Volver a Antep es, para-Seyran, como abrir una herida que nunca terminó de sanar. El simple hecho de poner un pie en esa ciudad, donde tantas decisiones le fueron arrebatadas, despierta en ella un torbellino de emociones difíciles de contener. La brisa cálida, los sonidos familiares, el olor del pan recién horneado… todo parece exactamente igual a como lo dejó, pero ella ya no es la misma. Y por mucho que la casa esté en pie, que sus muros sigan tan firmes como siempre, lo que una vez fue su hogar ahora le resulta un lugar extraño, lleno de ecos del pasado.
Desde el instante en que desciende del coche y sus ojos se posan sobre la fachada de la casa familiar, algo en su interior se encoge. Esa casa fue testigo de su infancia, de sus sueños rotos y, sobre todo, del momento en que su destino fue torcido sin su consentimiento. Tarik, con su tono calculado y su falsa amabilidad, led a la bienvenida, pero lo que dice a continuación termina de confirmar sus sospechas: habrá hombres en la puerta, “para protegerla”, asegura. A ella y a su tía Hattuç.
Pero Seyran sabe bien que esa protección no es más que una cárcel disfrazada. No se siente segura. Se siente observada. Y peor aún: siente que ha vuelto al punto de partida. Como si todos los pasos que dio para alejarse de esa vida ahora se borraran de golpe. La vigilancia constante, los límites impuestos, el control disfrazado de cuidado… todo eso le recuerda por qué huyó. Por qué luchó. Por qué quiso romper con todo.
Cruza el patio con la respiración entrecortada. Cada paso resuena con fuerza en su mente, como si caminara sobre cristales del pasado. Es imposible no pensar en el día de su boda con Ferit. Ese día salió por esa misma puerta, envuelta en un vestido blanco que pesaba más que cualquier otra prenda, no por su tela, sino por lo que representaba: el fin de su libertad. Aquel día no era una novia feliz. Era una joven que se marchaba a una vida que no había escogido, entregada a un destino que otros habían decidido por ella.
Y sin embargo, de aquella tragedia inesperada surgió algo que jamás imaginó: el amor. Ferit, con todos sus defectos y heridas, se convirtió en mucho más que su esposo impuesto. Se convirtió en su compañero, su refugio, su dolor más dulce. Fue él quien le enseñó a amar… y también a sufrir. Porque amar a Ferit nunca fue fácil. Porque el amor, cuando nace de la imposición, se convierte en una contradicción constante. Porque, aunque ella jamás lo planeó, se enamoró de él. Y ahora, cada rincón de esa casa le recuerda lo mucho que ha cambiado desde entonces.
Estar de vuelta en Antep es como ver su vida proyectada en una cinta que no puede detener. Recuerda su infancia, las risas con su hermana, los momentos de ternura con su tía Hattuç, pero también los silencios forzados, las reglas férreas, las decisiones ajenas que marcaron su camino. Recuerda la impotencia, la rabia, el dolor de no poder decidir por sí misma. Y sobre todo, recuerda la figura de Ferit, apareciendo en su vida como una tormenta que lo removió todo. Una tormenta que aún no ha pasado del todo.
Cada vez que cierra los ojos, ve su rostro. Ferit, con su sonrisa ladeada, su mirada vulnerable y esa forma de tocarle el alma sin pedir permiso. Él, que le ofreció el amor más confuso y contradictorio, pero también el más real que haya conocido. Él, que la hizo sentir viva… y al mismo tiempo, perdida. Porque si algo aprendió Seyran en todo este tiempo, es que el amor no siempre basta. Que amar no siempre significa quedarse. Que a veces, el amor más profundo es el que te empuja a alejarte.
Volver a la casa de Antep no es solo un regreso físico, es un viaje emocional que la obliga a enfrentarse a sí misma. ¿Quién es ahora Seyran? ¿La misma joven que salió por esa puerta con el alma en pedazos? ¿O una mujer nueva, marcada por la experiencia, por el dolor, pero también por la fuerza que ha encontrado en sí misma? Mientras camina por el interior de la casa, todo parece querer hablarle: las paredes, las alfombras, los muebles. Cada rincón guarda una historia, un secreto, una emoción que se niega a ser olvidada.
Y aunque intenta mantener la compostura, hay un momento en que las lágrimas le ganan la batalla. Porque regresar a ese lugar es revivirlo todo. La boda, el viaje a Estambul, las primeras discusiones, las reconciliaciones, la traición, el perdón… todo está ahí, flotando en el aire. Y, sobre todo, está él. Ferit. Presente en cada sombra, en cada rincón de su memoria. Porque aunque ya no esté a su lado, él sigue viviendo en ella. Sigue siendo parte de su historia. La parte más intensa. La más dolorosa. La más suya.
El miedo se cuela en su corazón, silencioso pero persistente. ¿Qué le depara ahora esta vuelta a Antep? ¿Podrá realmente mantenerse firme ante las presiones, ante el control disfrazado de tradición? ¿Podrá proteger a su tía, a sí misma, y a la mujer en la que se ha convertido? ¿Y qué pasará si Ferit reaparece en su vida de la forma más inesperada?
Lo único claro para-Seyran es que el pasado no se borra. Que por más que lo intente, no puede huir de lo que vivió, ni de lo que sintió. Que hay amores que se quedan grabados en la piel, en los huesos, en el alma. Y que su historia con Ferit, con todos sus matices, con todo su dolor y belleza, ya forma parte de ella para siempre.
Antep la recibe como si nada hubiera cambiado, pero Seyran ya no es la misma. Y esa diferencia será la clave para todo lo que viene. Porque esta vez, ella no está dispuesta a callar, ni a dejarse manejar. Esta vez, vuelve con la fuerza del recuerdo… y cons la determinación de no repetir el pasado.
