El ambiente en el Palacio de los Luján se ha vuelto irrespirable. La llegada del duque Lisandro de Carvajal y Cifuentes ha encendido todas las alarmas y transformado la atmósfera de La Promesa en un campo de tensión constante. Desde el primer minuto, este personaje ha sido dibujado por los guionistas como un ser repulsivo, altivo, manipulador… y extremadamente peligroso. No es simplemente un noble más de paso: su presencia es como la de un cuervo sobrevolando la finca, y todo indica que su sombra dejará un rastro oscuro.
Durante una cena con toda la familia reunida, Lisandro demostró su habilidad para destruir con palabras, como quien lanza cuchillos con una sonrisa. No respetó jerarquías, emociones ni silencios incómodos. Habló de todo y de todos, especialmente del matrimonio de su hijo Antonio, lanzando un dardo envenenado directo a Martina. Su comentario dejó claro que no la considera una opción válida, y la humilló delante de todos sin que nadie tuviera el valor de enfrentarlo. Ni Manuel ni siquiera Catalina, conocida por su lengua afilada, se atrevieron a replicarle. El miedo al poder de este hombre —que podría hasta sugerirle al rey que los Luján pierdan su título de marqueses— paraliza incluso a los más valientes.
Pero lo más doloroso y cruel fue cuando, con fingida preocupación, sacó a relucir el encarcelamiento de Cruz, la marquesa. “¿Cómo lleva su esposa la vida en prisión?”, preguntó con malicia disfrazada de cortesía. Alonso, intentando mantener la compostura, cortó la conversación con esfuerzo, pero quedó en evidencia su impotencia. El duque lo domina por completo. Sabe que con un solo movimiento puede hundirlos en la ruina, quitarles tierras, títulos… y dignidad.
Lo más alarmante es que este Lisandro no tiene prisa por irse. Aunque en un principio se pensaba que su visita sería corta, nuevas escenas revelan que ha decidido quedarse por más tiempo. Se siente “acogido”, dice. Lo cierto es que se está alimentando del miedo, del silencio forzado, del control que ejerce sobre cada rincón de la Promesa. Alega que su familia está de viaje y que no quiere quedarse solo en su palacio. Pero la verdad parece otra: este hombre disfruta sembrando el caos, y lo peor es que se mueve con la tranquilidad del que se siente intocable.
Mientras tanto, una trama paralela igual de peligrosa avanza en la sombra: Curro y Lope, decididos a desenterrar una red oculta de crímenes y secretos, se adentran en el lado más oscuro de la aristocracia. Tras contactar con Esmeralda, la jefa de la joyería Job, comienzan a atar cabos que podrían llevarlos a descubrir más de un asesinato por encargo. Esta joyería no solo vende piedras preciosas… también facilita encargos letales. ¿Será por eso que Cruz, la marquesa encarcelada, era una clienta tan habitual?
La tensión se dispara cuando Curro reconoce en Esmeralda un rostro familiar. ¿Qué conexión existe entre ella y su pasado? ¿Y qué papel juega en la red criminal que empieza a perfilarse con claridad? La situación se vuelve aún más peligrosa cuando Lope le sugiere a Curro alejar a Ángela de la investigación, por temor a que su implicación termine costándoles caro. Pero ya es demasiado tarde: todos están atrapados en una telaraña de secretos que podría acabar en tragedia.
El punto de inflexión llega cuando Curro localiza una pistola escondida en una de las habitaciones de los señores. La saca de una caja, oculta entre ropa, con un gesto de decisión silenciosa. ¿A qué planea enfrentarse armado? ¿Está dispuesto a matar… o a defenderse? La pistola podría pertenecer a Alonso o haber estado guardada desde hace tiempo, pero su aparición anuncia que lo peor aún no ha llegado.
La amenaza de la violencia planea sobre todos, y más aún después de que Televisión Española haya anunciado que próximamente habrá más despedidas en la serie. ¿Será Curro una nueva víctima? ¿O alguno de los personajes principales caerá por esta peligrosa cruzada contra la joyería asesina?
La última vez que vimos un giro tan trágico fue con la muerte de Jana Expósito. Y todos recordamos lo abrupta que fue esa salida. Ahora, con un arma en juego, una red criminal en expansión y un duque que controla los hilos desde las alturas, la posibilidad de una nueva tragedia es cada vez más real. La pistola podría ser la llave de la justicia… o el disparo final de una tragedia anunciada.
Mientras tanto, la presencia de Lisandro sigue contaminándolo todo. Su dominio sobre la familia es total, su arrogancia insoportable, y sus intenciones aún más oscuras. Ha convertido La Promesa en su guarida, su trono temporal, y cada palabra suya es una amenaza velada. Ha desafiado a todos, ofendido a muchos y dejado claro que no piensa irse por voluntad propia.
Y por si fuera poco, entre sus conversaciones se cuela una crítica feroz al poder y al absolutismo que representaba la nobleza. Lisandro encarna ese viejo régimen que se alimentaba de privilegios y desprecio por los demás. Un recordatorio de por qué tantas monarquías se desplomaron bajo el peso de su propia arrogancia.
En resumen, La Promesa se sumerge esta semana en una espiral oscura: entre los insultos venenosos del duque, las investigaciones clandestinas de Curro y Lope, el regreso de armas ocultas y la sombra de la muerte que sobrevuela la finca, el espectador sabe que está en vísperas de un estallido.
La pregunta ya no es si algo terrible ocurrirá… sino cuándo y a quién le tocará caer primero. Porque cuando Esmeralda entra en escena y Lisandro se instala como si fuese el nuevo amo del palacio, huele a muerte en cada rincón de La Promesa.
Y hasta aquí, así lo contó tu cronista fiel, Gustav. ¿Sobrevivirán los justos? ¿O caerán las máscaras antes de que alguien apriete el gatillo? Nos vemos en la próxima crónica. ¡Un beso apretado!