En el capítulo 333 de Sueños de libertad, lo que comienza como un desayuno aparentemente cordial entre Marta, Pelayo y el recién llegado Gabriel, pronto se transforma en una escena cargada de tensión soterrada y sospechas no expresadas.

La mañana se presenta tranquila en la casa. Marta y Pelayo disfrutan de un desayuno sereno, casi rutinario, cuando Gabriel hace su aparición. Su saludo educado y su sonrisa amistosa podrían parecer la imagen de la cordialidad, pero Marta, que empieza a conocerlo, no puede evitar preguntarse si su actitud es genuina o demasiado perfecta.

Gabriel se disculpa por haber dormido de más, atribuyendo su tardanza a lo cómodo que es el colchón de su habitación. Marta, con su habitual hospitalidad, lo tranquiliza y lo invita a unirse al desayuno. A primera vista, todo parece normal. Pero como tantas veces en Sueños de libertad, las apariencias engañan.

Gabriel, con una calma que roza lo calculado, intenta integrarse en la conversación: pregunta por los planes del día, comenta que él no tiene mucha carga de trabajo y que solo debe hacer un par de llamadas. Nada que levante alarmas… todavía. Pelayo, que no es ajeno a las sutilezas, lanza una pregunta aparentemente inocente: ¿está preparando alguna defensa legal? Gabriel, abogado de profesión, se ríe suavemente y responde que no, que solo va a revisar unos contratos. Marta, deseando ser amable, le ofrece su ayuda en temas de hostelería si alguna vez lo necesita.

Es entonces cuando Gabriel menciona el nombre de la empresa para la que trabaja: La Atlántica. En ese instante, se produce un cambio imperceptible en la atmósfera. Tanto Marta como Pelayo reconocen el nombre. No lo dicen, pero sus miradas lo delatan: esa empresa tiene peso en la isla, y no cualquier clase de reputación. La conversación, sin decirlo, empieza a adquirir una nueva capa de desconfianza.

Pelayo, con una mezcla de amabilidad y prudencia, sugiere dejar que Gabriel termine su desayuno tranquilo. Pero Gabriel insiste, encantado de compartir ese momento familiar con ellos. Marta entonces cambia de tema: le propone a Gabriel que visite Toledo si no tiene planes. Es una ciudad hermosa, dice, casi como una invitación a salir de la casa y dejar espacio. Gabriel agradece la sugerencia, pero prefiere quedarse cerca y explorar el entorno.

Pelayo capta esa decisión con una mezcla de resignación y reflexión. Tal vez Gabriel no quiere alejarse demasiado… ¿pero por qué? El abogado responde que simplemente desea pasar tiempo con la familia. Una frase que suena sincera, pero que deja a Pelayo pensativo.

La conversación continúa, pero el tono ha cambiado. Pelayo pregunta casualmente a qué hora se ha levantado Marta. Ella responde vagamente, y luego admite que no pudo dormir bien. Está nerviosa por una revisión médica. Aunque sus palabras son sencillas, hay algo más profundo que se intuye: Marta no está tan tranquila como aparenta.

La escena, que en otro contexto podría pasar por un desayuno cualquiera, está cargada de tensiones ocultas. Cada sonrisa, cada palabra amable, parece esconder un subtexto. ¿Qué busca realmente Gabriel? ¿Es solo un abogado más, o hay algo oscuro en su presencia? ¿Y qué saben realmente Pelayo y Marta sobre “La Atlántica”?

Este episodio demuestra, una vez más, que en Sueños de libertad, las emociones se mueven bajo la superficie. Y cuando todo parece en calma… es cuando más debemos desconfiar.