El sueño de volar de Manuel, que tantas veces parecía imposible dentro de los muros de La Promesa, por fin está a punto de despegar… pero lo que parecía una historia de inspiración y valentía se convertirá en una pesadilla que dejará al palacio paralizado por el horror.

Tras meses de esfuerzo, sudor y noches sin dormir, Manuel culmina su mayor obra: su primer avión. Junto a él, Toño y Enora se convierten en el alma y corazón del proyecto. El taller improvisado en el granero vibra con ilusiones, martillos, cálculos y una complicidad que va más allá de lo técnico: una unión emocional que estalla, literalmente, en un beso en medio de planos y hélices. “Solo podíamos caer el uno en el otro”, dice Manuel, dejando claro que su sueño ya no solo vuela en el aire, sino también en el corazón.

La llegada de una competencia aeronáutica nacional lo cambia todo. Manuel duda, pero es Enora quien lo convence: no se trata solo de volar, sino de demostrar que los sueños más grandes pueden alzarse desde los rincones más olvidados. El marqués Alonso, contra todo pronóstico, se emociona con el proyecto y decide patrocinarlo, viendo en su hijo un reflejo del espíritu que una vez caracterizó a la nobleza española. El gesto sorprende a todos… pero también enciende viejos odios.

Leocadia, al enterarse de que Manuel contará con apoyo oficial, estalla en furia. Para ella, Manuel se está convirtiendo en una amenaza directa al legado que ella pretende controlar. Junto a Petra, urde un plan siniestro: sabotear el avión, haciendo que falle justo en la pista. No quieren matarlo… aún. Solo humillarlo, desacreditarlo, anularlo frente a todos.

Sigilosamente, ambas se cuelan en el taller y manipulan una pieza del eje de maniobra. No hay explosivos ni fuego: solo una arandela colocada al revés y tornillos flojos. Una trampa silenciosa. Invisible. Mortal. Y lo hacen creyendo que nadie las ve.

Pero alguien las escuchó.

El día de la competencia, el campo de vuelo está lleno de colores, música, periodistas y una multitud expectante. El sol brilla y todo parece perfecto. Manuel, con el corazón en la garganta, sube a su avión. Toño le ajusta el fuselaje, Enora le desea suerte, y Alonso lo saluda desde lejos con un pañuelo blanco. El motor ruge. El avión se eleva. Y por un instante… el mundo parece rendirse ante el sueño cumplido.

Pero el cielo es traicionero cuando el mal actúa en tierra firme.

Un crujido metálico. Un fallo en el control. El avión pierde estabilidad, se sacude, se inclina… y cae en picado. Un golpe brutal. Gritos. Polvo. Pánico. Enora corre desesperada. Toño grita pidiendo ayuda. Manuel yace inconsciente, con el rostro ensangrentado y el pulso débil. El sueño acaba… o eso parece.

De vuelta en el palacio, Manuel es atendido por médicos. Enora, destrozada, cree que fue su culpa. Toño, con el rostro bañado en lágrimas, no puede entender qué falló. Pero es entonces cuando Pía, testigo silenciosa de más de lo que todos imaginan, se le acerca con un susurro revelador. Toño corre al taller, desmonta el motor y descubre la verdad: ¡fue sabotaje!

La pieza manipulada, la arandela invertida… ¡alguien quiso que el avión cayera!

Cuando Manuel despierta, convaleciente pero lúcido, Toño y Enora le cuentan la verdad. Él, aún débil, no duda: hay que enfrentarlo. Hay que decirlo.

Horas después, el salón principal se llena de rostros tensos. Manuel, apoyado en un bastón, entra con Alonso a su lado. Toño carga una caja cubierta. “Durante la competencia sufrí un sabotaje. Y casi pierdo la vida. No fue accidente, fue un crimen”, dice con voz firme. La sala queda en silencio.

Toño destapa la caja. La pieza manipulada reluce como una prueba irrefutable.

Y entonces, la revelación que sacude a todos: ¡Pía lo escuchó todo!

Leocadia intenta negarlo. Grita. Se indigna. Pero Petra, temblando, no puede más. “Fue ella. Me obligó. Yo no sabía que…” Pero ya es tarde. Burdina entra con la guardia. La acusación es clara: intento de homicidio, sabotaje, conspiración. Las mujeres son arrestadas. Leocadia, furiosa, intenta huir. Petra cae de rodillas llorando. La vergüenza cae sobre ellas como plomo. La justicia, por fin, aterriza.

Manuel, con lágrimas en los ojos, mira a Enora. “El cielo es para todos… pero no para los malvados”. Ella le toma la mano, aún temblando. A pesar del dolor, el sueño de volar sigue vivo. Y ahora, más fuerte que nunca.

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