina”, le dice Marta, con la voz rota.
Y en esas palabras late una promesa imposible, una vida que no pueden tener… pero que ambas desean con todo su ser.
Lo que este capítulo plantea va más allá de un conflicto romántico. Es una crítica feroz al uso de las apariencias como moneda social y política. Es una denuncia del sacrificio silencioso que muchas mujeres hacen para sostener los pilares de un mundo que no las ve. Es también una oda a la integridad, personificada en Fina, que pese a amar con todo su corazón, no está dispuesta a traicionar sus principios.
Porque Sueños de libertad no trata solo de huir del dolor, sino de resistirlo con dignidad. Y esta escena, cargada de tensión emocional, revela que a veces amar también es decir no.
La conversación termina con una distancia palpable. Marta necesita tiempo para asimilarlo. Fina, en cambio, ha dejado claro su límite. En el aire queda flotando una pregunta sin respuesta: ¿podrá Marta seguir fingiendo una vida que no siente, ahora que ha escuchado su verdad más íntima?
Solo una cosa es segura: este capítulo ha marcado un antes y un después entre ellas. Y el amor, aunque profundo, quizás no será suficiente para sobrevivir a los pactos con el poder.