En La Promesa, las máscaras comienzan a resquebrajarse y las verdades enterradas emergen como cuchillas afiladas que desgarran las apariencias. En el corazón de esta nueva tormenta está Lisandro, un personaje que hasta ahora parecía marginal, pero cuya verdadera identidad podría sacudir los cimientos del palacio y redefinir alianzas, afectos y traiciones.

Mientras todos los ojos están puestos en la locura progresiva de Eugenia, nadie imagina que un secreto aún más oscuro está a punto de salir a la luz. Porque mientras ella se hunde entre susurros venenosos y una niebla inducida por fármacos alterados, alguien se mueve en la sombra, hilando su propio destino con meticulosidad: Lisandro.

Hasta ahora, Lisandro se ha mantenido en un discreto segundo plano, observando, escuchando, integrándose como si siempre hubiese pertenecido a ese entorno. Pero lo cierto es que su presencia en La Promesa no ha sido fruto del azar. No es un recién llegado inocente ni un peón más en el tablero de intrigas familiares. Es un hombre con una misión, una deuda del pasado, un nombre que no es el suyo… porque Lisandro no es Lisandro.

Su llegada al palacio coincidió con los primeros signos de desorientación de Eugenia. Muchos pensaron que se trataba de una coincidencia. Pero no lo fue. Desde el principio, él sabía exactamente a quién debía acercarse, qué puertas debía tocar, qué palabras decir para ser aceptado sin levantar sospechas. En su mirada había una calma falsa y una determinación escondida. Y ahora, esa verdad empieza a emerger: Lisandro fue enviado. ¿Pero por quién?

Mientras tanto, la situación con Eugenia empeora. Su percepción del mundo está completamente distorsionada, y lo que nadie sospecha es que cada una de sus alucinaciones ha sido cuidadosamente provocada. Leocadia, con la complicidad silenciosa de Lorenzo, ha convertido su lealtad fingida en un arma letal. La está destruyendo desde dentro. Y Lisandro, en silencio, observa… ¿es cómplice, o su enemigo?

Catalina y Pla comienzan a intuir que algo no cuadra. La evolución de Eugenia no es la de una enfermedad natural, y aunque desconocen el alcance del plan, sienten el veneno moviéndose en las sombras. Catalina intenta aferrarse a Emilia, la única figura que le inspira calma, pero Emilia también tiene un conflicto interior: su partida inminente reabre viejas heridas… y antiguos amores.

Porque Rómulo, siempre reservado y formal, empieza a desmoronarse emocionalmente ante la sola presencia de Emilia. Entre ellos hay un pasado que nunca murió del todo, y ahora, en un inesperado momento de intimidad, Emilia le revela una verdad devastadora: lo que nunca se atrevió a decirle, lo que cambió su vida, lo que pudo haber sido… y no fue. Este secreto también afectará el equilibrio de fuerzas dentro de la Promesa.

Y mientras todo esto sucede, Curro persigue una pista peligrosa: el cianuro. Una sustancia mortal que alguien intentó utilizar para un crimen perfecto. Pero este crimen no es producto del arrebato; es fruto de un plan ejecutado con precisión quirúrgica. Curro comienza a sospechar que hay una mente brillante detrás de todo… ¿y si esa mente fuera la de Lisandro?

Pla, siempre analítico, empieza a ver conexiones: las manipulaciones a Eugenia, la entrada calculada de Lisandro en el palacio, la aparición del veneno, el cambio de Samuele… Todo apunta a que hay una mano invisible moviendo hilos con intenciones claras y mortales.

En otra ala del palacio, María Fernández se obsesiona con otro enigma: Samuele. Su repentina pérdida de vocación no es algo espontáneo. Algo o alguien ha jugado con su voluntad, ha manipulado sus sentimientos, ha sembrado dudas donde antes había fe. María sospecha de Petra, pero lo que no sabe es que Petra podría estar actuando por instrucciones de alguien más poderoso… ¿Lisandro?

Con cada paso, María se convierte en una sombra silenciosa que todo lo ve. Observa, registra, analiza… y jura proteger a Samuele cueste lo que cueste. Si alguien ha arrebatado su vocación, si lo ha empujado hacia un abismo existencial, entonces ella no permitirá que caiga sin luchar.

Pero mientras todos siguen pistas distintas, el epicentro del gran terremoto se va revelando. Lisandro, que parecía una figura decorativa, se despoja poco a poco de su disfraz. Ya no sonríe como antes. Sus silencios son más largos. Sus movimientos más fríos. Y una noche, sin que nadie lo vea, accede a una habitación secreta… un lugar lleno de documentos, fotografías antiguas, cartas olvidadas. Ahí está su verdad. Su historia. Su venganza.

Porque Lisandro no es un desconocido: es hijo ilegítimo de un noble del pasado, alguien que fue humillado y exiliado. Su madre murió sin justicia, su apellido fue borrado, su existencia ignorada. Pero ahora ha vuelto. No para pedir perdón. No para suplicar reconocimiento. Ha vuelto para tomar lo que considera suyo. Y La Promesa, esa finca que simboliza el poder y el linaje que le fue negado, es su objetivo final.

En medio de esta revelación, una última escena hiela la sangre: Lisandro, solo frente a un espejo, se quita un anillo de sello familiar que nunca había mostrado antes. Lo guarda en una caja de madera junto a una carta desgastada por el tiempo. En la carta, escrita con letra temblorosa, su madre le dice: “Cuando crezcas, vuelve por lo que te pertenece”.

Ese momento marca el inicio del verdadero juego. La Promesa no volverá a ser la misma. Porque el enemigo ya no está oculto. Ha entrado en el corazón del palacio. Y lleva un apellido que fue negado, pero que ahora está dispuesto a reclamar con fuego y sangre.

Y tú… ¿ya sabías quién era realmente Lisandro? Porque si creías conocerlo, prepárate. Esta verdad lo cambia todo.