La tensión en Sueños de libertad no siempre se manifiesta en gritos o secretos oscuros: a veces, aparece en los gestos pequeños, en los silencios y en el peso invisible de las responsabilidades familiares. Así comienza este nuevo capítulo, con Carmen entrando visiblemente alterada, como si llevara el mundo a cuestas. Sin filtros ni pausas, le responde con cierta brusquedad a Fina, marcando distancia con un seco “no digas papá”, tal vez porque su cabeza va a mil por hora. Pide un café pequeño para despejarse, pero en el acto se contradice: mejor una tila. Necesita calmarse. Todo en ella grita: resiste, respira, no te desmorones.
Fina, con su serenidad habitual, le responde que su mañana ha sido tranquila, justo lo opuesto a la montaña rusa emocional que ha vivido Carmen. Y entonces, poco a poco, Carmen se abre: ha tenido una reunión intensa con doña Marta y, justo después, quedó atrapada entre cifras y balances para cerrar unas ventas de viviendas. El día ha sido un caos, y su expresión lo confirma. Pero lo que realmente desestabiliza a Carmen no son solo las responsabilidades laborales, sino una culpa que arrastra en silencio: utilizó una idea de Fina sin decirlo. Lo admite con un tono que mezcla vergüenza y justificación, como si quisiera que todo se olvidara rápido. “Ya está, olvidémoslo y sigamos”, dice, pero en el aire queda flotando el peso de esa confesión.
Sin embargo, lo que verdaderamente preocupa a Carmen es otro asunto más íntimo y familiar: la visita inesperada de su hermano. Fina, sonriente, le cuenta que estuvo allí hace apenas diez minutos, que hablaron largo y tendido y que, de hecho, le pareció encantador. Carmen se sorprende; no tenía idea de que había pasado por ahí tan recientemente. Entonces Fina revela el detalle gracioso: su hermano se pidió un bocadillo de jamón y una cerveza, y mencionó que Carmen se haría cargo del pago. Entre risas, Carmen le da el dinero, pero en el fondo su rostro refleja algo más profundo.
Es ahí cuando su voz se vuelve más vulnerable. Lo que realmente la angustia es que su hermano debe vender diez enciclopedias, y si no lo logra, perderá su trabajo. Fina percibe el cariño y la preocupación que hay en cada palabra. Le pregunta con suavidad si siempre ha sido así con él. Carmen asiente, pero no solo con palabras, sino con una historia que deja entrever cuánto ha cargado durante toda su vida: cuando eran niños, su madre no tenía tiempo para cuidarlos. Así que Carmen, siendo apenas una niña también, asumió ese rol. Lo llevaba y recogía del colegio, le preparaba la merienda. Fue su hermana, sí, pero sobre todo, fue su madre.
Fina, comprensiva y con esa sabiduría que viene del afecto sincero, le sugiere que quizás ya es hora de soltar un poco esa carga, de dejar que su hermano afronte las cosas como adulto. Pero Carmen no puede evitar seguir protegiéndolo. “Es un poco despistado, sí, pero tiene un corazón de oro”, dice con una mezcla de orgullo y ternura.
Y entonces, lo que parecía una escena dramática da un giro entrañable y hasta cómico. Carmen, con ese impulso que le sale del alma, se lanza a intentar venderle una de las enciclopedias de su hermano… ¡a su propio padre, Gaspar! Él, entre divertido y desconcertado, le dice que no necesita una, que aún tiene la que le dejó su padre. Pero Carmen se transforma: se convierte en una vendedora imparable. Habla de ilustraciones a todo color, de contenido actualizado, de facilidades de pago. Despliega todos los argumentos posibles como si de una campaña de salvación se tratara.
Gaspar titubea. Carmen lo percibe y va más allá: le explica cuánto necesita esa venta su hermano, como si de eso dependiera no solo su empleo, sino su dignidad. Al final, Gaspar cede un poco. Dice que si están bien ilustradas, podría echarles un vistazo… o tal vez regalar una. Carmen lo toma como una victoria total. Su rostro se ilumina, celebra con entusiasmo y, por un momento, todo el peso que traía encima parece evaporarse.
La escena, cargada de matices, revela la esencia misma del personaje de Carmen. Es una mujer fuerte, eficaz, trabajadora, que lleva la responsabilidad de todos los que ama como si fuese su deber. Pero también es una mujer que arrastra culpas, que no sabe pedir ayuda y que, en su desesperación por proteger a los suyos, a veces se olvida de sí misma. Este capítulo nos muestra que no todas las batallas son contra enemigos, que muchas se libran en el corazón y en la conciencia.
La ternura entre Carmen y Fina, el amor silencioso entre padre e hija, y el humor que se cuela entre tanto estrés construyen un episodio que se siente real, cercano, humano. Porque Sueños de libertad no solo habla de traiciones, secretos y luchas por el poder. También habla de esos pequeños actos de amor cotidiano, de los vínculos que no se ven pero sostienen todo. Carmen, intentando vender una enciclopedia para salvar a su hermano, es mucho más que una escena graciosa: es el retrato de una mujer que, pese a todo, no deja de cuidar a quienes ama.
Y así termina el capítulo 331, con una sonrisa entre lágrimas, con una mujer agotada que sigue adelante, y con una Fina que, desde su tranquilidad, sostiene sin juzgar. Porque en este rincón de Sueños de libertad, el drama y la comedia van de la mano, y el amor —aunque imperfecto— siempre encuentra la manera de mostrarse. ¿Será esta la chispa que cambie algo entre Carmen y su familia? ¿O solo otro día más de lucha silenciosa? Pase lo que pase, el corazón del espectador ya está enganchado.