En el capítulo 308 de Sueños de libertad, la tensión entre Marta y Pelayo alcanza un punto crítico. Lo que comienza como una simple conversación en el salón de su casa se convierte en un terremoto emocional que sacude no solo su relación amorosa, sino también su vínculo político y personal.

Pelayo llega a casa con una maleta en la mano, decidido a marcharse por unos días a Valencia, donde le espera un importante evento con figuras clave de su carrera. Pero su presencia, cargada de distancia y frustración, alerta inmediatamente a Marta. Ella lo detiene, no para discutir de nuevo, sino para intentar, por una vez, hablar desde el corazón. Está cansada de pelear, de guardar silencio, de sostener algo que se tambalea sin tregua.

Sin rodeos, Pelayo le lanza una verdad dolorosa: se siente excluido. En un matrimonio que alguna vez prometió libertad mutua y apoyo incondicional, él se ve ahora como un extraño. Marta toma decisiones importantes sin consultarle, y eso lo hiere profundamente. Él no quiere ser el hombre que simplemente observa cómo su vida se define sin tener voz. Marta, sin embargo, se defiende con fuerza. Le recuerda que su independencia fue siempre parte del trato. Nunca prometió ser sumisa ni pedir permiso para actuar. Ella no lo excluyó por malicia, sino por necesidad, porque las decisiones que ha tomado han sido para proteger a Fina, la mujer que ama en silencio.

Pelayo no entiende. Para él, esa relación paralela con Fina representa un peligro, una imprudencia que puede acabar con su carrera, su reputación, su futuro político. Marta, en cambio, lo ve como un acto de valentía. ¿Cómo puede amar a alguien y, aun así, abandonarla para mantener las apariencias? “No voy a traicionar a Fina solo para que tú duermas tranquilo”, le dice con la voz quebrada pero firme.

La conversación se torna cada vez más íntima, más cruda. Marta toca una herida abierta en Pelayo: su historia con Darío, el amor que dejó atrás por miedo, por ambición, por necesidad. Tal vez si no hubiera renunciado a ese amor, no estaría hoy sintiéndose vacío, atrapado en una vida donde todo parece prestado. Marta no lo dice para hacerle daño, sino para que vea que ambos han construido un presente que no los representa del todo.

Cuando Pelayo, dolido, se dispone a irse, Marta le pide que se detenga. Le pregunta a dónde va realmente, porque aún le importa. Pelayo le responde con voz apagada: tiene una cumbre política en Valencia, un evento clave. Marta, por un instante, se ablanda. Le propone que tal vez podría acompañarlo al próximo acto, para demostrar unidad. Pero no ahora. Ahora no puede, porque necesita quedarse con Fina.

Pelayo solo asiente, sin rabia, sin protesta. “Qué sorpresa”, dice con resignación. Y en ese momento ambos se dan cuenta de algo demoledor: siguen en el mismo lugar, pero ya no están juntos. El amor está, sí, pero roto, deshilachado entre deberes, miedos y decisiones no compartidas.

En este episodio, Sueños de libertad nos muestra una de sus escenas más potentes y humanas. Marta y Pelayo son más que una pareja en crisis. Son el reflejo de tantas relaciones que se desgastan por el peso de lo que no se dice, de lo que se sacrifica en nombre del deber o la seguridad. Ella quiere proteger a Fina, incluso si eso significa perderlo todo. Y él, en el fondo, lo entiende… pero no puede aceptarlo.

La distancia entre ambos es abismal, aunque todavía se miren con cariño. Lo que viene ahora será una prueba de fuego: ¿podrá Marta seguir defendiendo su verdad sin perderse? ¿Se atreverá Pelayo a reencontrarse con sus propios deseos? Una cosa está clara: nada volverá a ser igual.