La tensión en el palacio de La Promesa estalla como nunca antes, cuando Catalina, envuelta en una mezcla de dolor y determinación, toma una decisión que marcará un antes y un después: despedir a Petra en secreto, sin informar a nadie, ni siquiera a Leocadia, quien reacciona con una furia desatada. Pero este acto no es más que la chispa que enciende una serie de eventos oscuros, secretos largamente enterrados y miradas cómplices que comienzan a hablar por sí solas.
Todo comienza con el ambiente enrarecido por los preparativos del bautizo de los mellizos de Catalina y Adriano, una celebración que prometía luz, pero que ahora se ve eclipsada por el drama que sacude los cimientos de la casa. Mientras los pasillos del palacio se engalanan, algo se resquebraja dentro: una traición silenciosa se cocina entre la vajilla de plata y los encajes de gala.
Catalina, rota por las últimas tensiones, no soporta más los rumores, los cuchicheos, la constante intrusión de Petra en su intimidad ni sus dobles juegos. Sin avisar a nadie, ni siquiera a su padre Alonso, toma una decisión drástica: le comunica a Petra su despido, de forma directa y sin retorno. El rostro de Petra, primero incrédulo, se torna rápidamente en una máscara de rencor. Pero lo más inquietante es que Leocadia, al enterarse por terceros, entra en cólera absoluta. Para ella, esto no es solo una falta de respeto: es una declaración de guerra.
Mientras Leocadia exige explicaciones, Catalina se encierra en su cuarto con una mezcla de angustia y alivio. Sus manos tiemblan, pero su mirada se mantiene firme. Está convencida de que Petra sabe más de lo que aparenta sobre ciertos eventos oscuros: la desaparición de objetos, los rumores sobre la dote perdida y aquella carta misteriosa que podría cambiar el destino de toda la familia.
Afuera, los criados se miran con ojos esquivos. Rómulo y Emilia intercambian silencios tan densos como confesiones, sabiendo que lo que acaba de ocurrir podría desencadenar consecuencias irreparables. El aire en el palacio se vuelve irrespirable. La tensión se corta con la mirada. Y en los rincones menos transitados, los antiguos pasadizos secretos parecen vibrar con los ecos de antiguas traiciones.
La fragilidad emocional de Eugenia se vuelve el otro gran foco de tormenta. Mientras todos discuten sobre lo ocurrido con Petra, la salud mental de Eugenia se deteriora rápidamente. Tras el incidente con el pequeño Andrés, su comportamiento se ha vuelto más errático y peligroso. Una caída por el balcón que pudo ser mortal dejó a todos estremecidos, pero lo que más perturbó a Curro fue ver a su madre sujetar al niño con una fuerza desesperada, como si luchara contra una visión que solo ella podía ver.
El corazón de Curro se divide entre el amor que aún siente por su madre y la realidad que se impone cada día con más crudeza. Se niega a aceptarlo, pero la Eugenia que conoció parece haber desaparecido, devorada por un torbellino de alucinaciones y susurros del pasado. Sin embargo, la decisión más dura no la toma él, sino su familia: Eugenia no será invitada al bautizo.
Una noticia que le cae a Curro como un puñal. Decide ir a verla, con la voz temblorosa y el alma en ruinas. Eugenia, al escuchar que será excluida, pronuncia una frase escalofriante: “Si no asisto al bautizo, lo perderé todo”. Sus ojos, encendidos de una obsesión que ya no puede ocultarse, hacen temblar a su hijo. Y mientras Lorenzo insiste en que se trata de una decisión por el bien de todos, la tragedia ya se ha puesto en marcha.
Horas después, Eugenia desaparece. Su habitación está intacta, la cama hecha, los libros en su lugar… pero ella no está. No hay nota, no hay testigo, solo un silencio denso que cae como una lápida sobre toda La Promesa. Algunos criados aseguran haber escuchado pasos en los pasadizos, otros dicen haber visto una figura cruzar los jardines al anochecer. Lo cierto es que la angustia se apodera de todos, y una pregunta se repite entre las paredes de piedra: ¿Dónde está Eugenia?
Pero esto no es lo único que altera la paz del palacio. Mientras unos buscan a la desaparecida, otros se preguntan qué más está a punto de revelarse. La tensión entre Leocadia y Catalina sube a niveles insostenibles. Leocadia, enfurecida por la humillación sufrida al ver cómo Catalina tomó una decisión de tal envergadura sin su consentimiento, jura no quedarse de brazos cruzados. “Esto no terminará así”, dice, y sus palabras son más una amenaza que una promesa.
Y como si eso no fuera suficiente, las miradas entre Rómulo y Emilia siguen cruzándose con una intensidad cada vez más difícil de ocultar. Lo que empezó como una complicidad sutil se ha convertido en un lazo fuerte, íntimo, un refugio en medio del caos. Sus gestos, sus silencios compartidos, son pequeños oasis de ternura en un palacio cada vez más devorado por las intrigas.
Las sombras del pasado se alargan. La dote desaparecida, la carta comprometida, los secretos de Petra, la salud mental de Eugenia y los oscuros movimientos de Leocadia forman una red cada vez más espesa, cada vez más peligrosa. Y en medio de todo, un bautizo que debía ser símbolo de unión familiar se convierte en el epicentro de una tormenta sin precedentes.
¿Será capaz Catalina de mantener su posición? ¿Leocadia tomará represalias? ¿Dónde está Eugenia? ¿Y qué papel juega Petra en todo esto?
Las respuestas no tardarán en llegar… y puede que no sean las que todos esperan.
La Promesa nunca había estado tan cerca de estallar.
No te pierdas el próximo capítulo, donde lo impensable está a punto de ocurrir. Porque en este palacio, las verdaderas batallas no se libran con espadas… sino con secretos.
